Pedro Paricio Aucejo
Desde sus inicios en el siglo XIII hasta el ocaso del siglo XVIII, la literatura polaca compartió los avatares comunes al resto de las letras europeas. Así sucedió con la difusión en Polonia de la literatura mística española del Siglo de Oro. Más aún, teniendo en cuenta el aumento de las tendencias antirreformistas experimentado allí durante el último cuarto del siglo XVI y el establecimiento en su territorio de dos órdenes religiosas de procedencia española (los jesuitas en 1564 y los carmelitas descalzos en 1605), esta nación mostró el ambiente idóneo para la propagación de aquella literatura espiritual.
Es en esta coyuntura en la que se produjo la irrupción de la obra de Santa Teresa de Ávila. Las primeras traducciones de sus textos aparecieron en el siglo XVII, proliferando sobre todo a partir de 1622, año de su canonización y comienzo de la propagación de su culto en Polonia, que desencadenó ya en dicha centuria la elaboración de modestas composiciones poéticas inspiradas en la vida y la obra de la escritora española¹. Sin embargo, hasta el siglo XIX no aparecieron publicaciones con ambición literaria. Según el hispanista polaco Kazimierz Sabik, así sucedió en el caso de los dos grandes poetas Krasiński y Miciński.
El primero de ellos, Zygmun Krasiński (1812-1859), acudió a la lectura de la Santa con ocasión de los momentos de melancolía y exaltación vividos en su intenso amor por una bella aristócrata. Bajo su influencia, además de otros escritos de menor importancia, publicó Fragmento imitado de la Glosa de Santa Teresa –considerada una joya de la poesía romántica polaca–, donde reconstruye las vivencias místicas de la carmelita vinculándolas con su pasión por la ingrata amada, con la que compartió en ocasiones la lectura de las obras de la religiosa abulense: el amor no correspondido agudiza las vivencias íntimas del escritor y le hace sentir la necesidad de exteriorizar su arrebatamiento.
En esta paráfrasis el poeta polaco se identifica con la poetisa española y, comparando la fuerza del amor que esta siente por Dios con su pasión por la aristócrata, escribió en su correspondencia: “Los siglos nos separan y, sin embargo, nuestras almas sentían de la misma manera”. Igualmente, dirigiéndose a su amada, anotó: “Porque te amo a ti, he comprendido a Santa Teresa”. Así las cosas, esta obra debe ser considerada como una expresión de la peculiar religiosidad de Krasiński y de su mentalidad creadora (análoga a la de la mística, según se comprueba en la comunicación epistolar del escritor), pero, sobre todo, como una sublimación erótica, expresión de la exaltación de su amor terrenal.
Por lo que atañe a Tadeusz Miciński (1873-1918), el segundo poeta citado y eminente representante del neorromanticismo, tenía una personalidad típicamente mística, con ambiciones filosóficas, que dirigió hacia meditaciones sobre los problemas del bien y del mal. En su poema Morietur stella –Estrella moribunda–, inspirándose también en la Glosa teresiana, se debate en rebelión contra Dios. A diferencia de la Santa, en cuya obra se basa sobre todo para elaborar una imagen distorsionada del castillo místico, el poeta polaco desea inicialmente a Dios, le invita al castillo de su alma, pero le rechaza después y le culpa de su infeliz destino hasta renegar de Él. Miciński figura aquí como representante de la humanidad que perdió a Dios y “en vano vive, y en vano muere”. Este poema tiene como punto de partida el éxtasis religioso de la descalza castellana, pero acaba por encontrarse en un polo opuesto –de rebeldía constante– donde se yergue un “negro castillo del alma”, diametralmente diferente del teresiano palacio de cristal.
En definitiva, la riqueza del mensaje humano y divino de la obra de Teresa de Jesús, sin dejar de aportar un cierto enriquecimiento espiritual a estos dos destacados poetas polacos, ha fructificado sobre todo como fuente de su inspiración literaria, aunque alejada de la verdadera finalidad trascendente de nuestra mística. Por una parte, ella –que no ignoraba ni la importancia ni la relatividad del imperfecto amor humano– era sabedora de la necesidad de un amor pleno, basado en el conocimiento de ‘qué cosa es mundo, y que hay otro mundo, y la diferencia que hay de lo uno a lo otro, y qué cosa es amar al Criador o a la criatura’. Su opción definitiva fue la del amor verdadero que sigue ‘el que nos tuvo el buen amador Jesús’, cuya fuerza redentora del mundo se halla en la cima del proceso espiritual. Por otra, ni su ánimo se alimentó de una actitud de rebelión contra la realidad ni se quedó en un mero desgarramiento terrenal. Anclada su alma en la humildad (‘andar en verdad’), aprendió a integrar adecuadamente la realidad en el escenario de la vida verdadera y, sin la arrogante pretensión de diseñar un proyecto alternativo de vida, dejó esta en las manos de la omnipotente providencia divina.
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¹Cf. al respecto, SABIK, KAZIMIERZ, Los místicos españoles y Santa Teresa en Polonia, en ‘Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica (8)´, Seminario ´Menéndez Pelayo’, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1987, pp. 255-262.