Escribo este post en un pequeño pueblo de pescadores, llamado Caridad. Son mis últimos días en Cuba y me embarga un sentimiento de nostalgía, que no logro sacudirme. Ha sido una experiencia increíble para mí, pero creo que especialmente para Itxaso y Ander, que han tenido la oportunidad de convivir durante tres semanas con personas diferentes en lugares también distintos, compartiendo vivencias con gentes que sufren por sus carencias, añoran mejorar su calidad de vida y reivindican, en muchos casos, mayores cotas de democracia y libertad. No saben que el capitalismo tampoco es la panacea y desconocen, o ahora mismo no les importa, la estela de desigualdades e injusticias que este modelo trae consigo.
No se puede juzgar a Cuba desde la distancia, ni se pueden dar lecciones desde la prepotencia a quienes deben buscar su propio camino; la situación económica y social es crítica y a ella habrá contribuido el régimen que gobierna la isla, pero, sin duda alguna, también el bloqueo económico impuesto por Estados Unidos y la posición común aprobada en 1996 por la Unión Europea, a iniciativa de José María Aznar. He recorrido otros países de América Latina y el Caribe, y en Cuba no he encontrado a nadie que pasara hambre, no estuviera escolarizado o careciera de asistencia sanitaria. La revolución ha contribuido a ello y lo ha hecho con convicción.
Sin embargo, son cada vez más las voces que demandan cambios y quienes esperan se debaten entre la esperanza y la frustración, según el devenir de los acontecimientos y los rumores que circulan por toda la isla, sin más fundamento que la ansiedad por saber y correr en busca de un futuro, que cuando llegue tampoco cubrirá las expectativas generadas. Donde Estados Unidos impone su credo los cambios generalmente no son para bien. Con motivo de la muerte de Orlando Zapata escribí un artículo de opinión en el diario El Correo (http://javiermadrazo.wordpress.com/articulos-de-opinion/cuba-%e2%80%9cni-infierno-ni-paraiso%e2%80%9d/) que corraboro punto a punto, después de mi visita a la isla.
Cuando oigo a quienes hablan de Cuba sentando cátedra, supuestamente indignados por la falta de democracia y libertad, me convierto en un adalid del régimen de Fidel Castro y soy capaz de recitar uno a uno todos sus logros. En cambio, cuando escucho a quienes no admiten un pero y reclaman adhesiones inquebrantables siento que no se puede frenar el deseo ni la voluntad de aquellos sectores de la población que reivindican más apertura y reclaman más reformas. Es posible que cuando se trata de Cuba todas y todos tomamos partido, en ocasiones con un exceso de dogmatismo. Yo, por mi parte, sólo quiero pedir respeto a las decisiones de quienes viven en la isla. A ellas y a ellos les corresponde elegir hacia dónde quieren ir. No caigamos en el atrevimiento de decirles qué deben hacer, cómo y cuándo.