Por Silvana Melo
Mara Martínez tiene una biblioteca popular y un espacio de alimentación integral –del cuerpo y el alma- para los chicos y las chicas de un asentamiento a diez minutos del centro de San Salvador de Jujuy. Ella, un reservorio de lucha, ha visto pasar a infancias y adulteces envueltas en la resignación y el acostumbramiento a la pobreza. Curtidos en el sufrimiento.
El piberío jujeño, cansado del fracaso de ser sujeto de derecho –cuando los derechos casi nunca se convierten en realidad tangible- va levantando la cabeza de la serenidad de la puna. En la punta de un cerro protestan desde una escuela. No son más que diez, dice Mara. Pero que despiertan. Han salido a los caminos.
“Recién nos vamos a enterar en un tiempo cómo decanta todo esto en ellos”, piensa Mara. “Jujuy es tierra de saqueos; nosotros venimos desde hace años denunciando una situación que recae sobre los pibes y las pibas”. La militante social habla de “la falta de acceso a la educación, a la salud, al entretenimiento”. Para ella, “un objetivo claro de toda esta represión son los pibes, los jóvenes, los adolescentes; hay un ensañamiento. Son sus enemigos los chicos y los jóvenes”. Se trata de evitar el nacimiento de sujetos políticos, constructores colectivos de un camino nuevo.
“Quieren que las generaciones que vengan sean sumisas, calladas, completamente dormidas”. Mara trabaja desde hace veinte años en los barrios con niños y adolescentes. “A partir de la situación particular de Jujuy, dentro de la biblioteca tenemos comedor y merienda, aunque hace unos ocho años no recibimos recursos de la provincia ni del municipio. En la provincia no se aporta al futuro de los niños”.
En esta lucha, dice Mara, “los chicos están mirando y hay adolescentes que por primera vez se han animado a participar desde la discusión. Han salido a expresarse, han hecho permanencia en las escuelas; tenemos también chicos cuyos padres han sido perseguidos y encarcelados. Y se está despertando otra conciencia”
Pobreza, situación alimentaria grave, un 44 por ciento de los chicos jujeños malnutridos, carencia de calidad en la salud, en la educación, falta de libros, cine, deportes. Y Mara sigue enumerando. “Se van acostumbrando a no exigir. Si podés comer un plato de fideos apenas con aceite, ya está, ya comiste. Y es suficiente. Pero no es así, perdemos calidad de vida, dignidad de vida” y un crecimiento infantil con déficit de nutrientes y menos herramientas para enfrentar un futuro que se promete hostil. “Todo es apenas para sobrevivir. Lo de los sueldos docentes no es chiste. En el municipio hay gente que cobra con un Potenciar Trabajo, es una locura. Pero todo se naturaliza. La gente agradece tener esos cuarenta mil pesos, con una changa suma otros cuarenta mil más y todos agradecen tener sueldos de alrededor de 100 mil pesos”.Mara asegura que “no es que hemos sido mansos y de pronto nos volvemos locos y salimos a la calle”, sino que “Jujuy es una tierra maravillosa, con gente muy pacífica que siempre ha optado por la paz. Por eso me molesta que ahora seamos los violentos. Es un pueblo aguerrido, que tiene una historia de lucha muy fuerte”. Entonces saca las cartas de esa historia: “Jujuy ha sido partícipe de las guerras de la independencia y esto lo llevamos todos en nuestro chip. Un pueblo al que no le gusta la violencia también tiene un límite”.
Hoy están en la calle, siguen estando en la calle a pesar de que otra vez pasaron a ser noticia dentro de su territorio y nada más. “Hace rato que hemos visto cosas tremendas, que las hemos denunciado pero a nadie le importó”. Y recuerda el episodio en su asentamiento, Campo Verde donde “nos sitió la policía, nos mandaron 600 efectivos con caballos, nos pegaron a todos. Simplemente porque queríamos un espacio central del barrio para una cancha: las casitas son muy chiquitas y la mayoría no tienen patio”. La memoria es tremenda: “me suspendieron del trabajo por denunciarlos, nos encerraron en la cancha. Fue terrible”. Es decir que “hace tiempo que hay represión en comunidades, organizaciones. Todo se venía cocinando en Jujuy”.
Pero acaso el litio, el oro blanco en las sales de los territorios que expulsa a las comunidades, que irrumpe en la constitución para legitimar el saqueo, haya sido la chispa para esta hoguera que no se apaga. “Acá vemos cómo bajan el litio y se lo llevan. Y la gente de los barrios cae en los hospitales públicos y que dios los ayude. De los grandes logros con el litio, no vemos un peso y las comunidades ven el avance sobre sus territorios, sobre el agua, que es lo único que tienen”. Pero ahora la gente sola de la puna, “la que vive con un animalito”, se ha empezado a reunir. “Nosotros somos mucho de asambleas. En el norte se convoca a asamblea y vienen de distintos parajes y discuten. Algunos vienen caminando kilómetros hasta llegar”. Y van con sus crías, que van creciendo en la discusión y en la lucha.
“No es que de la noche a la mañana enloquecimos y salimos a los golpes”, dice Mara. “No. Nosotros venimos con una lucha desde hace muchos años para denunciar el saqueo. Y no es una disputa local, es un saqueo feroz hacia todo el país”El ojo que perdió Misael por una bala policial se volvió una bandera de lucha. Tiene 17 años y estudia en un bachillerato de Purmamarca. Su ojo –y los que otros también perdieron- son el símbolo de lo que hay que visibilizar a pesar de todo. Mara recuerda también la muerte de Matías Puca, un chico carrocero atropellado en un episodio en el que se habla de la implicancia de hijos del poder. Ahora la imagen de Matías “es también un emblema de esta lucha”.
San Salvador de Jujuy es una “Tacita de Plata”. Rodeada por cerros siempre verdes y contorneada por dos ríos: el Xibi-Xibi y el Grande. Detrás de la brillante belleza natural los niños y las niñas soportan la intimidación y el embate de un estado que sólo los ve cuando se vuelven amenaza. Cuando son capaces de comprender y decidir.
Este mismo mes la Defensoría del Niño denunció malos tratos a dos adolescentes y una niña de 6 años cuando allanaron una casa en medio de las protestas. Dieciséis policías y ocho más vestidos de civil rompieron la puerta y ordenaron a todos que se tiraran al piso. Mientras, la nena lloraba y rogaba que no le dispararan.
Esa policía de ese gobernador que intenta ser vicepresidente no es una ave rara en un territorio singular. Es una foto nítida del brazo más eficaz del capitalismo: el extractivismo arrasa a su paso con los árboles y las mariposas, con las abejas y los niños, con los territorios y la cultura.
La esperanza se ilumina en esa infancia y esa adolescencia, crecidas en este fuego, que seguirán intentando remontar esta tierra baldía. Silvana Melo