Hace ya tiempo que se estableció en nuestra industria editorial la necesaria costumbre de editar libros acerca de temas complejos (filosofía, ética, biología, matemáticas...) destinados a un público joven, que necesita que le expliquen estos temas con un lenguaje sencillo y con metáforas adaptadas a su vida cotidiana. Se me ocurren dos ejemplos de este género que gozaron de un gran éxito en su día: Ética para Amador, de Fernando Savater y El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder. Se trata de unas excelentes puertas de entrada a disciplinas con fama de difíciles. Por mi parte, me ha venido muy bien este resumen del estado de la cuestión en neurociencia, para emprender con una buena base lecturas un poco más complejas (aunque siempre dentro del campo de la divulgación), de autores como Francisco Mora o Antonio Damasio.
Partiendo de la división del encéfalo en cerebro, tálamo y cerebelo, cada uno con sus propias funciones, Mariño intenta acercar al lector a la increíble complejidad del funcionamiento de nuestro sistema nervioso, formado de cientos de miles de millones de neuronas, cada una de ellas con complejas conexiones que se aseguran de que la relación entre nuestro pensamiento y el mundo exterior sea la adecuada. En cualquier caso, algo queda claro casi desde el principio: el mundo que percibimos es una construcción de nuestro cerebro, para ayudarnos a sobrevivir en él:
"¿Existen los colores? ¿Y los sabores? ¿Los sonidos? Existen, desde luego, pero como una construcción de tu encéfalo. Ahí fuera lo que hay es radiación electromagnética, moléculas, ondas de aire, etcétera. Como acabamos de ver, tu mundo es una recreación virtual que se hace en parte tomando esa información, y digo "en parte" porque lo que tú percibes se genera a partir de los datos frescos que entran por los sentidos, junto con la información que está almacenada en la memoria y - ahora viene lo interesante - una buena dosis de imaginación por parte del encéfalo. La percepción no es el reflejo pasivo de lo que entra por los sentidos, como la impresión que hace la luz en una placa fotográfica o en un sensor digital. No. Es una construcción activa en la que también son importantes las "pinceladas" que tus neuronas sacan de la manga."
El famoso caso de Phineas Gage nos muestra que nuestra personalidad, nuestro yo, no es más que una construcción de nuestras conexiones cerebrales y que cualquier accidente podría modificarlo o acabar con él. Gage era un trabajador de la línea de ferrocarril que sufrió un accidente con dinamita, a consecuencia del cual su cráneo fue atravesado por una barra de hierro, produciendo graves daños en su lóbulo frontal izquierdo. Sobrevivió, aparentemente sin consecuencias físicas graves, pero su personalidad cambió radicalmente. De ser un hombre amable y educado, se convirtió en alguien irritable y malhumorado. ¿Seguía siendo la misma persona o no? Sus familiares y amigos no lo reconocían...
La mente consciente es una maravilla evolutiva de la que gozamos los seres humanos, y es lo que nos permite utilizar instrumentos como el lenguaje y sentimientos como la empatía. Así, nuestra relación con el mundo es muy distinta a la de la mayoría de los animales, mucho más compleja, interesante, placentera y a la vez aterradora, porque ser consciente de uno mismo implica a su vez hacerse muchas preguntas. Una de las más interesantes es si algún día lograremos crear una inteligencia artificial con los mismos atributos y capacidades que la del ser humano. Si no somos más que máquinas naturales y conscientes, aunque infinitamente complejas, reproducirnos, una vez que logremos descifrar el enigma de nuestro funcionamiento (y vamos por el buen camino, se han dado pasos de gigante en las últimas décadas), y sepamos reproducir nuestra materia y nuestras conexiones neuronales (incluso creando seres cuya existencia tenga lugar meramente en un programa de ordenador), seguramente será posible. Entonces nos enfrentaremos a mil dilemas éticos y nos preguntaremos si nosotros no seremos a su vez un producto fabricado por una inteligencia superior...