Nieva. Un frío cortante golpea las mejillas y veo cómo los copos se arremolinan al capricho de un viento coscorrón, suben, bajan, hacen giros de equilibrista y finalmente caen barriendo el suelo. Los árboles y los tejados parecen desvaírse detrás de la cortina de copos. Hacia el oeste, las luces recién encendidas se pierden detrás de un horizonte próximo que lo cubre todo como si fuera papel vegetal. Más allá no hay nada, sólo una masa de color panza de burro.
Los niños ríen y gritan en la nieve con gélida alegría, bailan sus cuerpos menudos al compás de los copos. Las manos con vocación de esfera lanzan proyectiles y se desfogan de un lustro sin nieve.
Mañana vendrá el rechinar de dientes, los atascos monumentales, las placas de hielo, los coches en las cunetas, el agobio y la prisa, mañana, pero esta tarde nieva, nieva, nieva como en los campos de mi infancia.