P. me pregunta: ¿y quieres estar con una persona así? Me quedo con la boca abierta, sin saber qué contestar. Mi respuesta sería Sí, pero me quedo callada al caer en la cuenta del poco sentido que tiene ese sí para cualquier persona que vea la situación desde fuera. Supongo que no, que no debería querer una persona así en mi vida.
Por dentro, me enfado con P. aunque no lo muestre en el exterior. A veces, me gusta. Otras me pregunto por qué quedo con alguien tan gilipollas. Le gusta vestir de traje. No lo entiendo. Me pregunta, bromeando, si le he echado de menos. Le soy sincera y le digo que no. ¿Se puede echar a alguien de menos estando de vacaciones?, le pregunto. Sé la respuesta, es sí, pero no a él.
«Hay personas que nunca se cruzan según lo que cobran», canto a voz en grito en ese concierto en el que faltas. Me dices que me envidias, ha sido tu elección no venir, podrías haberlo hecho. La frase no aplica con P. Me lo encuentro dos veces por casualidad de noche en la ciudad. Él tan él, yo tan yo. No pegamos.
Me encuentro una moneda de 5 céntimos y me agacho a recogerla. Buena suerte, me dice mi amiga. Y me acuerdo de ti, después de tantos años, que me decías que solo traía buena suerte si la gastabas ese mismo día. Pago con tarjeta, así que no uso esa moneda. No tendré suerte, supongo.
“Estoy enamorado de ti”, me decías tumbado en la cama a mi lado, el codo apoyado en la almohada y una mano sosteniendo tu cabeza. Me mirabas como si no hubieses visto nunca nada igual. Y yo te contestaba que te quería mucho, pero que no sabía si eso era estar enamorada, que yo no le ponía nombre a lo que sentía por ti. Me siento tonta ahora por no saberlo.
Ayer por la tarde, volví a salir de Sants. La misma sensación de familiaridad. Vi la luna, una D enorme, rellena de luz, recta. La volví a ver desde la ventana de mi salón, mientras me lavaba los dientes. Pienso en el texto que perdí sobre Génova. Fuiste con S., pero en el relato ibas conmigo y no me hablabas del ambiente bohemio del hostal, de los sofás, del acantilado que se veía desde el balcón, de cómo colgaban del techo notas de otros viajeros como tú, sino que yo misma lo vivía. Estaba allí contigo y me abrazabas. Sin embargo, el papel en que escribí esas ensoñaciones desapareció. Algo me decía que dejase de inventarme cosas, que no tenía derecho de cambiar el pasado.
Me encuentro a Carolina paseando con su estúpido perro. Está muy fea sin maquillar. No sé por qué antes te caía mal y ahora bien. Finjo que no la he visto, bajo la mirada a la pantalla de mi móvil. Ella se coloca a mi derecha en el paso de cebra, esperando a que el semáforo se ponga verde. No quiero pararme a hablar con ella y mentirle, decirle que no hablamos, que no me escribes, que no me quieres. Siento que todo el mundo que te rodea piensa que estoy loca.
Saco las llaves rápido del bolso para abrir la puerta, aunque la pobre mujer ya tiene las suyas en la mano, después de haber rebuscado un rato en su bolso. Pensará que soy una impaciente, odiará a los jóvenes, ellos tan estúpidos. Me importa lo que piensen de mí los demás.
Es como si me dijeses:
Ich halte dich nicht fest
Und ich lasse dich nicht los