Nicolás
Lo vi por primera vez en medio de la tierra arada y la neblina mañanera afuera el frio de julio jugaba una de sus mejores partidas. En camiseta y pantalón vaquero, a lo lejos su espesa barba parecía una enorme sombra sobre su pálido rostro; manipulaba con gran destreza una pala de labrar. Podía verlo más con mi imaginación que con mis ojos. Después de realizar un hoyo en el surco, sacaba del morral el puño cerrado y esparcía, a la distancia solo percibía el gesto de la mano abriéndose en abanico, sin apuro, como disfrutando de cada movimiento. No parecía estar trabajando. Parecía estar creando.
Me acerqué a la gran mesa de la sala, me serví café caliente sin quitar la mirada del enorme ventanal; no podía dejar de mirar a aquel hombre, elucubrando sobre quien sería.
-¿Miras a Nick?, pregunto Álvaro, a quien ni siquiera había oído entrar. No me sorprendió su voz ya que era lógico que él debía estar en alguna parte.
Y contesté: – Sí, ¿quién es ese sujeto? ¿ es algún alemán de las colonias?
– No, es un norteamericano amigo mío de la universidad, se vino a quedar un tiempo con nosotros.
Esa fue la carta de presentación de aquel extraño personaje. Dispuesto a aprender todo de nosotros y de dar todo de sí.
Los niños lo acosaban a preguntas y a malas palabras, se reían de sus ocurrencias y sobre todo del canto extraño de su pronunciación. Eran sus mejores maestros de idioma y de la vida, le enseñaban con avidez cada palabra y se la hacían pronunciar cien veces entre risas y carcajadas. Pero quedaban de bocas abiertas y ojos agrandados, cuando Nick y Álvaro entablaban en ese lenguaje tan raro largas conversaciones.
Nada parecía sorprender a Nick, su mirada tranquila se expandía en el ovalo de su rostro. La gente en la calle, se volteaba a mirarlo, llamándole la atención su vestimenta y todo de él. Transmitía una especie de aura que por momentos se podía materializar en una tierna caricia. No obstante, un día un grupo de jóvenes se le acercó para burlarse, mientras él iba con la canasta del mercado en su brazo, la reprimenda que se llevaron a pesar de la extraña mezcla de su idioma, les dejo claro con quién se habían metido y se alejaron rápido, sin volver la cabeza.
Muy pronto se las ingenió con el apoyo de Álvaro para conseguir un trabajo. Daba clases prácticas de inglés en un liceo en la ciudad de Sauce; se iba los 25 Km que lo distanciaban de allí en una pesada bici; conocía lo endebles que resultan en la ruta los ciclistas sin embargo, jamás fue en bus, que hubiese sido más rápido y seguro.Un día me invitó a ir con él en esa travesía, en una pequeña bici que me consiguió y adelantándose a mi ineficacia llevo una soga para atarme a su bici cuando me cansara, eso sucedió y no muy lejos. Lo que desató sus fuertes risotadas.
Aprendí con él a atender cosas que jamás antes había prestado atención, me explico que: cuando detrás de nosotros venia una luz; tenía que verla abrirse hacia el centro de la ruta, si eso no sucedía, debía orillarme a gran velocidad, porque no me habían visto y si no me apartaba con la suficiente rapidez, moriría.
Solo muchos años después llegue a comprender su manera de vivir y de disfrutar la vida. Me ayudó a entender que había cosas más importantes que vivir con el único objeto de ganar dinero. Mucho tiempo después pude captar y disfrutar de esa paz de ser un caminante.
Unos meses después alquilamos una casa en la ciudad de las piedras, él y otros cinco más, queríamos vivir una experiencia comunitaria; compartiríamos nuestras pertenencias como una familia. Gran parte de la personalidad bohemia que tengo, empecé a adquirirla de esa etapa de mi vida y de su paciencia magistral para enseñar todo; de sus ideas e ideales de los que jamás había oído antes. Él entendía todo menos la holgazanería, una de las pocas cosas que si solía enojarlo; cerca de él trabajabas o trabajabas. Cuando se rompía algo, se ponía a arreglarlo, conmigo a su lado hasta que aprendiera como solucionar el problema. Mucho tiempo después y en otra vida que jamás pensé vivir, sus enseñanzas me ayudaron a superar grandes escollos.
Un poco más adelante trajimos a nuestra casa comunidad una chica huérfana, quién se encontraba bajo la custodia del hogar de menores adolescentes del Estado. La fuimos a buscar juntos, tenía solo 15 años se llamaba Ana; también se rio de la forma extraña de hablar de Nick, quien a esa altura ya era un docto en nuestro idioma, aunque su tono de norteamericano no lo podría borrar nunca.
Con Ana ya instalada entendimos que, era casi imposible enseñarle muchas cosas; con su corta edad ya sabía de violaciones y de prostitución, más que de lectura, de música o de cocina. Era una maestra en el escape, ya no encontraban manera de retenerla contra su voluntad por eso el estado intentó algo alternativo. Su belleza deslumbraba a primera vista, ese fue su gran enemigo, condenándola a un destino muy injusto.
Una noche nos quedábamos a escuchar música y a charlar; Ana de la nada le preguntó a Nick; cuándo había sido su primera vez. La respuesta no se dejó esperar: – Yo ser virgen.
Esa frase se terminó junto al torrente de risas y carcajadas de Ana que, acabó en el piso revolcándose de un ataque de risa, no concebía cosa semejante, menos aún oírlas brotar de la boca de un hombre grande; para ella Nick era un viejo con sus 28 años. Él observó sus aparatosas risas con una ternura comprensiva aunque, se podía leer mucha pena en sus pupilas.
No he vuelto a saber de él; no sé qué fue de su vida; lo que sí puedo asegurar es que cambió la mía para siempre.