Danielle Duval, de 11 años, ya es una estrella de la televisión gracias a que sus padres le implantarán un chip como a los perros para localizarla si la secuestran.
Los británicos Paul y Wendy Duval presentaron en sociedad a su hija ante las televisiones mundiales, donde la lucieron e hicieron largas declaraciones sobre cómo la harán insecuestrable.
Hay padres que inventan de todo para salir ante las cámaras buscando la gloria: es un exhibicionismo malsano que estimula la maldad de las mentes enfermas.
Decenas de criminales estarán imaginando distintos métodos para llevarse a una niña con un chip: no hay peor incitación para un canalla que el que duden de sus capacidades; ahora, ya conocen la cara de la primera víctima elegida para retarlos.
Las leyes de las democracias como el Reino Unido o España, protegen la intimidad infantil, pero nadie puede ampararla si quienes la desdeñan son unos, aparentemente, abnegados y amorosos padres.
Aparte de la eficacia técnica o no de los chips, la vida de los menores con esos implantes cambiará radicalmente, porque se sentirán distintos a la mayoría de sus compañeros y constantemente vigilados; serán incapaces de emprender una aventura, de hacer una travesura de las que ayudan a crecer, y que normalmente desagradan a los padres.
En el Reino Unido hay ocho millones de menores; destruirles la niñez a muchos de ellos para evitar unos asesinatos estadísticamente excepcionales es, probablemente, maltrato infantil: pobres niños con los chips de los perros.