Revista Opinión
Grecia acude hoy a las urnas para votar si apoya o rechaza las condiciones que le imponen los acreedores para ampliar el rescate que necesita su economía. El primer ministro, Alexis Tsipras, juega así su última carta negociadora, poniendo en un brete a su país como a la propia Unión Europea.
Los acreedores y burócratas creen que si triunfa el “no” Grecia se dirigirá directamente al desastre: salir del euro y entrar en un infierno financiero. El problema de Grecia con la “troika” es muy complejo y sus causas se pierden en el tiempo. Más por simpatías que por conocimiento, soy partidario del “no”. Entre otras razones, porque los que apoyan el “si” son sumamente sospechosos y nada de fiar. El “no” lo recusan personas como el ministro español De Guindos, un exagente de Lehman Brothers, y Christine Lagarde, presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), la que un día endurece las negociaciones y, otro, lamenta las consecuencias que siempre produce una austeridad llevada a sus extremos. Y, en medio de ambos, un Mariano Rajoy al que le aterra que los griegos consigan capear una crisis sin tener que soportar un empobrecimiento innecesario, como se ha hecho aquí con los recortes en educación, sanidad, dependencia y pensiones.
No es un terror infundado. La peor pesadilla que podría ocurrir si gana el “no” en Grecia es que el país se salga del euro, hecho en sí que afecta más a Europa que a la propia Grecia, y que su economía, tras un breve período de adaptación, empiece a crecer. Se trata de una posibilidad que ha sido señalada por Ben May, un economista de Oxford Economics, que asegura que tal situación podría provocar irremediablemente una fragmentación y el contagio a otras economías del sur de la zona euro. De ahí los nervios que hoy se extienden por las cancillerías europeas, en las que cruzan los dedos para que gane el “sí”.
El referendo que se celebra hoy en Grecia forma parte de una tramoya teatral, es una baza de la negociación en la que el pueblo llano, gane el sí o gane el no, siempre acabará pagando los platos rotos. A Grecia la quieren chantajear, humillar y hundir los que representan al capital, al dinero, y no los que defienden a las personas. El BCE, la Comisión Europeay el FMI no están dispuestos a respetar la voluntad de una Nación democráticamente expresada en las urnas, sino las normas y condiciones de un capitalismo globalizado que se sitúa por encima de gobiernos y pueblos.
No se puede acusar a la población de ningún país de la mala gestión de sus gobernantes: ni en Grecia ni en España. Ni los griegos “engañaron” a los acreedores sobre el verdadero estado de sus cuentas, ni los españoles vivieron por encima de sus posibilidades, como tantas veces se ha dicho. Ni unos ni otros son causantes de ninguna crisis, sino los poderosos que utilizan el sistema para especular y enriquecerse aún más. El gran problema de Grecia es que está empeñada en que se reconozca que sólo con ajustes y austeridad, sin renegociar la deuda, no se resuelve la situación, que no se ayuda nada al país, a ningún país, para equilibrar sus cuentas y sanear una economía atrapada en la bancarrota.
Dos economistas de prestigio, dos premios Nobel, Paul Krugman y Joseph Stiglitz, afirman que son partidarios del “no”. Imagino que el autor de esa “biblia” sobre las desigualdades que provoca el capital del siglo XXI, Thomas Piketty, también apoyaría el “no”. Pero, incluso, si nadie de los supuestamente entendidos y expertos en finanzas lo hiciera, Lienzo de Babel apuesta por el “no”, por dignidad, solidaridad y justicia con Grecia y sus gentes, pase lo que pase mañana tras el referéndum. No podemos evitar identificarnos con los perdedores y los nadie de la historia.