Revista Opinión

Nikki Haley, la embajadora del Tea Party

Publicado el 16 octubre 2018 por Santamambisa1

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Por Miguel Angel García Alzugaray

Por estos días un mar de especulaciones inundan los medios de prensa internacionales, a raíz de la noticia de la renuncia de Nikki Haley al importante cargo de Embajadora de los EE.UU ante la ONU.

En una reunión sorpresiva en la Oficina Oval —y que Trump anunció como si fuera un reality show— Nikki Haley, la furibunda embajadora confirmó que dejará su puesto para “tomarse un tiempo libre” y afirmar que hará campaña para las siguientes elecciones del actual presidente. En esa misma línea, dijo que no intentará ser presidenta en el 2020.

Mientras tanto, Donald Trump decía que Haley había hecho un excelente trabajo y que había logrado que la embajada de Estados Unidos en la ONU fuera “una posición más glamorosa”.

¿Quién es Realmente Nikki Haley, y por qué se comenta tanto su renuncia?

En pocas palabras, por una parte Nikki Haley es un miembro extraño de la administración de Trump. En época electoral no tragaba al actual presidente, pero es una de estas ultrareaccionarias republicanas que conforme se la llevaba la corriente, terminó por acoplarse a los modos del buen Donald. Esa es una de las edulcoradas versiones que se venden hoy al público sobre su controvertida personalidad. Otros analistas, tal vez más atinados, consideran que pudiera ser una ficha de cambio futuro del “establishment” para un cada vez más conflictivo e imprevisible Donald Trump.

La carrera política de Haley va mucho más allá de su trabajo en Nueva York. A pesar de solo tener 46 años, es una de las figuras más prominentes del Partido Republicano en la corriente del Tea Party, lo que equivale a ser una representante de las tendencias más retrógradas de la derecha norteamericana, rayanas con el fascismo.

En 2011 debutó como gobernadora de Carolina del Sur, se aventó dos mandatos consecutivos y se convirtió en la primera mujer en gobernar el estado sureño.

A pesar de ello, estuvo en broncas con la parte “más conservadora” de su partido cuando intentó quitar las banderas confederadas de su estado en respuesta al tiroteo de un supremacista blanco que mató a nueve afroamericanos en una iglesia de Charleston.

La vida personal de Haley es interesante. Para empezar, ni siquiera se llama así. Nikki Haley en realidad se llama Nimrata Randhawa. Es hija de dos migrantes de la India, pero nació en Carolina del Sur. El Nikki salió de su apodo desde la infancia y el Haley lo tomó de su marido, un oficial del ejército Michael Haley.

El nombramiento de Nikki Haley como embajadora del Gobierno de Donald Trump ante las Naciones Unidas fue tan polémico como la mayoría de cargos que el nuevo presidente fue incorporando a su Administración. Ocurre que durante la campaña presidencial republicana, Haley se posicionó como una de las detractoras del presidente electo, Donald Trump, a quien ahora debía representar en el gran organismo internacional.

Fue el propio Trump, sin embargo, quien quiso cortar de raíz cualquier crítica: “La gobernadora Haley ha probado su capacidad para hacer avanzar las políticas del Presidente”.

No obstante, la declaración de Trump no convenció a los republicanos que veían el nombramiento de Haley como la crónica de otra destitución-dimisión anunciada.

Parecía imposible que la relación de Trump y Haley pudiera salir indemne de los ácidos intercambios de críticas que ambos se dedicaron en relación a las duras propuestas migratorias del millonario neoyorquino y su resistencia a condenar grupos supremacistas blancos, como el Ku Klux Klan (KKK). La primera de las críticas a Trump se produjo durante la réplica que, en nombre del Partido Republicano, pronunció Haley para contestar el discurso del Estado de la Unión que, como es tradición, dio el presidente Barack Obama en el Congreso antes de dejar el cargo.

En una entrevista posterior a la cadena NBC, Nikki Haley afirmó que Trump había contribuido a diseminar “palabras irresponsables” por todo el país, a lo que Donald Trump contestó, por supuesto en Twitter, acusando a Haley de ser “muy débil en inmigración ilegal” e incluso aseguró que la gente de Carolina del Sur estaba “avergonzada de ella”. La gobernadora republicana respondió, a su vez, con una típica expresión del sur, “bless your heart”, que sirve para mostrar desprecio de una forma, digamos, condescendiente.

Sin embargo, con Donald Trump, que es un oportunista consumado, en política las rencillas personales acaban por aparcarse siempre cuando hay otros intereses. Y el poco futuro que muchos veían en el cargo de la ex gobernadora acabó por convertirse en uno de los puestos de importancia más consolidados en la Administración Trump, a pesar de que Haley llegara a la ONU sin experiencia internacional de ningún tipo. Hasta entonces, su carrera se había desarrollado exclusivamente a nivel local. Una carrera que, en todo caso, llevaba tiempo apuntando a lo más alto y que, con bastante probabilidad, no termine cuando finalice el mandato del puesto que ocupa ahora.

Precisamente en ello puede radicar la clave para descifrar el enigma de su renuncia, pues algunos sectores del partido republicano hace rato que buscan una figura femenina que pudieran promover a la presidencia.

Una conservadora presidenciable

Casada con un veterano de Afganistán, madre de dos hijos e hija de inmigrantes de la India, Haley se convirtió en 2004 en la gobernadora más joven de Estados Unidos y en la primera legisladora de origen indio de la Cámara de Representantes de Carolina del Sur, donde mantuvo su escaño hasta 2010 cuando fue elegida para gobernar el citado estado.

Miembros del partido republicano comenzaron en aquel momento a señalarla como posible candidata vicepresidencial para las elecciones de 2012, pero aquello no pudo ser. Una inoportuna y grave crisis estalló ese mismo año en su estado por culpa de unos piratas informáticos que robaron a mansalva los números de identificación y los datos de tarjetas de créditos de millones de residentes y la dejaron fuera de la carrera electoral.

En junio de 2015, sin embargo, Haley vivió uno de los momentos más determinantes de su carrera política convirtiéndola en rostro conocido más allá de su estado. A raíz del ataque a una histórica iglesia de la comunidad afroamericana de Charleston en el que un joven blanco mató a nueve feligreses negros, supuestamente por odio racial, la gobernadora se empleó a fondo – y ganó – en lograr que los legisladores estatales decidieran retirar la bandera confederada del Capitolio después de más de medio siglo ondeando como símbolo del pasado de segregación y esclavitud en el sur de Estados Unidos. “En temas de raza”, dijo Haley en un emotivo discurso, “Carolina del Sur ha tenido una historia difícil, todos lo sabemos, muchos de nosotros lo hemos visto en nuestras vidas, en las vidas de nuestros padres y de nuestros abuelos. No necesitamos recordatorios”. Aquellas palabras y su propia experiencia personal la convirtieron entonces en símbolo de la diversidad dentro del homogéneo conservadurismo del sur de Estados Unidos.

Los republicanos más “despiertos” capitalizaron rápidamente esta situación para vender a gran escala la imagen de la hija de emigrantes como un ejemplo del “sueño americano”.

Porque Haley – el nombre que le pusieron al nacer es Nimrata Nikki Randhawa – procede de una familia de inmigrantes. Sus padres, Ajit Singh Randhawa y Raj Kaur Randhawa, originarios de Amritsar, en la India, lograron hacer fortuna en Estados Unidos con una empresa de ropa de lujo, “Exótica International”, que empezó su andadura en 1994 y creció hasta convertirse en una compañía multimillonaria. Todo un ejemplo de “sueño americano”, que no casa ahora con la política de deportaciones llevada a cabo por la administración a la que ella pertenece como figura destacada.

Sin embargo, algunos miembros de su partido la han criticado por mantener una postura moderada sobre el tema de inmigración indocumentada – asegura estar en contra de las deportaciones masivas -, también hay republicanos que no entienden su forma de nadar entre dos aguas.

Sucede que casualmente una de las tácticas preferidas de Nikki Haley es la del zig zag político, lo que le dio buenos resultados en su etapa de gobernadora de Carolina del Sur.

Así, especialmente en momentos tan polémicos como el que obligó a Trump a dar marcha atrás en su política de separar a los niños inmigrantes de sus padres cuando estos son detenidos en la frontera sur y a firmar una orden ejecutiva (contra sí mismo) para detener tan inhumana práctica (su propia práctica), la embajadora de los EE.UU ante la ONU anunció en tono amenazante la decisión de su gobierno de retirarse del Consejo de los Derechos Humanos.

En contraposición con ese paso la imagen de estos niños perplejos y desconsolados hacinados en jaulas que mostraba la peor cara de Estados Unidos, hizo reaccionar a los propios estadounidenses que salieron a manifestarse públicamente contra esta repugnante práctica.

La embajadora de EE.UU. ante la ONU también exigió entonces que el Consejo eliminara el punto 7 de su agenda, dado que aborda exclusivamente las violaciones de derechos humanos en Israel.

Haley andaba, al parecer, volcada en otro discurso que podría parecer distinto aunque, en realidad, estuviera por completo relacionado con lo que sucedía en la frontera sur del país norteamericano. “Tomamos este paso porque nuestro compromiso no nos permite seguir siendo parte de una organización hipócrita y centrada en sí misma que hace una burla de los derechos humanos”, decía a principios de semana Haley, acusando al Consejo de Derechos Humanos de estar movido por sentimientos contrarios a Israel.

Esta frase, motivó que muchos analistas consideraran que en realidad la embajadora norteamericana, ese día cumplía indicaciones directas del Tea Party que es una filial del lobby judío que todo el mundo sabe es uno de los círculos de poder que realmente gobiernan en los Estados Unidos. Es sintomático que Netanyahu agradeciera personalmente a la embajadora el apoyo de Nikki Haley a Israel sin mencionar a la Casa blanca.

Por tanto, la decisión de retirarse no fue una sorpresa en los pasillos de la ONU. Lo que quizás no se esperaba era que se llevara a cabo tan solo un día después de que la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos denunciara la separación de cientos de niños inmigrantes de sus padres en la frontera sur de EE.UU. en los últimos meses. Una denuncia a la que Haley reaccionó con durísimas palabras, que muchos no esperaban de ella: “ni Naciones Unidas ni nadie más van a dictar cómo Estados Unidos defiende sus fronteras”.

En cuestión de política internacional, Haley fue una de las voces más criticadas ytemidas del Consejo de Seguridad de la ONU.

Su visión “de halcón”, que muchas veces daba la impresión de estar hablando en nombre propio o en el de un poder supra gubernamental, la pusieron en la mira en más de una ocasión. En su primer discurso, condenó las acciones de Rusia en los conflictos con Ucrania cosa que la propia administración trumpiana consideró “desafortunada”.

Cuando Estados Unidos estaba intentando reconocer a Jerusalén como capital de Israel, Nikki Haley hizo algo impensable: le envió una carta amenazante a todos los representantes de los países que no estaban de acuerdo con el cambio. “El presidente está observando este voto con mucha atención y me pidió que le reportara las acciones de los países que votaron en contra de nosotros. Tomaremos notas de cada uno de los votos en este tema”, decía la carta.

Sea como sea, de cara al futuro se afirma que Trump ya tiene candidatos para reemplazar a Nikki Haley

Consultado al respecto, el mandatario solo ha dado un nombre, el de Dina Powell, una mujer que nació en El Cairo, Egipto, y que en el 2017 fue expresidenta del Consejo de Seguridad Nacional.

Trump dijo que en dos o tres semanas, o “quizás antes”, nombre a la persona que sustituirá a Haley.

Entre otros, el diario estadounidense Washington Examiner señala que entre los demás candidatos, podrían estar el exgobernador Jon Huntsman, el senador Lindsey Graham y el senador Bob Corker.

Más temprano, el presidente había evocado la hipótesis de una nominación de su hija Ivanka -“sería dinamita” en el puesto, dijo-, pero luego se corrigió: “sería acusado de nepotismo”, afirmó. La propia Ivanka excluyó la posibilidad en un mensaje de Twitter: “No seré yo”, escribió.

Independientemente de quien vaya a ser el sustituto de Nikki Haley, es recomendable darle seguimiento a la futura carrera política de esta fiel representante del Tea Party, ya que para muchos sus ambiciones apuntan bien alto.

No obstante, para naciones como Venezuela, Nicaragua, Cuba y otros países del mundo que sufren las agresiones constantes del gobierno norteamericano de turno, la sustitución de Nikki Haley solo constituye en la práctica el reemplazo de un testaferro del imperialismo yanqui por otro.


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