Revista Creaciones

Ni el canto de las sirenas

Por Ripu77
Recordemos a Ulises atado al mástil de su nave mientras los marineros reman, con cera en los oídos, junto al arrecife de las sirenas que solo mueven los labios en silencio.

Andrea Köhler sigue el relato en El tiempo regalado, lo terminaré luego. Antes, me ronda la idea de Lorenzo Oliván de esta semana, “el silencio ahora habla de otras cosas”. Como los labios de las sirenas en silencio, como los oídos tapados de los marineros. ¿Tendrán los oídos tapados el resto de confinados? Estos días de confinamiento el silencio ruidoso reina sobre el ruido de antaño. No se escuchan los coches, no hay alboroto en las calles, hasta los que deben salir lo hacen sin casi pisar el suelo. Se ha impuesto el vacío. “Los ruidos se agrisan, termina la tarde, / y siento que añoro o deseo algo, / quizás una lágrima que rueda y que cae”, siempre con tanta razón Idea Vilariño. Los ruidos, los silencios, se agrisan, se vuelven invisibles, transparentes… Ahora cuando salimos a las terrazas, escuchamos una sinfonía de lavadoras ajenas que antes parecían no lavar nunca. Nos llegan las músicas de los vecinos, los cantos de distintos pájaros que ahora sí podemos distinguir, percibimos hasta el murmullo del agua cuando se cuela al regar las jardineras. Parece que para algunas cosas sí hayamos destapado completamente los oídos. Hasta las lágrimas al caer se oyen, lo dijo Vilariño.

Ni el canto de las sirenas

Mosteiros, São Miguel (Las Azores). Agosto 2019.

Pero el silencio sí habla de otras cosas. El silencio nos ataca de manera constante e insistente para adentro. Nos machacamos sobre el miedo que sentimos, sobre el futuro que no vemos, sobre lo que perdemos a diario. Las palabras que no volverán, los momentos robados, las miradas que no llegan. Nos martirizamos por congelar la memoria, por no olvidar nada del minuto a minuto de silencio que vivimos. Los que están, los que prefieren no estar, los que ayudan a aguantar el andamio, los que viven pensando tan solo en su armazón. Nos obligamos, en ese nuevo silencio, a escribir todo lo que no ocurre, lo que pensamos, lo que sentimos y lo que querríamos sentir. Porque hay voces que no se escuchan, abrazos que se alejan y anhelos que no regresarán porque no se cuidan. Eso. Rogamos que no se pierda lo que nos construye, que no desaparezca lo que hasta ahora nos hacía ser como somos. Annie Ernaux escribía en Los añossobre ese ruido nuestro. “Solo mirará en su interior para encontrar el mundo, la memoria y el imaginario de los días pasados, captar el cambio de las ideas, de las creencias y la sensibilidad, la transformación de las personas y del sujeto, que ella ha conocido y que no son nada, quizá, frente a quienes conocerá su nieta y todos los vivos en 2070.” Hace unos días os dije que había tenido la necesidad de dejar todo esto escrito, y justamente era por lo que apunta Ernaux. Por los que vendrán, sí, pero también por los nuevos nosotros que vivirán tras todo lo ocurrido. ¿Quién seguirá siendo el mismo? ¿Quién podrá hacer borrón y cuenta nueva ante los que han huido de la lucha por mantener la calidez? ¿Quién? Leía hoy a Elvira Lindo, en A corazón abierto, “no vivir es no sufrir y no saber”. Supongo que por vivir, por vivir intensamente, los acontecimientos a los que nos obliga la pandemia hace que suframos, porque sabemos, porque arriesgamos todo en el ojo del huracán. Nos dicen que debemos alegrarnos, seguir, porque estamos. Estamos sanos. Es entonces cuando vemos que el futuro vendrá, aunque sea distinto, y como dijo Leila Guerrierodeberemos “sonreír esa sonrisa triste de los que alguna vez fueron adictos a algo: la sonrisa de quienes están mejor de lo que estaban, pero no necesariamente más felices”. La sonrisa de quienes están mejor de lo que estaban. Aunque será imposible ser más felices, porque, acabando el relato de Köhler, “¡Qué decepción, descubrir que ni tan siquiera merecemos el canto de las sirenas!”. Ni siquiera eso.


Ni el canto de las sirenas

                                                                                                                   Mosteiros, São Miguel (Las Azores). Agosto 2019.



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