El señor Barbusse ignora cuál es la razón de por qué un libro de hace cien años, escrito por un muchacho que aún no alcanzaba los dieciocho, puede ser tan fresco, tan lúcido, tan divertido, tan demoledoramente gratificante...
Un día de finales de mayo. Noisil está tomando la lección de Historia a Caleia. Como de costumbre, Caleia no tiene ni idea. Suelta de vez en cuando lo que le chiva desde atrás Tolihroniade (Tolihroniade chiva para que luego le chiven a él). Se trata de la expedición de marco Polo.—¿Por dónde fueron?Caleia piensa. Para ganar tiempo pregunta también él. —¿Por dónde fueron?—Sí.—Fueron por el Cabo de Buena Esperanza—Entonces no se llamaba así.—¿Quiere que le diga cómo se llamaba entonces? —Sí.Calla. Tolihroniade susurra, cada vez má alto. Ya lo ha oído. —Se llamaba el Cabo de las Tormentas.—¿Y luego por dónde siguieron?—Por Brasil.Risotadas. Caleia lanza a sus compañeros una mirada despectiva, cargada de odio. —¿Y adónde llegaron?—A Brasil.—¿Y qué encontraron allí?—Las tierras indias.—¿Y qué más?—¿Qué más quiere que encontraran?
También es motivo de ignorancia del señor Barbusse el por qué otros libros que han caído en sus manos, escritos ayer o anteayer -como quien dice-, le resultan anticuados, como reumáticos, acordes a otro siglo, a un siglo estúpido y pueril, de neurona vaga y acomodaticia.
He aquí lo que pasa en nuestros corazones ahora que se acerca el fin de curso: nos invade la melancolía. Estamos cansados, hartos de la escuela, agotados por el calor; y, sin embargo, cuando se acerca el final del curso escolar, nos ponemos tristes. Nos mostramos satisfechos, reímos y hablamos, pero en nuestros corazones todos conservamos un punto de nostalgia. Es fácil de entender. Quizá pensemos ya en las alegrías del verano y nos entristezca el pensar que estaremos solos. La separación ahuyenta nuestra alegría..
¿Acaso estamos tan unidos tras seis años de clase? ¿O quizá sea otra cosa? Quizá nos ponemos tristes porque las vacaciones no nos traen lo que habíamos imaginado, ya desde la Pascua, que nos traerían. Todos consideramos el primer día de vacciones como el paraíso. Y no es así. Durante las últimas semana de clase nos acostumbramos, poco a poco, a los placeres de la libertad. y cuando anuncian las vacaciones, buscamos en vano esa infinita voluptuosidad. Yo no la he encontrado. Es cierto que muchos de nosostros nos mostramos alegres y bulliciosos, pero esto, en mi opinión, no demuestra nada. Puedo fingir tanteas veces...
El señor Barbusse es escéptico, muy escéptico, respecto a eslóganes del tipo "una obra imprescindible", "un libro conmovedor" o "una joya necesaria" y prefiere elegir sus propios víveres literarios, alejando siempre de su influencia la chabacana monserga de esos pelmas empeñados en catalogar, clasificar, etiquetar la Cultura. Solo así le es posible al señor Barbusse hallar literatura hecha a su medida, que es aquella justamente que le dice lo que no quiere oír, más que la que ejerce de complaciente. Solo así puede cumplir aquello del libro como alimento, como amortiguador, como balón de oxígeno, etc., y experimentar otra vez esa indescriptible sensación del niño con zapatos nuevos, la compañia impagable de esa voz que te habla desde un libro sin tomarte por idiota, como ocurrre con este Diario de un adolescente miope, de Mircea Eliade.
Desparpajo, inteligencia, angustia y belleza de estar vivo.