Revista Filosofía

Nietzsche y la economía.

Por Anveger

Por todos es sabido que el filósofo alemán, estaba muy alejado, por su filosofía, de las doctrinas comunistas y socialistas, pues en toda su filosofía podemos encontrar, de una u otra forma, críticas al igualitarismo, que lo consideraba una forma de resentimiento de los débiles contra los fuertes, de espíritu. Y por ello culpa vehementemente al cristianismo. Pero escarbemos un poco más en su filosofía, analizando uno se sus rincones recónditos, dedicado a la economía. Y veamos las contrapartidas económicas de su filosofía.

Nietzsche y la economía.

I

Negarse a aceptar la realidad

Hacia el final de su obra “Ecce Homo” podemos encontrar el siguiente texto:

La creencia general de que las calamidades de toda especie son objeciones, hechos y cosas que deben suprimirse, es una solemne estupidez, una estupidez que puede provocar verdaderas desgracias, una fatal necedad, tan necia como, por ejemplo, el propósito de suprimir el mal tiempo por lástima de los pobres.

En la gran economía general, los golpes terribles de la realidad (en las pasiones, los deseos, la voluntad) son absolutamente, incalculablemente necesarios, mucha más que esa forma de felicidad mezquina que llaman “bondad”.

Aquí observamos que Nietzsche está defendiendo las calamidades, y los momentos oscuros de la vida, porque son un medio para aprender, y para guiarnos por el buen camino. Es decir, que ”pasarlo mal” es un indicador de que los estamos haciendo mal con nuestra vida, un barómetro, un pilotito que se enciende para avisarnos que debemos de cambiar de forma de actuar, que nos ayuda a dirigirnos por el buen camino. Si eliminamos las calamidades, las desgracias, y la infelicidad, estamos eliminando el indicador que nos señala el buen camino, la felicidad, y por lo tanto viviremos una vida decadente durante el resto de nuestros días.

Además, Nietzsche hace una comparación de esta idea con la economía. ¡Cuán buena comparación! En economía, si se intenta establecer una utopía de felicidad, eliminando las calamidades que indican que vamos por mal camino, se termina, a largo plazo, en catástrofe. Y esto es precisamente el keynesianismo, un movimiento que intenta aplazar los problemas económicos, agravándolos a largo plazo. Como ya afirmó Mario Vargas Llosa en su artículo “Las ficciones malignas”:

Intentar lo imposible sólo da excelentes resultados en el mundo del arte y de la literatura; en el de la economía y la política sólo trae desastres. Y la prueba es la crisis que ahora vive Europa, y, en ella, principalmente, los países que gastaron más de lo que tenían, que construyeron Estados benefactores ejemplarmente generosos pero incapaces de financiar, que se endeudaron más allá de sus posibilidades sin imaginar que también la prosperidad tiene límites, que inflaron sus burocracias a extremos delirantes y ocultaron la verdad de la deudas y la inminencia de la crisis hasta el borde mismo del abismo por temor a la impopularidad. Todo eso tarde o temprano se paga y no hay manera de evitarlo.

Es como si le diésemos una patada a una bola de nieve: cuando volvamos a alcanzarla, se hará más grande, y así sucesivamente, hasta que sea tan grande que no podamos moverla, dándole una nueva patada, y nos estrellemos contra ella.

Por ejemplo, la primera década del siglo XXI en los países occidentales se caracterizó precisamente por esto que comentamos. Los bancos centrales fueron bajando paulatinamente los tipos de interés para dar sensación de que la economía marchaba estupendamente; lo que consiguieron fue crear grandes burbujas, que terminaron por explotar, dándonos cuenta de que realmente no estábamos tan bien, y que lo que conseguimos fue malgastar el tiempo.

En definitiva, de acuerdo con Nietzsche, evitar los perjuicios, eliminar la infelicidad o maquillar las calamidades, sólo tiene una consecuencia: no percatarse de la situación real que se está viviendo, a la vez que se pierde un tiempo precioso de la vida para atajar los problemas. Con sus perniciosas consecuencias en la economía.

II

El desinterés

Algo más adelante de la misma obra podemos leer:

En la noción del “desinterés”, del “autorenunciamiento”, está el verdadero emblema de la decadencia.

En este punto Nietzsche defiende que las acciones desinteresadas, que no persiguen un bien propio para el individuo que las realiza, son nefastas. Lo único que terminarán ocasionando será la renuncia a la propia individualidad, al propio ser humano; nos convertiríamos en seres dependientes unos de otros, sin autosuficiencia.

De nuevo tal afirmación tiene grandes implicaciones económicas. De acuerdo con la Escuela Austríaca de Economía, es imposible que nadie se haga con la información necesaria de un individuo cualquiera como para satisfacerle plenamente. Debido a que tal información es subjetiva, inarticulable e intransferible, así como se crea continuamente por el propio individuo. En definitiva, no hay nadie más capacitado como uno mismo para saber qué es lo que necesita, qué es lo que quiere y qué es lo que desea. Y la búsqueda del propio individuo de su propia felicidad, conducirá a la mayor felicidad posible. Nadie se conoce mejor como a uno mismo.

En definitiva, actuar sin perseguir un interés propio es distópico, como defienden los socialistas, porque no sólo es imposible (al actuar siempre perseguimos un interés propio, aunque éste sea la felicidad de los demás) sino que, de poderse llevar a cabo, generaría un mundo de personas menos satisfechas.

III

El Estado

En su obra “Así habló Zaratustra” Nietzsche habla del Estado de la siguiente forma:

¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abrid los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos.

El Estado es el más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo”.

¡Que gran mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos, por la fe y el amor; así sirvieron a la vida.

Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente – y posea lo que posea, lo ha robado.

En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios” – así ruge el monstruo.

Aquí afirma el gran error que supone identificar Estado con sociedad, con pueblo. Muy al contrario: muchas veces el Estado termina siendo el enemigo de la propia sociedad a la que se supone que representa. Actualmente, todos lo estamos viendo: nos suben los impuestos a todos, para que el Estado tenga un respiro en sus finanzas. Además, el Estado posee el monopolio de la fuerza, con lo que puede permitirse el lujo de cobrar impuestos o hacer cumplir sus leyes por la fuerza. ¿Es esto un robo? Para Nietzsche todo lo que tiene el Estado, lo ha robado.

Igualmente, tales ideas tienen fuertes implicaciones económicas. Una gran mayoría de economistas no cesan en señalar la profunda diferencia que hay entre sociedad civil y sector público (Estado). Y que, por lo general, cuanto mejor esté un Estado económicamente, peor lo estará su sociedad civil, y viceversa.

Nietzsche parece haber vislumbrado muchos de los procesos de cooperación social que acontecen entre los hombres, ya enunciados y muy tratados por economistas como Mises y Hayek. Sus afirmaciones e ideas están muy cerca de la defensa del “Orden Espontáneo”, concepto elaborado por Hayek. Y es que la economía no es más que el siguiente eslabón de la psicología. Mientras la psicología es lo que sucede en el interior de las mentes de los individuos, la economía son los actos llevados a cabo por los individuos. La economía, por así decirlo, es la exteriorización de la psicología. Y Nietzsche fue uno de los más grandes psicólogos de la historia.

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