Revista Opinión

Newtown, diciembre de 2012

Publicado el 17 diciembre 2012 por Pelearocorrer @pelearocorrer

Después de la matanza y a la vista de artículos como este, de Lorenzo Silva, me pregunto si la bomba atómica es buena, muy buena, regular, mala o muy mala, dependiendo de quien la use o quien la tenga. Me pregunto si la guillotina, el garrote vil y la silla eléctrica, son inventos neutros que sólo adquieren significado y moralidad cuando se usan. Podemos jugar a ser inocentes mientras fabricamos artefactos cargados de culpabilidad. La pistola, nos dice Silva, es inocente, pero cayó en las manos equivocadas. No ignoro que culpabilizar a los objetos puede ser la primera excusa para evitar la responsabilidad.

Nos dice la prensa, aquí, que la madre de Adam Lanza coleccionaba armas, y que además acostumbraba a salir con sus hijos para practicar el tiro.

La pistola cayó en las manos equivocadas, nos dice Silva.

Me pregunto si no fue el joven Adam el que cayó en las manos equivocadas.

Una pistola es, al fín y el cabo, un arma diseñada para matar, nace ya culpable, sin otra posibilidad que la de asumir su destino. A nadie debería extrañarle que una pistola se use para disparar.

Me pregunto qué grado de responsabilidad tiene una madre que enseña a disparar a sus hijos.

Me pregunto qué explicación hubiéramos recibido si, en lugar de Adam, hubiera perdido los nervios y el juicio su madre y hubiera sido ella la que hubiese descargado todas las balas. ¿Estaría el arsenal en ese caso también en las manos equivocadas? Me aterra pensar que haya personas capacitadas para empuñar un arma. Cualquiera puede perder el juicio en cualquier momento, certificados médicos incluidos.

Me pregunto qué ha pasado, qué está pasando cuando ya es imposible sostener discursos sencillos como este que trato de sostener: abolición inmediata de la industria armamentística. Me pregunto por qué pedir la desaparición de las armas es un posicionamiento naif, inocente, obvio, inalcanzable, hipócrita, etcétera.

Me pregunto qué clase de persona puede seguir al frente de la compañía Glock después de ver el fruto de los productos que fabrica.

El arma —no puede ser de otra forma— es una herramienta eficaz para acabar con la vida de otro. Si esa pistola no existiese no tendríamos que hacer complejas cábalas para desentrañar el recorrido que siguió desde la casa materna hasta el colegio. Adam Lazan es culpable, la sociedad en la que se ha criado no hizo más que arroparle con las herramientas adecuadas para explotar su ira. Pero la pistola no es inocente, recuerdo aquel texto de Borges, “El puñal”, que dice:

“En un cajón hay un puñal.

Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.

Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.

Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.

En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.

A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.”


 


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