Revista Opinión

Nicolas maduro: crónica de la muerte de un dictador

Publicado el 17 mayo 2019 por Carlosgu82

No hay que ser agorero o saber leer una bola de cristal para predecir el final del dictador venezolano Nicolás Maduro Moros. Sin duda, va por el camino de los más sanguinarios caudillos de la historia contemporánea.

Puede terminar cual Sadam Husein que apenas tuvo tiempo para ordenar sus pensamientos murmurando una plegaria que invocaba el nombre de Mahoma cuando su verdugo jaló de la palanca que lo precipitó al vacío, colgado de una soga. Su cuerpo quedó balanceándose ante la mirada del mundo que desde cualquier monitor o celular fue testigo de su decapitación decretada por el propio pueblo irakí.

El día que desaparezca Maduro, no nos extrañe leer relatos similares a éste o a los que describen la captura de Bin Laden, a quien el propio ejército pakistaní había capturado y finalmente entró en contacto con el pentágono para entregar al líder de Al Qaeda. Un alto cargo del ISI -el servicio de inteligencia militar de Pakistán- hizo presencia en las oficinas de la CIA en Islamabad para decírselo, en agosto de 2010. La persona, cuyo nombre no desvela la fuente, sólo quería dinero, y ahora vive en Estados Unidos, donde trabaja como consultor de la CIA.

Sin embargo, las últimas pataletas de ahogado del caudillo castro comunista, indican que anda refugiándose en diferentes bunkers del Fuerte Militar “Tiuna”, pero no descartamos la idea de que comience a alejarse de los militares, debido a la última asonada militar por la liberación de Venezuela (30 de abril), como mejor alternativa para no caer en una muerte a lo Bin Laden, lo cual lo conduciría hacia la población civil, hacia sus “colectivos” y su “milicia bolivariana”, donde su final estaría más cercano al del líder Libio Muamar Gadafi.

A Gadafi los milicianos leales al Consejo Nacional de Transición (CNT) aseguran que lo encontraron escondido en un agujero y que le dispararon cuando intentó huir. Sin embargo, posteriormente, como siempre la tecnología se encargaría de ampliar el viacrucis del dictador Libio, quien al parecer no habría muerto tan rápidamente, sino que habría recibido un disparo en la cabeza, razón por la cual se le ve trasladado brutalmente por rebeldes libios sobre el capó de un vehículo, ensangrentado, sin casi poder mantenerse en pie, aunque consciente. El coronel es posteriormente rodeado por numerosos revolucionarios que zarandean su cuerpo e introducen en un camión. Luego el CNT informó que Gadafi murió de unos disparos en la cabeza y en el abdomen, cuando estaba bajo custodia, luego de ser golpeado atrozmente por el propio pueblo libio.

El encono que respira el pueblo venezolano contra el último de sus caudillos es similar o quizás peor al del pueblo irakí, pakistaní o libio, de tal suerte que no nos extrañemos que esta crónica de una muerte anunciada  se produzca en dimensiones mucho más atroces que las que podemos vaticinar, toda vez que en su intento por salvarse, Maduro y sus cubanos, intentan involucrar a rusos, chinos e iraníes.

Lo que parece inevitable es que ante una caída del régimen castro comunista y militarista venezolano, tal es la animadversión que se ha ganado el tristemente célebre líder chavista, que dificultamos que quienes logren su captura puedan evitar un final a lo Gadafi, Bin Laden o Sadam Husein.

Eso nos pone ante la posibilidad de un escenario recientemente acontecido en tierras incaicas, que si bien es cierto no obedece a una reacción contra un opresor dictatorial, sino a una acción judicial, en medio de la tan mentada democracia peruana, contra la renombrada corrupción política. Allí, captamos la escena de un suicidio al que fue conducido por su propia conciencia el otrora líder político peruano Alan García Pérez, dos veces Presidente del Perú, quien no soportó la idea de ser condenado a pasar el resto de sus días bajo cuatro paredes.

Este extraño suicidio hizo que el ex Presidente peruano pasara a ser reconsiderado por sus seguidores, incluso por sus adversarios, quienes le otorgaron el derecho de la duda, ante la repentina intervención fiscal del ejecutivo peruano, de madrugada, que de alguna forma habría propiciado ese sorpresivo suicidio.

No sabemos hasta qué punto Maduro observa estos finales como vías de escape a su laberinto ya decretado por sus propias precariedades gubernamentales y abusos de poder descomunales, pero de cierto os digo que no sería nada extraño que ya libretistas e historiadores procomunistas estén escribiéndole un final a lo Allende.

Amanecerá y veremos.

JCR

NICOLAS MADURO: CRÓNICA DE LA MUERTE DE UN DICTADOR


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