Revista Cine
Director: Jim Jarmusch
Una película sobre esos pequeños episodios de la vida, en este caso en mitad de las noches, yendo de un lado de la ciudad a otro, en variados taxis, conducidos por variados conductores y ocupados por variados pasajeros. Variopintos, todos variopintos. En L.A., Winona Ryder es una desenfadada y libre muchacha que sueña con ser mecánica (como toda una maravillosa Maggie Chascarrillo) pero que también hace lo que le gusta, conducir taxis en la noche, llevando en esta ocasión a la siempre grandiosa Gena Rowlands, una agente de Hollywood que halla, en la personalidad genuina y transparente de la taxista, un tesoro a descubrir, aunque esa personalidad sea más genuina y transparente de lo que piense: no todo lo que brilla son estrellas. ¿Qué más podría decir de este episodio tan ameno, tan sencillo, tan acariciador? En New York, Giancarlo Esposito es un sujeto desesperado porque lo lleven de Manhattan a su querido Brooklyn (¡Brookland!), aunque todos los cientos de taxis que pasan frente a él lo ignoran olímpicamente; justo el más destartalado, conducido por el taxista menos capacitado, un inmigrante alemán que apenas habla inglés (aunque debe tener buen oído, ya que entiende bastante bien la jerga del pasajero) y que no se ubica muy bien con esos autos automáticos, es quien decide llevarlo a su destino. Debo decir que me encantó este episodio, por ese calor humano que desprende, por la profundidad de un par de personajes más profundos de lo que aparentan, y es que Esposito no es (únicamente) el negro ruidoso como salido de una película de Spike Lee y Armin Mueller-Stahl no es un simple viejo alemán torpe pero bonachón, de hecho, me sentí tremendamente conmovido por esa mirada suya, tan afable como melancólica, disfrutando de lo lindo la vibrante y febril compañía de Esposito pero también desprendiendo ese halo triste y nostálgico de hombre perdido en el mundo, cuya única compañía deben ser esos recuerdos que tanto extraña. Sí, es este un episodio simpático, que te alegra honestamente, pero que también te deja un gusto amargo, como de pesadumbre y desolación. Ahora nos vamos a Europa, primero a París, en donde Isaach De Bankolé es un taxista que no lo está pasando muy bien con los desagradables pasajeros que lleva, que lo tienen a punto de explotar. El caso es que, sin mediar mayor explicación de parte mía, después recoge a una delirante e hilarante Béatrice Dalle, que interpreta a una ciega que, sin embargo, es capaz de ver más allá que un simple mortal, más que el taxista, claro, que se siente fascinado y puede que intimidado por esta peculiar mujer y su forma de ver la vida. Ya en Roma, Roberto Benigni, sumido en una caótica espiral de oratoria y verborrea, le dará el viaje de su vida (ejem) a un sacerdote cuyo recogimiento y recato será incesantemente asediado por la brutal aunque no mal intencionada honestidad del taxista. Por último, en Helskinki, el gran Matti Pellonpää debe recoger a tres borrachos (dos de ellos son Kari Väänänen y Sakari Kuosmanen, dos rostros habituales de las películas de Aki Kaurismäki) con quienes compartirá una profunda conversación, en un episodio interesante, además, porque resulta notable ver a esos actores finlandeses en, no sé, otro tono, dirigidos de otra manera, qué sé yo.
En resumen, gran reparto, gran banda sonora compuesta por Tom Waits, muy buena película, llena de emociones y sensaciones, ligera a la vez que honda en su interés humano y cultural. Los personajes de Jarmusch siempre están que se salen de la pantalla para ponerse a conversar con el espectador, es un gusto ver sus historias y ver sus vidas. Vivirlas con ellos...