Antes o después la mayoría de padres se verán obligados a dar algún medicamento a su hijo, ya sea en forma de gotas, jarabe, polvos, comprimidos, cápsulas, pomada o supositorio. Sin embargo, esta práctica tan extendida no está exenta de riesgos.
El organismo del niño no es como el del adulto. No basta con cambiar la dosis de los medicamentos en función del peso del paciente. Siempre existe un cierto riesgo de administrar una dosis excesiva o insuficiente. Además, la acción de los medicamentos no es necesariamente la misma que en los adultos. Los niños crecen y su peso y su tamaño aumentan, mientras que el funcionamiento de sus órganos y su sistema nervioso evoluciona. Así que las reacciones del organismo a los fármacos varían en función de la edad del menor.
Un producto químico determinado puede tener un efecto nefasto en un organismo en desarrollo, y las consecuencias pueden prolongarse durante años o incluso el resto de su vida.
Por tanto, es fundamental que los niños tengan medicamentos destinados específicamente para ellos. En este sentido, el panorama actual dista bastante del ideal, ya que sólo una parte de los medicamentos a la venta disponen de medidas dosificadoras para dar la “cantidad correcta” a los niños.