Revista Opinión

Ni recesión, ni pensiones ni exterior ni defensa.

Publicado el 29 abril 2019 por Mike Sala @mikesala65

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Dejando a un lado si hubiera sido legal o no que Santiago Abascal hubiese participado en los debates de televisión con el resto de candidatos, reconozco que su presencia hubiera sido, cuando menos, determinante para aumentar las audiencias. 
Vox levanta pasiones y odios entre la gente, y provoca en los medios exactamente lo mismo. Pero desde el punto de vista informativo, insisto en que la presencia de Vox en los debates hubiera sido verdaderamente interesante.

La formación verde, si ahora se diera un debate a cinco, partiría con una enorme ventaja que un orador avispado podría rentabilizar de un modo definitivo: Vox no tiene historia. No tiene pasado político. Y para los que son dados a opinar que el que llega de nuevas no tiene experiencia (esto lo he oído yo en política local demasiadas veces), una respuesta tan sencilla como echarles en cara los casos de corrupción de sus propios partidos sería un argumento demoledor en contra. Ése es uno de los motivos por los que el resto de partidos no han querido debatir con otro nuevo que en poco tiempo ha cobrado una importancia que supera las expectativas más optimistas que aún deben confirmarse en  las urnas.
Pero estoy convencido de que las cuatro formaciones que participaron en los programas de televisión debieron sentir un gran alivio al confirmarse que Vox no estaría presente, porque de este modo se eliminaba casi totalmente el riesgo de que ciertos asuntos mucho más importantes salieran a debate para incomodidad de todos ellos.
Estaba hablando con un amigo por teléfono precisamente de esto, y horas después me encuentro con este tweet de Roberto Centeno; uno de los pocos personajes en España que se atreve a hablar con total claridad de la realidad y de la dirección que lleva nuestra nación en manos de semejante banda multicolor de políticos atrozmente ineptos y manipuladores.
Ni recesión, ni pensiones ni exterior ni defensa.
Centeno le recuerda a esta clase política de perturbados teletubies que la recesión que está a la vuelta de la esquina, o la extrema urgencia por crear las condiciones que permitan asegurar las pensiones, junto con la necesidad de redirigir la dirección de una política exterior que, desde los tiempos del infame Zapatero hasta hoy, ha dejado el prestigio de España en una posición entre el cero y la nada, o el agujero de seguridad que tenemos en unas fronteras en las que manda más la centralista Europa que nosotros mismos, son problemas demasiado importantes como para olvidarlos o frivolizar sobre ellos.
De hecho, repasando los diarios después de cada debate, es cierto que muy pocos periodistas han reprochado la ausencia de verdadero fondo en los discursos de los candidatos. Casi todos ellos, sus diarios y sus programas se han enfocado más en el “antes”, el “después” y el poco interesante “durante” de las intervenciones de los candidatos. Pero lo que realmente tiene el futuro de los españoles pendiente de un hilo parece ser un tema tabú, un lío  difícil de abordar, o un escaparate que muestra la incompetencia de cada uno de estos cuatro pájaros de cuenta que tratan de nadar hasta La Moncloa manoteando en su propio mar de mediocridad.
Quedan apenas cuarenta y ocho horas para que sepamos quién será el próximo presidente de gobierno de España. A partir de ese momento se despejarán las dudas sobre si las encuestas acertaron o si han vuelto a fallar. Si los votantes han creído los mensajes de los partidos, o si ciertamente existía un voto oculto que haya podido provocar un vuelco en las previsiones. Después, pasada la euforia de unos y la amargura de otros, España se enfrentará a cuatro años decisivos que marcarán su rumbo para las siguientes décadas. Pero en estos pasados debates televisados ha quedado bien claro que ninguno de los cuatro candidatos auspiciados por el globalismo ha presentado un proyecto que, partidismos y preferencias aparte, ofrezca esperanzas fundamentadas para liderar el gravísimo momento que estamos viviendo. Dios quiera que me equivoque.
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