La noticia de la muerte repentina del Ex presidente argentino y actual presidente de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), Nestor Kirchner, sacudió el pasado miércoles a la Argentina y al mundo. Pasados unos días desde su desaparición, la principal conclusión que se extrae del acontecimiento es que la muerte es el detergente limpiador más poderoso del planeta, capaz de convertir en héroe al villano, de dotar de valores a quien no los tenía y de borrar el rastro de muchas y muy profundas carencias y suciedades políticas.
Existieron señales de la mala salud de este político, importante para Argentina. En septiembre de este año lo sometieron a una angioplastía. Antes, en febrero, tuvo dolencias coronarias que obligaron a hospitalizarse. El año 2005 fue trasladado de urgencias para un chequeo médico y un año antes estuvo internado seis días en el hospital Regional de Río Gallegos por una gastroduodenitis aguda.
En el momento de su "muerte súbita", Kirchner se encontraba con la presidenta Cristina Fernández, en su casa de la provincia de Santa Cruz. Tenía 60 años y era un político tan audaz y hábil que marcó los últimos siete años de la historia argentina. Fue presidente desde el 25 de mayo de 2003 hasta el 10 de diciembre de 2007, para dejar el poder, en una especie de sucesión dinástica, a su mujer Cristina Fernández.
Todos los analistas y estudiosos de la política mundial habíamos pensado que Kirchner pasaría a la historia como un presidente corrupto, manipulador y demasiado audaz y manipulador para ser considerado un verdadero demócrata y un líder respetado, pero la muerte lo ha hecho grande y ha logrado que hasta sus enemigos lo alaben y le reconozcan méritos que ni siquiera sospechábamos.
La muerte es el detergente perfecto, el limpiador implacable que borra defectos, carencias y hasta crímenes, al menos temporalmente, porque el tiempo suele permitir que aflore la verdad. Multiplicó su riqueza por cuarenta, pero de eso no se acuerda hoy nadie. Todos son solidarios con la presidenta Cristina y sus dos hijos, Máximo y Florencia. La muerte ha hecho de Kirchner el presidente perfecto y el político ejemplar que nunca fue.
Alineado Kirchner en esa izquierda populista y socialista que ha logrado el poder en algunos países de América Latina, fue, junto con su mujer, uno de los grandes aliados del déspota Hugo Chávez, que, a cambio de esos apoyos, benefició a la Argentina con acuerdos y contratos millonarios que beneficiaron tanto a la economía argentina como a las finanzas personales de la pareja.
La verdad sobre el presidente fallecido es que fue un hábil y experto manipulador de los medios de comunicación y de las conciencias, que logró cubrir con una pesada niebla sus manejos, caprichos y presiones, más totalitarias que democráticas. Su profundo conocimiento del alma argentina le convirtieron en un líder indiscutible en una política marcada por la corrupción, el engaño y la manipulación. Su poder y control del planeta político argentino permitieron que sus turbios y fraudulentos manejos permanecieran impunes.
Pero, a pesar de sus enormes carencias como demócrata, la muerte del arriesgado y maniobrero Kirchner deja un enorme vacío en Argentina, que se enfrenta ahora a una situación dramática ya nuevas incertidumbres. La clave del futuro está en la capacidad que demuestre su viuda para navegar por la política sin el apoyo de su marido y, sobre todo, en la voluntad popular de los argentinos, que tal vez descubran que, si acabaran con la corrupción y los manejos de una de las políticas más sucias del hemisferio, serían un gran pueblo y una gran nación.