Por Merce Roura
Llega el momento de aceptar.
Llega siempre.
A veces, tras un proceso duro de intentar cambiar las circunstancias mil veces. De mucho esfuerzo y trabajo por conseguirlo. De haber puesto todo tu empeño y tu alma en ello. De haberse dejado la piel en paciencia y ganas.
Otras, te das cuenta muy rápido de que por allí no es.
Es un momento que puedes eludir, pero siempre te atrapa. Siempre te alcanza por más que huyas. Cuando lo asumes, notas que te zarandea por dentro y te dice... Es un NO. Un NO inmenso. Por más que supliques un sí y por más que, incluso, te hayas conformado hasta ahora con un sí a medias porque pensabas que si bajabas el listón la vida te premiaría con mantener esa esperanza un tiempo más. Si rebajabas tus expectativas y dejabas tus necesidades de lado para poder adaptarte y amoldarte a las circunstancias.
Pensabas que si pedías menos e ibas tirando con las migajas, los dioses no iban a enfadarse y te acabarían concediendo eso que tanto anhelas.
Y hoy te das cuenta de que no.
Es NO. No pasará. Por más que insistas.
Por más que pienses que si sucediera sería maravilloso.
Por más que no comprendas por qué y no le veas sentido.
Por más que creas que sería una buena idea para todos.
Porque hay cosas que no están en tu mano y no son. Porque no dependen de ti y perseguirlas te convierte en una versión de ti que acabas detestando. Porque mendigas. Porque te arrastras. Porque te sientes mal intentando demostrar que puedes ofrecer lo mejor para que otros te valoren y te vean cuando no te ven.
Sí, es verdad... Nada es imposible, nada, pero no todo va a suceder. Por más que te lo merezcas, por más que lo luches, por más que lo desees. Hay cosas que no son o no son ahora, tal vez.
A veces, incluso, diría que cuanto más te arrastras e insistes, más te alejas de ello porque es como si estuvieras decidiendo que no te lo mereces si no sufres para conseguirlo. Y eso, de forma inconsciente, es declararte a ti mismo como una especie de escombro humano, un ser indigno y menospreciable. Esa visión distorsionada de ti solo hace que los demás te vean de la misma forma y te traten en consecuencia.
Es un NO. Gigante. Con mayúsculas. Y cuanto antes lo aceptes, antes recuperarás tu tamaño real y tu grandeza, que se había visto relegada por las dimensiones de ese NO y por lo diminuto que tú te sentías ante eso que tanto sueñas conseguir.
A veces hay que soltar eso que tanto deseas para descubrir si realmente es para ti o era tu insistencia lo que lo mantenía cerca.
Soltar para ver si sale corriendo o regresa.
Soltar para saber si es para ti.
Soltar para poder dejar de ser esclavo de aquello que buscas y desde la libertad dejar que lo que sí es para ti se te acerque.
Y no es soltar para que vuelva, es soltar para estar en paz contigo. Sin dejar de querer que vuelva pero sin morir si no sucede.
A veces, un no es un sí, si sabes comprender que la única persona que puede negarte eres tú y que no dependes de las decisiones ajenas.
Porque si dejas ir y te desapegas, pones en marcha ese mecanismo de respeto hacia ti que te hace recuperar la autoestima perdida y vuelves a ser tú, ese tú que sí se sabe merecedor de lo mejor sin tener que pelear por migajas de nada ni de nadie.
Aceptar que es un NO no significa perder eso que deseas, ni decidir que no lo quieres, significa que decides que si no llega podrás vivir. Significa abrirte a que sea como es sin más angustia... Significa dejar de necesitarlo y aprender a valorar lo que sí está en tu vida... Significa vivir ese NO desde la paz y respirar de una vez.
Y si luego llega, hacer una fiesta inmensa y dar gracias y sentirse dichoso.
Y si no llega, hacer una fiesta también por lo que ya es y lo que ya está... Y dar gracias y sentirse dichoso.
Porque a veces es necesario que sea que NO para que pueda ser que sí.
Fuente: https://mercerou.wordpress.com/2023/03/20/no-2/