Hace un par de días El PAIS publicaba un artículo de opinón haciéndose eco de las estadísticas de niños sometidos a explotación o esclavitud en diversos países alrededor del mundo. Cifras millonarias y en paises mayoritariamente asiáticos.
Rasel, Mobarak, Ashid, Mohamad, Mina… son los nombre reales o ficticios que el autor del artículo elige para ilustrar los ejemplos de los trabajos que, según la Organización Mundial del Trabajo (OIT), son considerados peligroso: minas, vertederos o la misma guerra de los niños soldados.
Es una buena cosa llamar la atención de todos y agitar las conciencias ante estas lacras.
Pero lo que me gustaría más fuera que EL PAIS , además de en esos paises exóticos, se fijara en éste país, este de la piel de toro (o de la piel de cabra, según se mire la silueta geográfica), donde la explotación infantil dista mucho de haber sido erradicada. Donde los explotados se llaman Juanito, Maria del Mar, Loli o Antonio. Lamentablemenete disfrazado de “echar una mano” a la familia, todavía varios miles de menores en España ven limitados sus tiempos dededicación al estudio o a la misma diversión por tener que realizar tareas que, en realidad, corresponden a adultos y sin remuneración alguna.
También en los alrededores de grandes ciudades hay basureros en los que se puede ver a niños, establecimientos de hostelería ( o sea, el bar de la esquina) donde un adolescente sirve cervezas, explotaciones agrarias familiares o mercadillos, donde la actividad que realizan los menores no está precisamente oculta. Las cifras son engañosas, pero bastaría revisar las del absentismo escolar para desenterrar situaciones claramente abusivas.
Que exista trabajo infantil en Dacca, en Vietnam o en Cambodia es una gran desgracia. Que suceda en España es una intolerable vergüenza si, encima, lo ponemos en el contexto de la enorme tasa de desempleo que padecemos.
X. Allué (Editor)
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