Parece claro que algún islamista colocó la bomba que estalló en un avión sobre la península del Sinaí en el que volvían a su país 224 turistas rusos tras unas vacaciones en Egipto.
Sería una respuesta del DAESH, el ejército de fanáticos del califato islámico, a los bombardeos que, según Rusia, están provocándole muchas pérdidas a esos sunitas que aterrorizan Siria e Irak, pero que también atentan en occidente.
Los medios informativos rusos afirman que sus ataques ayudaron a que el ejército de su aliado sirio, el presidente Bashad Al-Assad, recuperara ya en menos de un mes el 35 por ciento del territorio perdido en cuatro años de guerra.
Aseguran también que numerosos terroristas de Alá están siendo evacuados en secreto al Yemen desde Turquía en aviones turcos y sauditas para luchar contra la revuelta de los hutíes, miembros de una secta similar a la chiita protegida por Irán y oprimida por el poder sunita.
En Siria e Irak se desarrolla una guerra de todos contra todos, de enfurecidos gatos en un saco: el dictador sirio aliado de Rusia e Irán y de sectas chiitas, los kurdos, los islamistas del DAESH o Isis y sus aliados ocultos sunitas de Arabia Saudita, Turquía y Qatar, Al Qaeda, el Ejército Libre también sunita sostenido por EE.UU…
Todas esas facciones sólo tienen un enemigo común, el cercano Israel, cuyo gobierno desea la caída del régimen de Al-Assad, pero buena parte de la oposición quiere que continúe porque tras ganarle varias guerras lo tenían controlado, incluso atemorizado, con su poderío militar.
Ni Alá sabe con quién está: él se pelea consigo mismo a costa de sus sectas, y EE.UU. y Rusia siguen compitiendo, como el siglo pasado, por el poder regional en oriente próximo
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SALAS