Tenía que haber hecho caso a los expertos: “Haz un estudio de mercado, un plan de viabilidad, anúnciate en las redes sociales…” A todos sonreía en agradecimiento. Creí que nada de aquello era necesario. Me lancé a la aventura sin atender ningún consejo. Le di un cheque en blanco a mi intuición. Abrí un establecimiento de sonrisas. Todos los días tenía de oferta alguna. Descubrí que duraban poco. Eran más efímeras que las orquídeas. La gente no quería gastar a diario en una. Decidí regalarlas. Tampoco quisieron perder tiempo en ir a por ellas. Cerré el negocio. En el mismo lugar abrió un supermercado de miedos que ha sido un rotundo éxito. El miedo no se estropea. No tiene fecha de caducidad. Puedes llevar el que quieras. Lo vende como rosquillas gente muy elegante y preparada que sabe ponerse en tu lugar. Para no perder nunca el suyo.
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