Revista Cultura y Ocio

Nicolás Kingman: un observador de lo fantástico | Iván Rodrigo Mendizábal

Publicado el 20 abril 2018 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Iván Rodrigo Mendizábal

(Publicado originalmente en revista digital internacional Amazing Stories, Hillsboro, NH, el 23 de marzo de 2018)

El pasado 19 de marzo falleció en Ecuador el escritor y periodista Nicolás Kingman Riofrío. Merece una nota precisamente porque es un autor que también aportó al desarrollo de la literatura de ciencia ficción y de la fantasía en dicho país.

Un breve perfil de Kingman

Nicolás Kingman: un observador de lo fantástico | Iván Rodrigo Mendizábal

El escritor ecuatoriano (Loja, 1918-2018) Nicolás Kingman Riofrío. (Tomado de Diario El Universo, Guayaquil).

Nicolás Kingman Riofrío nació en la ciudad de Loja (Ecuador) el 18 de noviembre de 1918. Su trabajo es reconocido en los ámbitos del periodismo y de la literatura, sin descontar una etapa de su vida en el campo político.

En el contexto del periodismo trabajó como periodista y cronista en ciertos periódicos ecuatorianos, hasta convertirse en director del diario La Hora. En el literario, se formó en contacto con los escritores del Grupo de Guayaquil, quienes cultivaron el realismo social en la década de 1930. Su diálogo e interacción con los escritores de dicha generación y otros, en los siguientes años, le permitió elaborar un estilo propio en sus novelas y cuentos que, si bien rayan en el realismo social, al mismo tiempo tienen cierto tono fantástico. Por su labor intelectual recibió premios y honores, entre ellos, la Condecoración al Mérito en 1995, otorgado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana y el premio nacional Eugenio Espejo en 1997 concedido por el Gobierno de dicho entonces.

Su trabajo literario

De su obra literaria hay quienes han resaltado un factor: el humor que incluso bordea la ironía. Benjamín Carrión (1) precisamente lo dice cuando elogia el libro de cuentos de Kingman, Comida de locos (1974) y lo reafirma Raúl Pérez Torres cuando señala que en la novela Dioses, semidioses y astronautas (2000) dicho humor a veces se torna negro, sarcástico. Incluso Alejandro Querejeta Barceló (2) califica el estilo de Kingman como esperpéntico donde lo burlesco se codea con lo satírico y lo grotesco.

¿Cómo se perfila todo ello? En sus obras, los escenarios que pueblan los cuentos y las novelas de Kingman son rurales. Sin embargo, valga la aclaración, este autor lojano no hizo novela indigenista ni neoindigenista y, aunque hay quienes podrían identificar en sus trabajos ciertos rasgos del costumbrismo local, es evidente que su mirada está asentada en el color, en el lenguaje, en las dinámicas de lo rural. Es decir, Kingman representa la atmósfera campestre, de pueblos alejados de los centros urbanos (o quizá ellos con aire ruralizado), los motivos o personajes que están allá, sobre todo mestizos que, enamorados de lo natural, pretenden vivir en lo que podría ser un ambiente pastoral. Con ello, en cierto sentido, el lector parece sentirse atrapado por el aire sublime y, al mismo tiempo, bucólico de lo que puede implicar lo rural.

En este contexto, sin embargo, la cuestión es que en lo rural Kigman hace estallar, primero, de un modo sutil, y luego, hasta el éxtasis, lo dislocado de alguna situación, paradoja que, para los comunes ciudadanos, para los personajes que creen vivir ese ambiente de un eterno verano, no les es extraño. Pues bien, la extrañeza, un factor que haría a la ficción y más aún a la literatura fantástica y de ciencia ficción, se va dibujando poco a poco (y no de golpe) transformando la lectura de alguien que incluso puede estar desprevenido.

Y, ¿qué es esa extrañeza que estalla de manera silenciosa entre las líneas de alguno de los cuentos y novelas de Kingman? La cuestión de ser modernos dentro de lo rural. Los personajes, mestizos o campesinos “blanqueados”, se miran ya sea como europeos o extranjeros; pese a sus costumbres locales, pareciera que están convencidos en que son cosmopolitas; lo que les une o les teje como comunidades es el rumor, es una envidia que no se proclama pero que se actúa; y, entre ellos, también está el deseo de irse, ausentarse, pero al mismo tiempo de aferrarse a la casa que les dio origen.

Dioses, semidioses y astronautas

Nicolás Kingman: un observador de lo fantástico | Iván Rodrigo Mendizábal

Portada de la novela de Nicolás Kingman Riofrío, “Dioses, semidioses y astronautas” (1982).

Dioses, semidioses y astronautas: así se titula una de las novelas de Nicolás Kingman Riofrío. Publicada en 1982 (La Quimera Editorial) fue galardonada con el Premio José Mejía Lequerica. Su título es, desde ya, emblemático ya que encierra entre sus palabras las ideas sobre lo mítico y lo posmoderno, acaso los dos polos que están en las ficciones de este escritor lojano. Fuera de ello, es la única novela de Kingman que dialoga con la ciencia ficción tomando las estrategias de una narrativa “ruralista” con lo fantástico.

Dioses, semidioses y astronautas es la historia de un pequeño pueblo, Chinguilamaca (de hecho, un pueblo localizado en Loja-Ecuador), con su diversidad de personajes, cada cual más pintoresco. Kingman narra este pueblo y sus vicisitudes como un gran fresco coral: la novela, para el caso, usa capítulos que hablan de una Génesis, unos Descarriados, un Hijo Pródigo…, un Diluvio, hasta el final, con un Milagro. Como quiera verse pareciera ser un libro que intenta, teniendo en cuenta los capítulos, plantear una Historia (con mayúsculas) de una comunidad social y política humana, ironizando con imágenes, además, que podrían ser de tono bíblico.

Tal fresco coral literario (perdonen esta especie de denominación redundante) muestra un pueblo donde los indígenas son como un coro presente, pero donde los verdaderos actores son mestizos o campesinos traspasados por creencias, por mitos, por rumores, por comportamientos contradictorios: estos claramente son obedientes a los designios divinos y, claro está, sus representantes en la Tierra, sobre todo los sacerdotes, son seres humanos que, a la final, hacen cosas terrenas, entre ellas, producto de ser tentados hasta caer en corrupción. Claro está que la novela no enfatiza en ellos o, si se quiere, se los muestra como parte de las voces cantantes cuyas acciones llevan a los otros personajes a jurar y a maldecir sus destinos.

Lo importante del fresco literario es el aparecimiento de voces distintas, todas ellas tejiendo una red infinita de hechos cuyo color descubre las paradojas del pueblo en cuestión. Por ejemplo, se dejan engañar por un embajador español quien, a propósito de rememorar la colonización en América, reedita lo que Colón y otros expedicionarios hicieron: cambiar oro por espejitos; en el caso de la novela, quienes engañan a la población se llevan los tesoros coloniales de la Iglesia a cambio de dádivas. ¿Una crítica al asistencialismo europeo o norteamericano que fue predominante en América Latina en la segunda parte del siglo XX?

Producto del robo, entonces, hay una especie de maldición divina, pues ya no llueve en la región y hay sequía, con lo cual aparecen los dispuestos a aprovechar y a inculpar a otros. Hasta acá la novela habla de los comunes mortales y de esos falsos “dioses” que hacen creer en sueños a los pobladores andinos.

En el meollo del asunto surge un médico el cual, además, ha hecho experimentos y ha logrado la medicina para la inmortalidad. Su propósito ahora es socializarlo y curar a los pobladores. Es con este personaje que Kingman dialoga con la ciencia ficción (aunque no solo con aquel como veremos más adelante). El médico es un hombre bienintencionado, pero se cree semidiós a partir de su descubrimiento y transformación. Kingman, con este personaje, parece aludir a un fenómeno cuya huella cultural y social hasta hoy es comentado: la extrema longevidad, rayando en la inmortalidad, de pobladores de la región de Loja (el propio Kingman murió a los 99 años).

En resumidas cuentas, este médico, quizá una representación de una deidad, en efecto, hace lo que tiene que hacer: sanar enfermos, darles nueva vida, extender sus existencias y, con ello, lograr la felicidad. Y, para colmo de males, además hará llover valiéndose de su experticia científica. Sin embargo, Kingman, desvía el asombro ante este personaje y sus logros y quiere exponernos algo que algunos filósofos se habrían planteado: ¿acaso la inmortalidad es la solución a los problemas de la humanidad? En realidad, en Dioses, semidioses y astronautas, la inmortalidad se presenta como un problema para este médico quien descubre que ni siquiera la mordida de la serpiente más poderosa puede matarlo (y peor suicidarse), cuestión, que llevada al plano social implica que la inmortalidad promueve un mundo plagado de hedonismo puro donde el ser humano olvida su espiritualidad y se entrega solo al placer mundano o al solaz de lo material. Es uno de los grandes dilemas que la ciencia ficción andina, como es el caso de la novela de Kingman, más aún, basándose en un hecho que es parte de la existencia y el imaginario lojano-ecuatoriano, el que en Loja la gente vive más, se constituye en un tópico digno de reflexionar.

Entre los motivos o personajes que revolotean las dinámicas del pueblo está una familia que parece conectarse con el mundo cósmico. El papá se llama Galileo, un activista (o bien un sindicalista) que pone la voz cantante en el murmullo de las otras voces de mestizos y de curas en medio de los conflictos sociales que vive el pueblo por causa de la sequía. Galileo está más conectado con las ideas científicas y su interés por promover al médico descubridor entre el pueblo es importante. Aquel tiene dos hijos, Tolomeo y Copérnico, aficionados a la astronomía. Particularmente con estos últimos dos personajes que Kingman profundiza con la ciencia ficción y también la fantasía. Pues estos, dada su curiosidad por las estrellas, además por el deseo de viajar como astronautas, descubren un planeta al que nombran de Frías.

El Planeta Frías es una invención y, en cierto sentido, la representación de un lugar ideal, un hábitat distinto a lo que se vive en Chinguilamaca, poblado de pasiones y de engaños. Nótese que Tolomeo y Copérnico (al igual que Galileo), son como guiños que hace Kingman a un astrónomo y matemático griego, en el caso del primero, y al formulador de lo que se conoce la teoría heliocéntrica del sistema solar, en el caso del segundo. En síntesis, son alusiones a la astronomía y a la matemática, o, para la novela de Kingman, el deseo de mirar más allá y de calcular cómo alcanzarle.

En todo caso, el autor no hace elucubraciones sobre cuestiones científicas (aunque hay partes en la novela donde especie de reflexiones sobre ciertos aspectos que tienen que ver con ella, dígase, por ejemplo, la inmortalidad, la rotación de los planetas, etc.); lo que hace, con estas imágenes es llevar al extremo la idea de los posibles viajes utópicos a tierras mejores o, mejor dicho, burlarse de las expediciones a lugares “fríos”, sin vida, mientras en las tierras lojanas está lo “caliente”, es decir, un mundo festivo y colorido del cual se enamoran los extranjeros.

Gracias al médico inmortal supuestamente los astronautas Tolomeo y Copérnico por fin irán al Planeta Frías. Pero como todo el mundo no cree en estos astronautas rurales, (porque en realidad de lo que se trata es que en los pueblos, donde predomina una mente “rural”, la gente no cree siquiera en sí misma), la confusión de un avistamiento de un ovni, en el justo momento en que los nombrados astronautas lojanos desaparecen, cierra el mito del encuentro con la inmortalidad verdadera, aquella que viene de los “verdaderos” dioses que viven en las estrellas.

Es evidente que Kingman incluso se burla de todos esos imaginarios sobre ovnis que, en efecto, desde la segunda mitad del Siglo XX, parecen poblar las mentes de las sociedades urbanas desencantadas por la política, sus estratagemas y sus engaños.

A modo de conclusión

Diré que Kingman, por su peculiar modo de narrar lo local y hacerlo estallar desde su interior, justamente se sitúa entre esos escritores ecuatorianos que, como observadores de lo fantástico de la realidad social, cultural y política, hacen que eso que es aparentemente familiar, se vuelva extraño. En el caso de la novela Dioses, semidioses y astronautas, incluso, al emplear ciertos recursos de la ciencia ficción, lo fantástico se muestra como grotesco.

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Notas:

(1) Las menciones sobre Carrión y Pérez Torres, y otros más pueden ser leídas en el artículo compilatorio: “Sobre comida de locos” publicado por el diario La Hora, el 1ro. de agosto de 2010, disponible en: https://lahora.com.ec/noticia/1100990397/home

(2) Sobre el estilo y el trabajo literario de Kingman, ver el Prólogo que Querejeta Barceló realiza en las Obras Completas de Nicolás Kingman (Diario La Hora, 2002). El texto está disponible en: https://lahora.com.ec/noticia/1100989824/prc3b3logo


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