Revista Viajes
Cuando ya estaba decidido hacer este viaje, nos preguntamos que podíamos hacer en esta parada en la ciudad de Nha Trang, y como distribuir el tiempo en una escala tan larga como esta, ya que hasta las once de la noche el Zaandam no zarparía de nuevo hacia su siguiente destino. Algo preparamos buscando información por la red pero con todas las posibilidades abiertas, en el sentido de no reservar nada, y apañarnos con taxis o, como al final ocurrió, con un shuttle-bus que ponían los vietnamitas hasta el centro del paseo marítimo de Nha Trang. Cuando, aún sin desembarcar, subimos a las cubiertas más altas del Zaandam, pudimos hacernos una idea del precioso entorno natural sobre el que se asienta esta ciudad vietnamita, rodeada por completo de montañas y de islas, en una de las bahías más bellas del mundo. Aguas turquesas, y un teleférico que lleva a una isla a quienes desean pasar un divertido día en un parque acuático (el parque Vinpearl), espesa vegetación con multitud de palmeras, era la prometedora visión panorámica que pudimos contemplar desde ese privilegiado mirador.
El autobús nos dejó en el paseo marítimo de la playa de Nha Trang, cerca de los grandes hoteles de las cadenas internacionales. Una pena que en un paseo marítimo tan cuidado y con un entorno natural tan envidiable permitan levantar estas edificaciones tan poco respetuosas con el paisaje y con la tradición vietnamita. Supongo que es el precio a pagar por un, a mi juicio, malo y rápido desarrollo turístico. En fin, que también aquí nos empezamos a dar cuenta de lo "pillos" que resultan algunas veces los vietnamitas. Nada más bajar del bus vimos los horarios de regreso al barco, y el último era a la cuatro de la tarde, cuando el barco no zarpaba hasta las once de la noche. Eso si, en el muelle no había carteles con los horarios de los buses. Así que el billete de vuelta ya no servía para nada, y tocaba regresar en taxi si queríamos visitar todos los atractivos que Nha Trang nos ofrecía. Aunque aún era pronto, el sol ya apretaba de lo lindo, y casi sin quererlo nuestros pies ya nos estaban llevando a la bonita y cuidada playa de Nha Trang. Al llegar a ella nos cruzamos con un chico que vendía cuadros pintados en papel de arroz. Nos contaba como su tío los pintaba, y el gran trabajo que le llevaba terminar cada uno, mientras nosotros ojeábamos en busca de alguno que nos pudiera gustar. Una vez encontramos un par que nos gustaron, comenzó la ardua labor del regateo, que pasó de los 40 dólares iniciales a los 12 dólares que finalmente acordamos. No nos pareció un precio demasiado alto por dos escenas pintadas en papel de arroz, una niña con el típico uniforme vietnamita del colegio y una bonita escena paisajística, hasta que más tarde otros vendedores nos vendían otros parecidos por menos de la mitad, y casi sin regatear. El "arte" del regateo no se inventó para nosotros.
Pero con una playa tan formidable como la que tiene Nha Trang, de arena suave y dorada, y que además la teníamos prácticamente para nosotros solos, a excepción de unas cuantas tumbonas de los hoteles, y en un día tan caluroso y con el bañador puesto, no habíamos dado dos pasos cuando ya me estaba tirando de cabeza al agua. Además las juguetonas olas que había en ese momento colaboraron para hacer de aquel baño una experiencia divertida y sobre todo muy refrescante. Pasamos un largo rato tumbados y secándonos al sol, recreando la vista con el maravilloso paisaje que forman las islas en la Bahía de Nha Trang, y con las visitas ocasionales que nos hacían los vendedores. Nos llegaron a ofrecer de todo, desde una especie de cigalas a la plancha a todo tipo de abalorios ornamentales, de frutas tropicales a refrescantes cocos, láminas de dibujos, zumos, frutos secos... Una vez convenientemente secos, y con una buena sesión de sol vietnamita en nuestros cuerpos serranos, fuimos caminando por la orilla del mar hasta llegar a la zona antigua de la ciudad de Nha Trang.
La parte antigua es un entramado de calles mal asfaltadas con viviendas muy humildes, donde conviven con multitud de pequeños negocios, y con montones de motocicletas, cómo no. Lo que resulta de lo más curioso son los enjambres de cables que suministran electricidad a las casas. No me imagino como un técnico de la compañía eléctrica puede meter mano ahí en caso de avería, y sobre todo como no se chamusca. Yo lo veo como una misión imposible. A parte de esto, ésta zona de la ciudad no tiene mayor interés que el ver qué clase de vida llevan los que viven aquí, y el gran mercado, en el que la mayoría de las calles de esta parte antigua llevan a él.
En el mercado hay decenas de puestos donde venden de todo. Unos están dentro del edificio cubierto y otra gran parte en el exterior alrededor de él, bajo la protección de grandes toldos para resguardarse de los rayos del sol e intentar hacer más llevadero el pegadizo calor del día. Aunque una gran parte de los puestos venden todo tipo de ropa e imitaciones, en otros pudimos ver cosas tan curiosas como botellas de licor con serpientes cobra en su interior, o alacranes y otros bichos varios. Por su puesto los coloridos puestos de fruta no podían faltar, con las mejores variedades de Vietnam y del sudeste asiático, y los de comida preparada que proliferan por cualquier esquina y que sirven a los locales, y también a los turistas, para meter algo en el estómago. Mientras los vendedores aprovechan la escasa afluencia de gente en las calurosas horas centrales del día para sestear o echar una partida a , al menos para mi, extraños juegos de mesa orientales.
Nada de complejas maquinarias para lavar los platos en los restaurantes. Un sencillo lavavajillas compuesto de unos cuantos barreños, una manguera y algo de jabón, junto a un buen par de manos y todos los platos del restaurante quedan limpios y brillantes, y además en plena calle. Mientras, el "chef" se pega una buena siesta después de cocinar toda la mañana. Una cosa que he aprendido de este viaje es que si los españoles han inventado el arte de la siesta, los vietnamitas y camboyanos lo han perfeccionado a base de practicarlo.
Continuamos nuestro paseo por la ciudad, dejando atrás las zonas más degradadas, en busca de la catedral principal de Nha Trang. Levantada en una pequeña colina, pudimos disfrutar de unas bonitas vistas de las casas y los campos de los alrededores de la iglesia. Así mismo, las paredes de piedra que la rodean sirven de pequeños nichos para las cenizas de los difuntos católicos. De camino pudimos comprobar cómo esta zona de Nha Trang está muchísimo más cuidada con edificios coloniales, herencia del dominio francés, y una trama urbana lineal mucho más moderna que la diferencia de la zona antigua, mucho más enrevesada. También se cruzaron en nuestro caminar edificios gubernamentales, algún hotelito colonial y colegios con todos sus alumnos impecablemente uniformados, y en cuyas paredes exteriores te puedes dar un buen corte de pelo. Si, porque abundan peluqueros por la ciudad que se montan su negocio en un periquete. Cuelgan un espejo en una alcayata en la pared, plantan delante un a silla y a cambiar el "look" del primero que se siente.
Pequeños nichos forman el cerramiento exterior de la catedral
Después de unos momentos de descanso y contemplación en el interior de la catedral, había llegado el momento de conocer la verdadera historia con mayúsculas de Nha Trang. No en vano perteneció al antiguo reino de Champa, y junto a las invasiones Jmer, han dejado un importante legado en diversos puntos de la zona. Pero para ello teníamos que dotarnos de un medio de transporte que nos acercara hasta esos soberbios monumentos. Así que negociamos con un taxista para que nos llevara a unos cuantos sitios que queríamos visitar, y que nos esperara fuera de ellos, y por unos 20 dólares estuvo de acuerdo en estar a nuestra disposición unas tres horas. La primera parada iba a ser las Torres Cham, concretamente la espectacular Pagoda Ponagar de principios del siglo IX, que se encuentra al norte de la ciudad de Nha Trang, en una de las zonas más bonitas de esta ciudad, y con las mejores vistas de ella. Es difícil describir con palabras la maravilla de edificaciones que forman este fabuloso conjunto arquitectónico, y esas especie de aura de misticismo que desprenden, debido en parte al olor a incienso y a la devoción de los habitantes de Nha Trang que acuden a rezar. La torre principal lucía maravillosa con la luz del atardecer.
Fabulosas vistas de la desembocadura del río Song Cai y de la ciudad de Nha Trang
Otro de los sitios que no se puede dejar de visitar es la Pagoda Long Son con mil años de antigüedad. Llegamos hasta la entrada del templo después de un pintoresco paseo en taxi por las calles de Nha Trang, en el que no paramos de esquivar bicis y motos que aparecen por todos los lados. El taxista nos dejó en la entrada y fuimos directos a visitar el templo. Allí mismo una niña que decía vivir en un orfanato se ofreció a hacernos de guía y nos explicó un poco la historia del templo. Más tarde nos acompañó hasta una relativamente pequeña estatua de mármol de Buda dormido, que está a mitad del ascenso a la colina. Me dijo la chiquilla: "éste gran Buda dormido y tú pequeño Buda feliz". Me lo tomé como un cumplido, a pesar de las sonrisitas de Ceci. También nos indicó que si acabábamos de subir los casi 200 escalones llegaríamos hasta el inmenso Buda sentado, y que corona el monte. De paso me pidió que la comprara unas postales para ayudar al orfanato. Yo la dí parte del dinero que me pedía y la dije que se quedara con las postales, pero se sintió bastante molesta y me dijo que no podía aceptar limosnas. En fin, que acabé comprando las postales a la simpática niña, ya que me había llamado pequeño Buda feliz ¿Qué iba a hacer?
Ascendimos el otro montón de escalones que nos quedaba hasta coronar la colina. Allí pudimos comprobar la majestuosidad del Buda sentado, una escultura de más de veinte metros de altura desde donde se domina la ciudad de Nha Trang, y los verdes campos de arroz de los alrededores. Desde allí también nos pudimos hacer una buena idea del enclave natural donde se levanta la ciudad, totalmente rodeada por montañas por el norte, sur y oeste, y con salida por el este hacia el Mar de China Meridional. Esta difícil orografía hace que el pequeño aeropuerto de Nha Trang esté situado en plena ciudad.
Ya para finalizar nuestro intenso día en Nha Trang, recorrimos algunas de las calles céntricas de ciudad, pasando delante de hoteles coloniales que parecían sacados de un fotograma de una película, hasta llegar a la torre de Tram Huong. Un monumento con forma de flor de loto que se alza en mitad el paseo marítimo. Un precioso paseo marítimo repleto de restaurantes y bares, con múltiples opciones de ocio, que bien podía ser el de cualquier ciudad costera europea. Y esto fue lo que nos dio de si aquel caluroso día de febrero. Desde luego que Nha Trang es una estupenda opción para acabar de una forma relajada un circuito por el sudeste asiático, porque además de baños en el mar te puedes dar un baño de cultura milenaria y disfrutar de la variada, y en ocasiones picante, cocina vietnamita.
Torre Tram Huong
Las montañas y los arrozales que rodean a la ciudad de Nha Trang
Nuestro Zaandam atracado en el puerto de Nha Trang