En la década de los cuarenta, Alan Jay Lerner y Frederick Loewe triunfaron clamorosamente en los escenarios neoyorquinos con una comedia musical que trasladaba la acción a otra época gracias a la fantasía temporal: una transgresión mágica llevaba a dos neoyorquinos de cacería por las altas tierras de Escocia a los lindes de un pueblo que tan sólo podía verse una vez cada siglo, apareciendo de repente de entre una mágica niebla.
Las coreografías de Agnes de Mille, inspiradas en el folclore escocés, no fueron ajenas al enorme éxito de la comedia en los escenarios y naturalmente, la idea de trasladar semejante pieza al cine no tardó en producirse y tras varios sucesos acabó en manos de la MGM que pagó gusto y ganas y el gran Arthur Freed se encargó de la producción de la película que iba a titularse como la comedia musical: Brigadoon (1954)
La dirección se encomendó a Vincente Minnelli y como protagonistas se eligieron a Gene Kelly y Van Johnson para representar a los cazadores neoyorquinos y a Cyd Charisse para interpretar a la escocesa que enamorará a través del tiempo.
Minnelli se tomó con buen humor las dificultades de rodar en exteriores naturales: Arthur Freed y Gene Kelly estuvieron unos días en parajes escoceses para buscar lugares de rodaje y regresaron a California ahítos de lluvia, jurando que cerca de Monterrey había unas colinas que darían el pego: Minnelli aseguró que los paisajes reproducidos en estudio eran suficientes y aunque el elenco ansiaba viajar, se procedió a iniciar el rodaje planificándolo enteramente en estudio, con la excusa de no depender de la meteorología y usando las nueves lentes anamórficas del cinemascope.
Vista la película, uno piensa que en realidad Minnelli prefirió rodar en estudio porque de ese modo podía usar la cámara a su antojo gracias a las grúas mecánicas que le permiten moverse con libertad aérea ahorrándose mesas de montaje porque, evidentemente, el maestro tenía perfectamente planificados los movimientos y los encuadres con los que iba a inmortalizar los bailes coreografiados por Gene Kelly.
Precisamente la presencia de Kelly y Charisse como estrellas tienen una doble vertiente que quizás perjudica el conjunto: la brillantez en la ejecución de los bailes de la pareja emociona por la expresividad que saben extraer de los movimientos corporales con una plástica a un tiempo clásica y moderna: los solos de Kelly mantienen la acostumbrada vis atlética, pero por otro lado se echa en falta la casi que obligada reinterpretación de un pueblo escocés que sigue viviendo en el siglo XVIII y los bailes de conjunto popular se ven traducidos con poca imaginación y una fuerza expresiva reducida, como guardando fuerzas para el momento de la dos estrellas.
Tampoco el guión es ninguna maravilla quedando bastante deslavazado sin tener en cuenta que en pantalla el efecto espectacular no es el mismo que en las tablas ya que la ausencia del directo produce un irremediable efecto de lejanía que hay que tratar con cuidado.
Hay ciertas carencias lógicas en el guión incluso partiendo de la premisa mágica que sustenta el romántico encuentro de ambos protagonistas por encima del tiempo, con unos detalles apresurados que restan credibilidad a la trama, en el fondo una buena idea que se podría desarrollar con bastante profundidad y que Minnelli, con buen criterio, visto el guión que le presentan -no olvidemos que estamos a principios de los cincuenta, en la MGM y con Freed dando órdenes- procede a otorgar carta de cuento de hadas a la trama mediante un tratamiento eminentemente plástico que prima la apariencia -es decir, el continente- muy por encima de la trama -el contenido- que permanece como mera excusa para la exhibición artística, netamente visual, dirigida a los sentidos más que al intelecto.
Minnelli parece ocuparse de la película como de un encargo pero aprovechando la ocasión para dejar huella clara de sus innegables aptitudes para filmar las escenas de baile de la mejor forma posible: la facilidad de trabajar en estudio le permite orquestar una serie de elementos que hacen que esta película resulte interesante para unos ojos novicios como los mios, que la descubrieron hace muy poco, observando varios conceptos de relevante interés: en primer lugar, la obligada existencia de un guión técnico muy elaborado en el que los movimientos de la cámara han sido estudiados al mínimo detalle ofreciendo una continuidad rítmica apropiadísima a los números musicales; en segundo lugar, el uso perfecto de unos magníficos decorados creados por F. Keogh Gleason y Edwin B. Willis que por momentos logran la ilusión de la naturaleza gracias a unos sets enormes que permiten grandes profundidades de campo; y en tercer lugar y contando evidentemente con la estupenda colaboración de Irene Sharaff usando el colorido de los vestuarios para expresar estados de ánimo y remarcar notablemente los personajes; me llamó la atención el atrevimiento de la Sharaff al diseñar el colorido del vestuario de Kelly hasta que en uno de los bailes con Charisse comprendí el motivo y la intención que podían tener piezas de un color tan peculiar para una camiseta interior y unos calcetines...
Van Johnson soporta el papelón que le cae en gracia con bastante fortuna y el resto del reparto resulta justito, justito, reforzando la sensación de descuido de todo lo que no sea la pareja protagonista, permaneciendo la sensación de una película que no debe hacer mucha justicia a la comedia musical de su origen -visto el éxito- pero perfectamente recomendable para el cinéfilo amante del cine musical que sea consciente de lo que va a encontrar, porque así como en cualquier otro género, tampoco en el musical todo son obras maestras.
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