Ayer, recibí un wasap de Nietzsche. Me dijo que echaba de menos las tertulias en El Capri y quedamos para tomar un café el sábado a deshoras. Tras un abrazo y un apretón de manos, hablamos largo y tendido sobre cultura y otros menesteres. Me preguntó por la influencia de su obra, más allá de su muerte. Le dije que su pensamiento no había corrido por buenos derroteros. Los contactos de su hermana con un señor llamado Adolf, hicieron que su obra se estudiara en las tripas alemanas. Una Alemania totalitaria, xenófoba y monstruosa. Aparte de este sesgo, su obra sirvió de inspiración a Heidegger, Foucault y Derrida. Hoy, queridísimo Friedrich, usted es conocido como "el abuelo de la postmodernidad". Hoy, sus reflexiones acerca de la deconstrucción de las instituciones heredadas, y la idea del perspectivismo, son necesarias para entender la Hispania del ahora.
Mientras hablábamos sobre el Anticristo y las verdades de Zaratustra, llegó Freud. Saludó a Peter y, acto seguido, nos habló de su último libro "El malestar de la cultura". Existe, nos dijo, un irremediable antagonismo entre las pulsiones del ser humano y las restricciones impuestas por la cultura. Estamos inhibidos, cogidos de manos y pies por la moral colectiva. Estamos, respondió Nietzsche, sometidos al señor. Y mientras no salgamos de nuestra condición de esclavos. Mientras no digamos "basta ya al imperio de las sotanas" seguiremos alienados. La inhibición y el nihilismo son los principales males que azotan nuestras vidas. No somos libres, maldita sea, de vivir como queremos. Estamos atrapados en una red de argumentos de autoridad, circunstancias y creencias que nos impide aflorar la verdad. Esa verdad que cada hombre lleva dentro y que no se atreve a revelar.
La cultura, ese artefacto nefasto, debe ser deconstruido. Debemos - dijo un Nietzsche enfurecido - destruir lo que tenemos. Hace falta un martillo que derribe, de una vez todas, los muros de las religiones. No tenemos por qué obedecer, a raja tabla, el relato de los curas. Debemos repensar el bien, el mal y todos los valores impuestos desde arriba. Dónde está la verdad. El perspectivismo, o dicho de otro modo, la fórmula "una persona, un mundo" ha dejado desnuda a la razón. Hoy, querido Sigmund, todo es relativo. Y en esa relatividad, en ese mar de dudas, es donde los argumentos de autoridad se identifican con la verdad. En días como hoy, queridísimo Nietzsche, los políticos, los curas y los directores de periódicos también han perdido su credibilidad. Y la han perdido por los escándalos de corrupción política, por la pederastia de las sotanas y por las Fake News; que cada día envenenan nuestras vidas.