Nietos y nietas: reconstruir lo astillado
por Federico RiccioCompartir Twitter Facebook LinkedIn E-mail
¿Cómo se cambia una historia? ¿Hay nuevas vidas dentro de una vida? ¿Se transforman los olores de una infancia mentida? ¿Pueden recordarse los momentos olvidados? Lejos de las versiones románticas, los nietos recuperados Ezequiel Rochistein Tauro, Tatiana Sfiligoy, Victoria Montenegro, Pablo Gaona Miranda e Ignacio Montoya Carlotto rearman su identidad a partir del dolor y la verdad.
Nadie llega ahí por equivocación.
Las paredes hablan. Cuadros, plaquetas, reconocimientos. Sus hijos –en fotos en blanco y negro– están representados en una de las paredes como un inmenso portarretrato. El techo es alto. Las puertas refinadas, de madera y vidriadas. Casa de abuelas bravas y ambiente cálido: Virrey Cevallos 592.
Quedaron atrás tareas detectivescas, visitas a los juzgados de menores, orfanatos, oficinas públicas. No tenían miedo: lo peor ya había ocurrido.
Sobre el escritorio de la entrada hay un vitral con una lamparita que ilumina pañuelos blancos.
Un poco más de cuarenta años atrás, un sábado 22 de octubre, un grupo de mujeres se hacía conocido como las Abuelas Argentinas que buscan a sus Nietitos Desaparecidos.
Hasta ahora, ya son 128 nietos restituidos. Siguen en la búsqueda de los hijos de sus hijos.
Ezequiel
Una tarde de junio de 2010.
Ezequiel sale de su trabajo en el Edificio Cóndor de la Fuerza Aérea Argentina. Lo abordan dos hombres de Capturas de Interpol vestidos de civil y lo suben a un Fiat Siena azul. En minutos, quedará desnudo en el despacho del juez Rodolfo Canicoba Corral.
Bajan en Comodoro Py 2002.
–Te convocamos para hacer la requisa sobre tus prendas –le explica un secretario.
Ezequiel no quiere saber nada. Discute. La tensión aumenta. Irrumpe en la sala Canicoba Corral:
–Dejate de joder. Es por las buenas o por las malas.
–Va a tener que ser por las malas –retruca Ezequiel.
El juez llama al personal policial. Al ver que no tiene salida, Ezequiel le pide al secretario que aclare que no lo hace por su propia voluntad.
–Necesitamos tus medias, la chomba y tus calzoncillos.
Ezequiel sale del Juzgado con otra ropa que no es la suya.
* * * * *
Ezequiel Rochistein Tauro es el nieto restituido 102. Tenía la certeza de que era hijo biológico de Stella Maris y de Juan Carlos Vázquez Sarmiento, ex Suboficial de la FF.AA.
–Hasta lo último mantuve mi posición –explica Ezequiel.
Vive con su pareja, sus tres hijas y con Stella Maris.
–Estas cosas no se racionalizan. Sé que tiene responsabilidades pero entiendo el contexto de los setenta y la violencia de esos años en mi casa.
En febrero de 2002 vio por última vez a Vázquez Sarmiento. No lo nombra. Con voz casi imperceptible, lo llama “él” o “mi apropiador”. Ahora está prófugo.
–Lo saqué de mi vida.
Ezequiel trabajó durante once años en el área civil de la Fuerza Aérea Argentina.
–Soy de esa generación que creció en los noventa. Si no tenías un conocido desaparecido, no estabas ni enterado.
El 16 de diciembre de 2001, la jueza María Servini de Cubria lo citó al Juzgado mediante una cédula que decía “Sustracción de menores”. Stella Maris atravesaba un cáncer de mama y, antes de entrar al quirófano en el Hospital Aeronáutico Central, le deslizó que no era su hijo biológico.
–No le creí. Soy un negador serial.
Después de cuatro años, la jueza Servini de Cubría fue recusada por conflicto de interés ya que su marido trabajó en las FF.AA. La causa pasó al juez Rodolfo Canicoba Corral que ordenó un allanamiento en su casa para retirar prendas de vestir. El abogado de Ezequiel le había advertido esa posibilidad.
–Estuve seis meses esperándolos. Tenía algunas cositas guardadas para ellos.
Les dio un calzoncillo de otra persona y el cepillo de dientes con saliva del perro.
En 2009, el Senado de la Nación sancionó la Ley 26.549 que autoriza a la Justicia ordenar la toma compulsiva de muestras biológicas como método para determinar la identidad de personas en las causas en las que se investigan delitos de lesa humanidad.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación se había expedido en contra de la extracción obligatoria y consideró que existían medidas alternativas para obtener muestras de ADN de Ezequiel.
Siete meses más tarde, Ezequiel fue interceptado por Interpol.
* * * * *
Jueves 16 de septiembre de 2010.
Hace quince minutos que espera. Parecen horas. Desorientado, Ezequiel aguarda en la antesala al despacho de la ministra de Defensa, Nilda Garré, en Azopardo 250, CABA. La secretaria finalmente lo llama.
–Vos no pasás – ordena Garré a un militar de guardia que acompaña a Ezequiel.
Están los dos solos. La oficina es inmensa. La ministra –visiblemente incomoda– le anuncia:
–Te quiero notificar yo, por pedido expreso de la presidenta, que tus papás son María Graciela Tauro y Jorge Daniel Rochistein.
Ese día, Ezequiel se entera que en noviembre de 1977 su mamá lo tuvo en cautiverio en la ESMA, asistida por el médico militar Jorge Luis Magnacco.
Hasta el día de hoy, Graciela y Jorge permanecen desaparecidos.
Tatiana
La tarde del domingo 31 de octubre de 1976.
Tatiana arma su historia a través de difusas imágenes y testimonios, como si lanzara una piedra contra un espejo y ahora tuviese que reconstruir lo astillado.
Mirta regresa con sus dos hijas a su casa en Villa Ballester. La pequeña Tatiana, de cuatro años, revolotea a su alrededor mientras su madre lleva en brazos a Laura Malena, de casi tres meses.
–Vemos que hay un operativo, seguimos de largo, y vamos para la plaza –recapitula Tatiana.
Mirta y Tatiana se alejan cada vez más rápido. Tati no entiende qué está pasando. Mirta la sienta detrás de un cantero y le deja en brazos a Laura.
–‘Cuidá mucho a tu hermana’, me dice y camina para el lado opuesto de la plaza a donde estábamos nosotras escondidas.
De un camión militar descienden varios hombres. Tatiana observa desde el cantero.
–La encapuchan y se la llevan. Ese es el último recuerdo que tengo de mi vieja.
Mirta Graciela Britos Acevedo y su compañero, Alberto Jotar, continúan desaparecidos.
* * * * *
Abril de 1977.
Tatiana permanece en el Orfanato Remedios de Escalada de Villa Elisa y Laura en Casa Cuna de La Plata. Seis meses después, se reencontrarán de casualidad.
El matrimonio Sfiligoy había ido al Juzgado de Menores N°2 de San Martín para completar los trámites de adopción de una bebé. Pero mientras aguardan el papeleo, llega una trabajadora social, muy preocupada, con Laura en brazos, que tenía problemas de salud por la ausencia de su madre. En la sala de enfrente, se escuchan los gritos descontrolados de una nena.
Inés queda conmovida por la situación de Laura e irrumpe en el despacho del Juez pidiendo su adopción.
–Mi vieja se dio cuenta que Laura era una nena que necesitaba cuidados –reconstruye Tatiana.
La trabajadora social aprovecha esa situación y le cuenta que la nena del berrinche en el otro cuarto se llama Tatiana y es la hermana de la beba.
En ese momento, Inés y Carlos deciden adoptar a ambas hermanas.
* * * * *
Jueves 16 de agosto de 2018.
Son cerca de las tres de la tarde. Tatiana hace un recorrido por su lugar de trabajo: el ex Centro Clandestino de Detención Virrey Cevallos. Luce sencilla, vestida con un suéter rojo y una bufanda verde. Describe el lugar con la paciencia de una escultora.
–Es muy difícil laburar en un lugar que está marcado por el horror.
Tiene 45 años y es psicóloga de la UBA. Empezó la carrera para intentar entender qué pasa por la cabeza de un asesino. Nunca lo logró. Trabajó en Abuelas de Plaza de Mayo; en el Centro de Salud por el Derecho a la Identidad; en la Secretaría de DD.HH. de la Nación; en el Centro de asistencia a víctimas de violaciones de DD.HH.
En todos los casos, en la asistencia a víctimas del terrorismo de Estado.
Es –además de autodenominarse la madre de todos los nietos por ser la más grande– mamá de dos chicas y un varón. Dice que tiene cuatro padres.
–Al principio no me acordaba de la cara de mi mamá.
Se reencontró con su historia a partir de una denuncia que envió un amigo exiliado de los padres desde Canadá. Carmen y Analía, sus abuelas, emprendieron la búsqueda de inmediato con una foto de sus nietas colgada en el pecho.
–La fotito era, en esa época, la herramienta de búsqueda en lugar del ADN.
El 19 de marzo de 1980 se produjo la primera victoria, entre muchas otras que se sumarían después. Tatiana y Laura se convirtieron en las primeras nietas restituidas en Argentina.
Fotos: ViojfVictoria
Diciembre de 1997.
Herman Tetzlaff participó del grupo de tareas que secuestró a su papá, Roque Orlando Montenegro, y a su mamá, Hilda Ramona Argentina Torre, quien continúa desaparecida.
Durante el operativo en una casa de Lanús, Tetzlaff quedó impactado al verla, con apenas diez días de vida, sin parpadear y con sangre en los oídos. Pensó que estaba muerta.
Separada de sus padres, Victoria estuvo bajo el cuidado de una congregación de monjas de Morón. Seis meses después, Tetzlaff y su esposa, María Eduartes, fueron a buscarla. Las monjas le ofrecieron un varón rubio, más al tono con la pareja.
–No, la negrita es mi hija –respondió el Coronel.
Creció rodeada de militares y enamorada de su apropiador.
–Para mí, mi viejo venía después de Dios y San Martín –recuerda de esa época.
Cuando Victoria tenía 21 años, la policía se llevó a Tetzlaff al Juzgado Federal N°1 de San Isidro por una causa abierta por apropiación. Al día siguiente, el juez Roberto Marquevich le notificó que, en un 99,99 %, no era hija del matrimonio Tetzlaff-Eduartes.
–Le dije que me quedaba con mi 0,01 %, porque mis papás no me mentían. Y que la causa estaba armada.
Tetzlaff le pidió que no hiciera la contraprueba y le encomendó el cuidado del arma.
–Sos como un ángel que tuvo el amor de criar al hijo del enemigo como propio –le dijo.
* * * * *
Lunes 13 de agosto de 2018.
Una caja con la foto de Eva Perón posa sobre el escritorio de Victoria. En la mesa de la TV, un pañuelo verde hace de mantel. Otro pañuelo –pero blanco– luce en un cuadro enmarcado con una breve dedicatoria: “Tu abuela Estela”.
Procesó la verdad de forma evolutiva. De “hija de la subversión” pasó a ser “hija de subversivos” para después ser hija de “Toti” y “Chicha”. Hoy es Diputada de la Ciudad de Buenos Aires por Unidad Ciudadana.
–Cuando a mí me mentían, a la sociedad entera le mentían.
Hasta sus 25 años, cumplió el modelo de mujer que le habían enseñado: madre de tres hijos, esposa y ama de casa.
–Recién pude elegir a partir de la verdad.
En varios momentos que habla de su infancia, se nombra como María Sol.
–Hay aromas de la niñez que te generan contradicciones –sus ojos brillan–. Ahora sé que no era feliz porque me veo muy chiquita y muy lejos de mi familia. Lo que más me gustaría en la vida es tener hoy el recuerdo de la voz de mi mamá.
En 2012, en el marco de la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas, los restos de Roque, su papá, fueron identificados en el Cementerio Municipal de Colonia del Sacramento, Uruguay, víctima de los “vuelos de la muerte”.
Pablo
29 de diciembre de 2008.
Pablo discute con su apropiadora. En medio de los gritos, aprovecha y escupe lo que tiene atragantado hace años:
–Voy a ir a Abuelas a hacerme un ADN.
Haydée Raquel Ali Ahmed, su apropiadora, se paraliza. Al día siguiente, en medio de un llanto, llega la reacción tardía.
–Por favor no vayas. Con tu papá y Héctor podemos ir presos. Héctor era un oficial muy joven y no sabía lo que hacía.
Pablo confirma sus sospechas pero lo abruman las dudas por el futuro. ¿Cómo sería la vida de un hijo de desaparecidos? ¿Quién lo apoyaría? ¿Cómo se recupera la identidad?
Es la víctima. Pero se siente culpable.
* * * * *
Lunes 13 de agosto de 2018.
Pablo vuelve a su trabajo –segundo piso de la Legislatura porteña, en la Comisión de Derechos Humanos– después de comprar café para la oficina. Frente a su escritorio, en una cartelera plagada de papeles, sobresalen dos fotos en blanco y negro que dicen: María Rosa Miranda y Ricardo Gaona Paiva.
–Me siento orgulloso de la lucha que llevaron adelante mis viejos. Eran muy jóvenes.
Pablo –antes Leandro– siempre supo que no era hijo biológico de las personas que lo criaron. Creció en una familia de clase media, junto a sus dos hermanas.
–Ambas adoptadas –interrumpe y corrige–. No apropiadas.
La difusión de los nietos restituidos le generaba ruidos en su propia historia. Una medianoche de 2004, mientras todos dormían en su casa, Pablo hace zapping en la tele de la cocina y elige el programa “La pregunta animal”, de Gerardo Rozin. El conductor está entrevistando a un hijo de desaparecidos que cuenta que tiene la sensación de que su madre lo está buscando.
Pablo se puso a llorar sin saber por qué.
Tardó cuatro años en hablarlo con su apropiadora y ocho en mandar un correo electrónico a Abuelas de Plaza de Mayo. Durante todo ese tiempo investigó la vida de los militantes de los años setenta, las agrupaciones políticas, a los nietos recuperados. Percibía una constante:
–Los militares se apropiaban de bebés y los entregaban a sus familiares o familias bien, que no estaban contaminadas por el gen subversivo.
El padrino de Pablo es Héctor Girbone, teniente retirado en Campo de Mayo.
En la página de Abuelas rastreaba las imágenes de los desaparecidos y los casos de bebés nacidos en cautiverio.
–Buscaba la foto de mi mamá.
Nunca encontrará la foto porque no nació en cautiverio. A Pablo lo secuestraron junto con sus padres el 14 de mayo de 1978, cuando tenía un mes de vida.
–Aproveché todos esos años para darme cuenta que no era el culpable, que era la víctima.
Finalmente, el 29 de junio de 2012, llama a Abuelas. Deja sus datos y se presenta de manera espontánea. Cuatro días después, se realiza el ADN.
* * * * *
La tarde del 1 de agosto de 2012.
Claudia Carlotto recibe a Pablo en CONADI.
–Tus dudas son ciertas. Tranquilo –lo contiene, saca una carpeta y le dice–, empezá por el medio.
Claudia le habla pero para él es una voz en off. Por fin, mira las fotos de sus padres y lee su partida de nacimiento: “Pablo Gaona, hijo de Ricardo Gaona Paiva y María Rosa Miranda, nacido en el Hospital Rivadavia a las 15:30 del día 13 de abril de 1978”.
–Y ahora, ¿cómo querés que te llame? –pregunta, decidida, Claudia.
Mira nuevamente la partida y responde:
–Si mis viejos me pusieron Pablo, quiero que me llames Pablo.
Ignacio
Viernes 5 de agosto de 2014.
La sala es un enjambre de abejas.
Sólo hay espacio para un mesa sencilla, con un mantel bordó, vasos pasados de moda y decenas de micrófonos. A treinta centímetros, un mar de anotadores, cámaras y grabadores.
Llegó el momento. El mundo se detiene.
–No voy a hablar en absoluto, no me pregunten nada – sorprende Estela de Carlotto.
De golpe, el silencio agobia.
–Mi rol hoy no es hablar como Abuela de Plaza de Mayo sino acompañar a nuestro nieto, a mi nieto: el nieto de todos.
Una ovación los abraza.
Respira profundo como un artista antes de salir a dar su mejor función.
–Yo soy Ignacio –se detiene y continúa– o Guido porque ella está muy firme con su decisión.
A partir de entonces, comienza un calvario en el que Ignacio y Guido se sucederán y llegarán a identificarse. Habrá un momento en el que Ignacio pondrá en duda haberse mostrado tan tranquilo.
* * * * *
Viernes 31 de agosto de 2018.
Pegado a la ventada de un bar desolado, en la esquina de la avenida Gaona y Terrero del barrio de Flores, Ignacio toma un café con leche con dos medialunas.
–Fue fatal –recuerda, avergonzado, sobre su presentación–. Si no daba esa conferencia no podía volver a mi casa.
En el lapso de cuatro años acumuló decenas de reportajes en los que respondía las mismas preguntas.
–Dije muchas cosas que en ese momento realmente sentía, pero después descubrí que no era tan así. Hoy digo lo que quiero decir y no lo que la circunstancia amerita que se diga.
El 2 de junio de 2014, en su cumpleaños 36, Ignacio se enteró que no era hijo biológico de Clemente Hurban y Juana Rodríguez. Empezó terapia con sospechas de ser hijo de desaparecidos. Al poco tiempo, mandó un e-mail a Abuelas. CONADI le sugirió hacer una extracción de sangre. Accedió al pedido. Veinte días después, mientras ensayaba en el piano, recibió el llamado de Claudia Carlotto, que se anticipó a la prensa y le dio la noticia.
–Desde que me llamó la tía Claudia estuve todo el tiempo con la idea de resolver las cosas.
Esa noche durmió en la casa de un amigo. Los medios estaban en la puerta de su domicilio.
Ignacio –cuenta– nunca tuvo curiosidad por conocer la historia de sus padres biológicos porque la figura paterna y materna ya las tenía.
–Me impulsó el deber cívico –reconoce–. Una familia que te está buscando durante tanto tiempo merece que vos hagas algo cuando ellos han hecho tanto.
Decidió conservar su nombre a pesar del deseo de Estela que, en ocasiones, de forma inconsciente, lo llama Guido.
–Se instauró “Guido” tan fuerte que ahora es muy difícil de sacar.
Su proceso fue de dos meses. El de la familia que lo buscó, de 36 años. Ese abrazo fue soñado desde un solo lado.
–Mi realidad es otra. Me ha tocado vivir los dolores en otro momento. Viví en cuatro años lo que debía haber vivido en diez vidas.
Ya transcurrida media hora de la charla, parece haber perdido la atención. Mira el celular. Relojea hasta que sorprende y pone play.
–Tiene una inocencia con cierta picardía –comenta con ojos sonrientes mientras muestra un video de su hija con la cara pintada–. Los niños vienen para sanar.
Lola nació el 3 de junio de 2016, un día después del cumpleaños 38 de su papá y a casi dos años del llamado de CONADI. Junto con su pareja, Celeste, eligieron a Claudia Carlotto como la madrina de Lola. También, resolvieron que los padres de Ignacio ocupen el lugar de abuelos.
–A partir de ahí algunas cosas se acomodaron. Es una relación que se construye a través de mis problemas y las negaciones de mi abuela. Estela es Estela y todo lo que tiene alrededor.
El vínculo con Estela tomó otro color. Un aire fresco oxigenó la relación.
–Con Lola tienen algo especial. Es hermoso verlas a las dos. Me encanta que Lola pueda acordarse de su bisabuela como una señora que iba a casa y la pasaba bien con ella.
Después leerá la historia y sabrá quién fue.