Revista Sociedad

Ni contigo ni sin tí

Publicado el 11 septiembre 2014 por Jordi Martinez Aznar
Personalmente jamás me he considerado ni nacionalista (de ningún lugar) ni independendista. Siempre he pensado que siempre es mejor la suma que la resta, pero de un tiempo a esta parte estoy entendiendo a todos aquellos que, desde Cataluña, quieren separarse de España. Casi de continuo recibo mensajes un tanto contradictorios. Por un lado, nos hablan de la unidad de España, que si la Constitución, que si pitos y que si flautas. Pero luego nos mandan mensajes que se asemejan más al odio más absoluto que a otra cosa. ¿En qué quedamos? Uno no puede evitar pensar qué pasaría si, en lugar de ser uno de los motores de España, Cataluña fuese el último mono. Me pregunto qué pasaría si Cataluña estuviese llena de gente sin oficio ni beneficio. ¿Insistirían tanto en no dejarnos marchar o ya habrían comenzado los trámites para darnos la patada? Y reitero que, durante muchos años, tampoco es que me haya posicionado a favor de los independentistas. Más al contrario. Incluso me atrevería a decir que hablo más español que catalán. Eso por no hablar de que ni siquiera me planteé ir a ninguna de las manifestaciones del 11 de septiembre, inclusive las últimas, las cuales han provocado tanto revuelo y tantos mensajes negativos por parte de la sociedad.
Y es aquí donde llegamos al punto que no entiendo: Por un lado, parece ser que a un porcentaje relativamente alto de la sociedad le da urticaria solamente de pensar en Cataluña y los catalanes, pero por el otro lado, no quieren que nos vayamos. ¿En qué quedamos, entonces? Para bien o para mal, esta relación de amor-odio es algo que viene de lejos, y quizás es eso por lo que no quieren ninguna separación. Eso me recuerda a una historia que uno de los personajes contaba en una película: Un hombre odiaba a su padre. El día que murió su madre no pudo soltar ni una lágrima, pero cuando su padre murió, se sorprendió a sí mismo rompiendo a llorar. El trasfondo de todo es que, lo que daba energía a aquel hombre era el odio hacia su padre. Una vez éste murió, ya no le quedaba nada. Quizás, en el fondo, a buena parte de los españoles les pase lo mismo: En el caso de que Cataluña acabe separándose de España, todo aquel odio hacia lo catalán perderá mucho fuelle, lo cual hará que una de las cosas que, por decirlo de alguna manera, les mantiene vivos, desaparezca.
Algunos podrán decir que exagero, pero a lo largo de los años he oído muchas historias ocurridas a catalanes que, de haberle pasado a un castellano o un andaluz, muchos se llevarían las manos a la cabeza, pero como le ha pasado a un catalán, aquí paz y después gloria. Y es que, ¿a cuántos castellanos les han dicho aquello de "a mí me habla en cristiano"? Muchos se quejan de que en Cataluña no les dejan hablar en castellano (no dudo que en algún lugar haya pasado, pero no puedes condenar a millones por lo que hacen unos pocos). Lo malo es que, fuera de Cataluña, se nos paga con la misma moneda. El odio hacia todo lo catalán está tan profundamente arraigado en la mente de muchos que deben pensar que, como ellos no pueden hablar castellano en Cataluña, los catalanes tampoco podemos hablar catalán fuera de Cataluña. Y así nos va...

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