Columna publicada en La información del Bajo Nalón (24/05/2017)
Lo repito, ninguna fosa es común. Tras cada una de ellas están hijos, sobrinos o nietos de cientos de miles de personas de este país que fueron secuestradas y asesinadas, generalmente con nocturnidad y alevosía. “La Canalona” es una de ellas, señalizada por un monolito para los ajenos y con el dolor y el miedo para unos hijos que día tras día durante ochenta años tuvieron que pasar por delante de aquel sepelio forzado por los asesinos.
Para quienes pertenecemos a familias de “los que perdieron la guerra”, comprendemos la sensación. Para Ángel y Jesús subir de Agones a Escoréu era recordar la ausencia y la impotencia como lo era para mi güela Carmina el tren Pravia-San Esteban y pasar por el túnel donde otros lobos de azul mahón mataron y escondieron a su padre.
Quizá por eso, porque somos muchos quienes comprendemos cómo puede marcar el dolor una vida, no dudamos de la importancia de esa catarsis colectiva que es encontrar a todas las desaparecidas y desaparecidos de la dictadura. Ya lo decía Paco Etxeberría, no se trata de devolverles la dignidad, porque esa nunca la perdieron, pero sí necesitamos ayudar a todas las familias que así lo deseen a cauterizar esa herida.
El pasado fin de semana fueron dos días intensos, de mucho esfuerzo físico, pero sobre todo de la satisfacción de ayudar a una familia cansada ya de esperar. Esperanza, optimismo, preocupación, nerviosismo, pesimismo. Y, de repente, la explosión con los primeros restos. La emoción de hijos, sobrinos y nietos. Y con ellos, nosotros, las decenas de voluntarias y voluntarios que colaboramos en la investigación, documentación y finalmente exhumación de la fosa. Porque en aquellos primeros huesos muchas y muchos vimos a ese abuelo o bisabuelo del que tanto se hablaba en nuestras casas.
Para las pravianas y pravianos que formamos parte del equipo de voluntarias y voluntarios fue un honor recuperar parte de la dignidad perdida, colaborar en que en nuestro concejo cada vez haya menos personas desaparecidas y sembrando nuestras cunetas. Son varios centenares de pravianas y pravianos que de una u otra forma sufrieron la represión que siguió a septiembre de 1936.
El tiempo pasa, la memoria se desvanece y muchos testigos nos dejan. También cambian los montes, las piedras, los árboles. De momento solo pudimos encontrar a uno de los dos hermanos, pero pronto volveremos y recuperaremos al otro. Esta familia merece respuestas. Más de ochenta años después recuperamos la memoria. Y lo que nos queda por recordar.