Revista Cultura y Ocio

Nicolas Kingman, el escritor y periodista que huyó del centenario | Aitor Arjol

Publicado el 20 abril 2018 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Aitor Arjol |@aiotorarber

(Publicado originalmente en diario digital La voz del sur, España, el 3 de abril de 2018)

Nicolas Kingman, el escritor y periodista que huyó del centenario | Aitor Arjol

Nicolás Kingman, en una de sus interminables veladas. Fotografía: archivo de la familia Kingman.

El 18 de marzo de 2018 se iba Nicolas Kingman a los 99 años, no tan lejos de presumir del centenario de edades, cuentos y anécdotas al país que le vio nacer un 18 de noviembre de 1918 en Loja (Ecuador). Escritor y periodista. Una infancia resumida en Quito y posteriormente en Guayaquil. Había tenido a Enrique Gil Gilbert como profesor de Literatura, quien le motivó a entregarse a la literatura y finalmente “hubo una amistad, la misma que me permitió relacionarme con el resto del Grupo de Guayaquil: José de la Cuadra, Joaquín Gallegos Lara, Alfredo Pareja Diezcanseco y Demetrio Aguilera Malta”, tal y como señalan en el diario El Universo.

Del Grupo de Guayaquil se nutriría gran parte de su creación novelística, caracterizada por ese vivo sentido del humor tan característico de los lojanos y, sobre todo por la contundencia de su compromiso social. Sobre Gloria Garcés, su mujer de toda la vida y con la que tuvo cuatro hijos —Eduardo, Carmen Elena, Santiago y Simona—, se enorgullecía de señalar que “era una joven hermosa… muy guapa. Tenía una gran inteligencia. Antes conquistábamos con serenatas a las muchachas y por suerte ella sí me abrió la ventana de su balcón y su corazón”.

Los diarios El Telégrafo y el Expreso fueron algunas de sus canchas periodísticas durante muchísimos años. Se desempeñó como diputado entre mediados de los años 40 y 50, así como después en otros cargos públicos, además de pertenecer a instituciones como la Casa de Cultura Ecuatoriana o el Consejo Editorial de la Biblioteca del Banco Central. A mediados de los 70 empezó a publicar sus primeros relatos y junto a su hermano Eduardo —grandísimo pintor ecuatoriano— abrió el camino a otros jóvenes creadores, por lo que recibió el Premio Nacional de Cultura ‘Eugenio Espejo’ en 1997, máximo galardón que Ecuador concede en el ámbito cultural. De ahí, hasta la edición de sus Obras Completas que contienen la relación de sus crónicas periodísticas, cuentos y novelas como Dioses, semidioses y astronautas y La escoba de la bruja.

Una de sus nietas recuerda alguna de tantas noches, en que se fue la luz en Rumihuaico y se quedaron conversando Nicolás y ella durante largo tiempo, “hablando quizá de su infancia, de los tangos, del poeta Clavijo o de su hermano Cesar Augusto, que dejó escondido un tesoro en algún muelle gringo…”. Asimismo Manuel, otro nieto, recuerda con infinita gratitud las historias del abuelo, las mismas pero “contadas de mil manera diferentes, historias que nos sabíamos de principio a fin pero que nunca nos aburrían. La peripecia para salir de Loja, el asedio de los chulqueros, el viaje en mula, la llegada a Quito, la pobreza, su vida en Guayaquil, el puerto…” y que “quiso ser cantante de tango, (…) ahorrando centavo a centavo había conseguido para la entrada al concierto de Gardel, justo en el momento en que venía se accidentó…”.

Pero no hacía falta que se fuera la luz para que Nicolás soltara toda la chispa que llevaba dentro, como en aquella antiquísima costumbre del filandón que aún se conserva en las montañas de entre Galicia, el norte de Leon y Asturias, pues después de cenar acostumbraban a reunirse en rededor al fuego del hogar, y narraban cuentos oralmente al mismo tiempo que compartían las tareas que fuesen, como desmenuzar el grano o atender la sonrisa del abuelo.

Desde 1985 había sido director del diario La Hora. Precisamente entre sus virtudes los compañeros que de alguna forma trabajaron, convivieron o conversaron largamente con él, destacaban su generosidad, transparencia y grandísima elocuencia en torno a las circunstancias sociales, políticas y culturales del país. Un hombre amplio y ameno en su forma de referirse a los conocimientos que atesoraba y que, en lo que respecta a mi origen de ultramar, bien podrían recordar a excelentes cronistas de mi tierra como el gallego Álvaro Cunqueiro; al propio Miguel Delibes en cuanto a su rico y amplio anecdotario; o, a los aragoneses Emilio Gastón y José Antonio Labordeta en relación a la integridad de espíritu.

El subdirector del diario La Hora, con motivo de la despedida de don Nico —así era como le conocían—, señalaba que aprender con él constituía “un fascinante curso sobre la cultura y la historia de Ecuador sembrado de erudición, vivencial, plagado de vivaces anécdotas y testimonios de primera fila. Un curso cotidiano entre el humo de sus sempiternos cigarrillos y regado de vapores del alcohol más humilde y espléndido”, desde aquella mañana veinte años atrás en que “fui presentado en su oficina (…) a Nicolás Kingman, quien fumaba infatigablemente y escondía apenas un vaso de ron en uno de los cajones de su escritorio”.

Con Nicolas Kingman se va buena parte de la memoria histórica de Ecuador; dejando un legado ingente y la lógica sensación de vacío y tristeza entre los suyos. Pero la luz es inminente y nunca se apaga.


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