La animadversión contra la izquierda por parte del establishment y sus voceros no tiene que ver con ninguna otra cosa que con la certeza de que la redistribución del poder político desemboca en una redistribución del poder económico. Por eso tardó tanto el sufragio, el acceso popular a los medios, el control democrático del ejército, de la iglesia y del conocimiento. Las desigualdades aguantan menos sin un relato que la sostenga y nadie cede un privilegio si no se le fuerza a que afloje.
Andan esta semana discutiendo entre periodistas por causa del director del digital Ok Diario. Quizá se esté distrayendo el asunto. Nadie se extraña de que huela a mierda en un vertedero. Lo que extraña es que huela a mierda en una aséptica clínica, en un comedor inmaculado o en una santa y pura iglesia.
En el caso de Inda nada extraña prácticamente de lo que haga: el comportamiento con sus subordinados, que haya sido condenado por mentir y obligado a rectificar bulos, su trato de favor a los generosos, que no le pagase la pensión alimenticia a sus hijos, que le retuvieran el sueldo (el abandono de familia es un delito de violencia económica y en Baleares se considera un delito de maltrato) y tampoco que le haya financiado el PP de Rajoy, el de Ayuso y el de Pablo Casado (hay que reconocer que su valor tiene sacarles la pasta a tres del mismo sitio jugando con sus rencillas).
Lo que extraña del auge de un periodismo nacido desde, por y para las cloacas es el envoltorio que le da La Sexta y, en concreto, Antonio Ferreras, que incluso estuvo en el lanzamiento de Ok Diario. Señal clara de que Ferreras sabía desde el primero momento de qué se trataba. La Sexta es Antena 3, que es el Grupo Planeta, que ha publicado también a Bono y a Revilla, que también van a la Sexta día sí y día también. Si estos grupos económicos se meten en los asuntos de Succession en el Partido Popular ¿no van a interferir cada día en sus informaciones y desinformaciones? Cuando se habla de gente que vota todos los días, las empresas de medios de comunicación son las que meten el voto en la urna.
Por eso, y como ya hemos contado alguna vez, en España, a diferencia de lo que ha ocurrido en Europa, el cierre mediático no se ha hecho al fascismo sino que se ha hecho al antifascismo. En un país con tanto demediación intelectual -demediar es una forma de pensar en chiquito que llega incluso a la dirección de los abogados madrileños- las limitaciones alcanzan a esas argumentaciones que buscan el justo medio y dicen que no son ni machistas ni feministas, ni fascistas ni antifascistas, ni virus ni antivirus ni inflamatorios ni antiinflamatorios.
España se ha enseñado mal y se ha aprendido mal (por eso no entiende tanta gente que Catalunya es una nación y les parecen una cuerda de gente que quiere joder porque tienen lengua, costumbres, referentes simbólicos y maneras de hacer propias) y en ese quehacer de usar la cabeza para embestir en vez de para pensar, los aparatos ideológicos llevan haciendo su agosto desde Fernando VII.
En pleno siglo XXI y con el auge de formas actualizadas y variadas de fascismo, el acoso en los medios se hace a la izquierda. No a toda, sino a la que está en contra de las guerras, a la que no es amable con el sistema, a la que cuestiona la monarquía, especialmente cuando no rinde cuentas, a la que señala a la derecha que ha robado, roba y robará, a la que critica a los que defienden la violencia y la exclusión que produce el sistema, a los que privatizan la sanidad y la educación, todo esto al tiempo que se normaliza y blanquea a los que reivindican la dictadura de Franco, a los que ponen nombres en Madrid a calles que reivindican el asesinato de 5.000 andaluces que huían de Málaga a Almería intentando escapar de la represión o a los que reconocen como suyos a generales asesinos. Que son los mismos que dicen de los que quieren fusilar a 26 millones de españoles que son su gente.
En el mismo Madrid en donde un diestro -porque zurdo no era-, toreó con una chaquetilla de grana y otro con los botones con la cara de Franco. Normalidad democrática.
No es fácil hacer política cuando la carga de información es tan desmesurada y tan contradictoria. Vox, el PP, Ciudadanos y el PSOE votaron en Europa contra una propuesta de la izquierda para liberar las patentes de las vacunas. Cuando la propuso Unidas Podemos en España, dijeron que era comunismo. Ahora que Joe Biden ha hecho la misma propuesta, dicen que es una gran idea. Y algo parecido ocurre con los tambores de guerra en Ucrania.
¿De dónde sacamos nuestras ideas sobre la política? Pues sobre todo de los medios de comunicación. No es que ellos tengan la culpa de todo: es que son en democracia el canal para construir la voluntad popular. Si el canal está averiado, el resultado final salido de las urnas por supuesto que es soberano y por supuesto que la decisión que emana de las elecciones es la que autoriza a gobernar. Pero el procedimiento está averiado. Porque la igualdad se ha desvanecido.
Pero eso aceptar el resultado de las urnas no implica que se tenga que comulgar con ese resultado, ni es lógico decir que no se puede criticar la opción política ganadora. Puedes ganar las elecciones y no tener la razón.
Podremos argumentar ese resultado e intentar descifrarlo buscando por qué han ganado unos y perdido otros, podremos explicarlo sobre la base de la precariedad laboral, del miedo que la precariedad crea, de la eficacia de los bulos repetidos hasta la saciedad, del deseo de salir de esa precariedad imitando a los que les va mejor, de la inseguridad a perder incluso ese trabajo precario, la habitación compartida y el metro abarrotado, entenderlo por la falta de respuestas que les ha dado el PSOE y el conjunto de la izquierda, podremos verlo como expresión del cansancio pandémico que lleva a odiar al que te confina y anhelar romper las cadenas más visible. En definitiva, podremos explicarlo con el deseo casi irracional de que todo esto pase pronto y la eficacia de unos mensajes por encima de otros.
Pero si una persona humilde vota igual que los ricos, si alguien que cobra el salario mínimo vota igual que Ana Rosa Quintana o Amancio Ortega o Florentino Pérez, los que no se equivocan son Ana Rosa, Ortega o Florentino. Porque ellos van a ver sus intereses resguardados. Y la gente humilde, no. Porque en medio de una crisis, si ganan los ricos, los pobres pierden.
No es extraño el intento constante de los medios de que Podemos desaparezca. En las elecciones en curso en Castilla y León hay informativos que se olvidan de informar sobre Unidas Podemos. Que no esté ya Pablo Iglesias no cambia las cosas, igual que cuando comenzaron los ataques a Podemos era evidente que cuando acabaran con uno iban a por el siguiente.
A Unidas Podemos se la puede acosar, calumniar, grabar sus conversaciones privadas en restaurantes, hacerle campañas machistas inmundas que twitter permite, pueden querellarse con sus miembros organizaciones criminales como Manos Limpias o los dirigentes de Vox querellarse con sus miembros, pueden insultar a sus líderes los periodistas, convertidos en voceros políticos de la derecha, podrán repetir mil veces que la libertad de expresión es la libertad de las empresas de medios, aunque sea para subvertir la democracia demonizando a las opciones políticas contrarias a sus intereses económicos. Hasta el Decano del Colegio de Abogados de Madrid puede decir pendejadas.
Unidas Podemos sigue molestando pese a que no haya acabado con las desigualdades de clase, de género y de raza, pero está en el Gobierno y porque no tener miedo forma parte de una manera de estar en el mundo que viene, cuando menos, de Robespierre y los que se sentaron en la Asamblea a la izquierda de Luis XVI en nombre de la fraternidad.
En la Universidad no se debe tratar a los alumnos como menores de edad ni se les debe tutelar paternalmente como si fueran incapaces de enfrentar la realidad. Cuando se hace política, no debe tratarse al pueblo como menor de edad ni tutelarles paternalmente. Eso solo sirve para conseguir adhesiones simples pero no ayuda a que se vaya ensanchando la conciencia.
Persuadir al pueblo como estrategia política es una forma de despreciarle. Es lo que hacen los anunciantes para venderles un detergente o para que vayan a las casas de apuestas. Los que dicen que hay que persuadir al pueblo suelen despreciar al pueblo. Algunos políticos quieren tratar a la gente como clientes, quieren gustarles como hacen los programas de televisión que se adaptan a los gustos que ya existen para ganar así más dinero.
En una política diferente podrán reprocharte que no te hayas sabido explicar mejor, podrán regañarte si has metido la pata y tendrás que reconocerlo. Pero con el paternalismo nunca ha avanzado la democracia. Nunca.
Una fuerza como Podemos -como todas las fuerzas que nacen de la lucha contra el neoliberalismo- no nació para sustituir a unas élites por otras, sino para cambiar la política. Sin la idea mítica de revolución que sirve más para decepcionar y asustar que para movilizar. Una fuerza que sabe que el régimen del 78 defiende al rey porque sin esa cúpula el tenderete se les desbarata.
Por eso, en los medios a unos les atacan y a otros les tratan como si fueran de los suyos. El día que algunos dejemos de molestar tendremos que preguntarnos cómo ha sido que hemos llegado a perdernos tanto el respeto.