Revista Opinión
Ni benditos pobres, ni malvados ricos
Publicado el 01 marzo 2012 por Gonzaloalfarofernández @RompiendoVPocos discursos son tan venenosos como el de la lucha de clases, que ha sepultado bajo el odio a generaciones enteras sin dar ningún fruto provechoso. Y es lógico que así sea, porque esta lucha es tan estéril como labrar el océano. Siempre habrá ricos y pobres. Lo más que se puede conseguir si la tal lucha se lleva al extremo es una revolución que ponga arriba a quien estaba abajo y abajo a quien estaba arriba. Un cambio de cabezas inútil que deja el cuerpo enfermo tan enfermo como antes pero las calles bañadas de sangre.
Todavía hay gente que no se ha enterado de qué va la cosa. ¿Qué es esa estúpida proclama de arriba los pobres y que mueran los ricos? Como si la riqueza y la pobreza fueran atributos humanos o estados del alma; como si el ser rico o pobre fuera una cualidad moral y no un accidente. Es de necios defender al pobre por pobre y odiar al rico por rico. Hay ricos benefactores y pobres que te arrancarían la yugular a mordiscos por pura diversión. A la gente hay que valorarla por sus atributos humanos, no por su billetera; por sus principios éticos, no por sus bienes raíces; por su virtud, no por su ocupación social. Detrás de semejante gritería yo sólo veo lo de siempre: la maldita envidia. Mi experiencia me dice que hay menos santos que malnacidos y que ambos militan por igual en ambos bandos. Si los pobres hacen menos daño no es por ser mejores, sino por ser pobres. Si los abriéramos en canal veríamos las mismas tripas. Si la gente fuera más honesta consigo misma admitiría que hasta sus pensamientos más altruistas están impregnados de radical egocentrismo. No es casualidad que los ricos sean conservadores y los pobres revolucionarios. Si los pobres quieren trastocarlo todo no lo hacen impelidos por una moral superior. La razón es menos romántica y más desoladora: les ha tocado la parte mala del pastel y en el cambio les va el beneficio. La mayoría de ellos no sueña con un mundo mejor, sino con un mundo que los beneficie, que es muy distinto. ¿O es que nunca han observado que cuando un pobre se vuelve rico se comporta como tal? Apenas cambian los sujetos de fortuna y posición y se les olvidan los principios y hasta la talla de los zapatos. Donde dije digo, digo Diego se vuelve a partir de entonces su oración de medianoche, transmutados por artes mágicas en la esencia de lo que un día odiaron. ¿Para qué seguir engañándose? Esos que apenas ven a un rico desean apalearlo no son nobles idealistas sino seres mezquinos y envidiosos que merecerían la horca por hipócritas, porque me juego el cuello a que si fueran ricos tendrían el mismo coche, la misma casa y el mismo yate que desean quemar. Es la leyenda urbana del comunista que clamaba a gritos la repartición de bienes hasta que le tocó la lotería y se volvió más conservador que una caja fuerte. No, señores, no todas las fortunas se amasan de forma deshonesta, y así como es la postura más cívica detestar a quien ganó dinero de forma fraudulenta, no denota un espíritu menos criminal que el del ladrón quien martiriza al que de forma honesta hizo su patrimonio. A ver si se enteran de una vez que no es la riqueza la causa de la maldad, sino su instrumento preferido, como el poder no vuelve corrupto a quien lo detenta: es la escoria humana, cuando se ve con dinero y poder, la que acomete todas las tropelías a que su negra alma le incita. Porque este degenerado sistema se lo permite. Y eso es precisamente lo que hay que evitar a todo trance. Un sistema que favorece los bajos instintos de los desalmados es un sistema trágico. He aquí el mal.
Sí, espabílense de una vez por todas, las almas virtuosas brillan por su ausencia. Son tan raras excepciones como los unicornios. El ser humano es por naturaleza corruptible, cambia de ideas y de bando con más facilidad que una veleta. Los ideales y las ambiciones se ajustan con milimétrica precisión al egoísmo humano. Es de él, por tanto, de quien hay que protegerse, escarmentando de las falsas apariencias. A la mayoría de la gente lo que le calienta la sangre no es la sed de justicia sino la envidia. La maldita envidia que tanto daño hace y que confunde las cosas, que no hay nada peor ni más repugnante que la envidia disfrazada de justicia. Cuanto antes acepten esta descarnada verdad antes podrán empezar a actuar en consecuencia para prevenir males mayores.
Y es por esta razón, porque está el mundo lleno de lobos disfrazados de corderos y lo único seguro es la muerte, que se equivocan los ricos creando un mundo a su medida, tan injusto y desproporcionado como su codicia y vanidad, y se equivocan los pobres crucificando por sistema a los ricos, porque un día los clavos los pueden atravesar a ellos. No hay estabilidad posible en un mundo tan estúpido, donde hay dos perpetuos bandos tan veleidosos como las voluntades y fortunas humanas.
Sean razonables. Puesto que es la gentuza la que crea todos los desórdenes, torpedeando el progreso y el bienestar sociales, de lo que habría que cuidarse sería de alejarla de toda clase de poder y hasta si me apuran del resto de la población.
Lo que el sentido común dicta es afanarse en blindar el sistema de tal modo que ningún poder de influencia se le permita a la canalla. Hay que crear un régimen sensato donde la riqueza amasada honestamente permita disfrutar de más placeres terrenales, pero no de preeminencias legales, impunidad jurídica o ventajas fiscales. Y mucho menos consentir que sea el dinero el titán que mete sus zarpas en la política para gobernar como una fiera insaciable el destino de la humanidad, manejando arteramente la legislación que a todos concierne y afecta para hacer de la ley y la justicia instrumentos financieros. Que es precisamente en lo que ha devenido esta fatal demagogia que sufrimos y a la vista están las consecuencias. Se ha metido el diablo en la alcoba. Éste es el mal que hay que erradicar, que no hay peor casamiento que el de la política con don dinero. Y una advertencia les hago: si esto no cambia drásticamente, aténganse a las consecuencias cuando la tecnología llegue a tal perfección y los recursos a tal grado de agotamiento que a los todopoderosos les sobren los demás, pues antes de renunciar a un pistacho los gasearán a todos. Y si no tiempo al tiempo.
Despierten, señores, que ya es tiempo de quitarse los pañales. No se trata de una lucha de clases sociales, sino de una lucha de seres humanos contra malas bestias. La batalla que hay que librar no es entre ricos y pobres, sino entre la buena gente y la gentuza. Olvídense del rancio discurso clasista, de lo que se trata es de perseguir a la escoria humana, que es la que hace daño. Hay que perseguirla y no tener piedad con ella. Ante la intoxicación inmoral con que el poder político trata de infectar a la ciudadanía, ésta debería responderle persiguiendo, discriminando, rechazando y haciéndole la vida imposible, hasta indigestarle las ganas de vivir, a la canalla. Habría que hacer como sugirió el gran Shakespeare, poner una fusta en cada mano honesta para que de Oriente a Occidente y por todo el orbe les fuera arrancada la piel a latigazos. Y después, libres al fin de tan ponzoñosa carga, de esas inmundas bestias que por medrar no paran en marras aunque hayan de decapitar a cientos, se podrá construir un sistema justo y solidario que permita a todo hijo de Cristo tener las mismas oportunidades en la vida, donde cada cual, conforme a su talento, su inteligencia, su fuerza de voluntad, su capacidad de trabajo o su suerte, ascienda o se hunda, sin que las malas artes vuelvan a tener una escalera mecánica hacia la cumbre sino un propulsor hacia el infierno, donde se respire una conciencia global basada en la sana educación que proclama la virtud como el mayor caudal de riqueza, donde nunca más tenga cabida un régimen de terror económico, donde los ciudadanos libres y virtuosos, exterminadas las infames sectas políticas, recuperen la voz y el mando para edificar un mundo que merezca la pena.
Háganme caso, hay que resucitar el espíritu ciudadano que condena a toda la bellaquería humana a la denigrante infamia pública y el destierro. Sin excepciones. Todas las demás tentativas, amén de injustas y arbitrarias, serán conflictivas e inestables. Y lo peor de todo, no servirán de nada porque seguiremos siempre en las mismas. La sangre correrá en balde.
Que sean felices…