Revista Cultura y Ocio

'Ni de Eva ni de Adán' de Amélie Nothomb

Publicado el 02 marzo 2011 por Carol
Al libro de Amélie le acompaña uno de mis favoritos; té verde con cereza japonesa; y otra de mis adicciones: los chales
No se muy bien qué tiene Amélie Nothomb que me tiene totalmente enganchada a su prosa, tercer libro que leo suyo tras Antichrista y Estupor y temblores, y mismo resultado: adicción total. Las novelas de esta belga tienen la sorprendente capacidad de no dejarme indiferente, de tenerme todo el día comentando lo que he leído en sus libros, y todo ello, con una prosa sencilla y ágil, de esas con las que las páginas vuelan casi sin darnos cuenta. Es cierto que, pese a que había visto muchos comentarios señalando que esta Ni de Eva ni de Adán era mejor que Estupor y temblores, en mi caso no ha sido así. Estupor y temblores sigue en mi altar de lo mejor que he leído hasta el momento de Nothomb, un libro con el que no podía parar de reír y horrorizarme a partes iguales. Ni de Eva ni de Adán se sitúa un año antes de los acontecimientos de Estupor y temblores (aún así, es preferible leer aquel antes, ya que en este se hacen referencias a Estupor y temblores, aunque sean libros independientes y puedan leerse como tal), en el que la autora de origen belga, pero nacida en Japón, vuelve al país del sol naciente y entra a trabajar en una empresa nipona. En este libro, un año antes de entrar a trabajar, llega Amélie a un país que abandonó con cinco años pero del que conserva profundos y muy queridos recuerdos. Como manera de aprender japonés, Amélie decide dar clases particulares de francés, y es así como conoce a Rinri, un joven japonés con el que poco a poco inicia una relación sentimental. En este caso, las situaciones hilarantes no las provoca tanto el pobre Rinri, sino más bien la alocada de Amélie (me pregunto si de verdad estará tan loca como se retrata a sí misma en los libros), quien devora como un chacal la comida que le evoca recuerdos de su infancia en Japón ante la atónita mirada de los amigos de Rinri; sube y baja al monte Fuji como una exhalación; se encuentra rodeada por una tormenta de nieve al irse de excursión sola y mil historias más totalmente demenciales. A su lado, Rinri se limita a adorarla y a amarla, y a dar rienda suelta a sus propias extravagancias como la de querer convertirse en un caballero de la orden del Temple o preparar una fondue de queso con un material sintético que extrae de una maleta preparada para ello (Rinri tiene maletas para todo tipo de ocio, por ejemplo, tiene una para preparar fuegos artificiales). El choque cultural me ha parecido menor que en Estupor y temblores, y Amélie hace gala en esta ocasión del inmenso amor que le une a Japón. Esperaba que las situaciones cómicas se centrasen en  la relación entre una occidental y un oriental, pero no ha sido así, lo realmente chocante ha sido ver las reacciones de ella. Y aunque me cae muy bien, me hace reír, y lo paso genial con sus locuras, he de decir que en este libro me ha cabreado varias veces, en especial por su indiferencia hacia Rinri, un personaje realmente encantador, muy sensible y sentimental y locamente enamorado de Amélie. El pobre me ha dado mucha pena, especialmente teniendo en cuenta lo que tiene que aguantar al lado de ese torbellino de mujer.

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