- Ni soberbia ni pálida,
- la bailarina fue largamente lamida por el tiempo,
- hasta hacer de sus ojos un fruncido cráter bajo las cejas,
- hasta convertir sus piernas en las combas y crueles patas de la u.
- Sólo altiva en medio de las voces que convocan,
- a la fiesta, al sudor o al morirse
- —su propio quedar deshecha— en medio de la plaza.
- Aplaudimos sus bríos, los trucos que antaño le enseño la suerte.
- Regresa de todo ya, y más que el cuerpo, vemos el momentáneo trazo,
- el castañetear en el aire, el esqueleto que vence con gravedad la onda.
- Pero al final, cuando los brazos dibujan unas astas rojizas entre lo oscuro,
- dejamos la danza, nos quedamos con el signo.
- Tiene una luminosa ausencia.
***
- Roberto Méndez : Camagüey, Cuba- 1958