Vale la pena reflexionar sobre el No a la guerra después de la Guerra de Irak y su posterior ocupación por el Imperio, y tras la matanza de París (esto es importante, lo veréis más adelante), versión occidental de las escabechinas constantes en Siria, Irak, Turquía, Egipto, Nigeria o Kenya. Ahora es el No a la guerra 2.0. Ocasión que se brinda de hacer una crítica a la izquierda desde la izquierda.
Existe ahora una complejidad mayor, qué duda cabe, en el No a la guerra 2.0, en el nuevo escenario del terrorismo internacional de corte yihadista. Pero la izquierda tradicional o incluso la Nueva Izquierda, que muchas veces comienza a ser rancia y sigue anhelando ese humanismo abolengo que nunca ha encontrado, se enroca en su postura atiborrada de unas buenas intenciones que a muchos se nos atraganta, al menos parcialmente. Lejos de mi intención queda justificar una intervención de la OTAN o una campaña bélica, pero sí creo preciso señalar ciertas declaraciones que personajes a los que a algunos admiro, como Alberto Garzón, han dejado en evidencia, al menos ante mí, haciéndome pensar por un momento si es que se ha vuelto rematadamente tonto.
¿Qué ha cambiado? Bueno, la sospecha de que Occidente y sus aliados en Oriente Medio (Arabia Saudí, Israel) quieren fortificar su posición geoestratégica a costa de Siria sigue siendo válida, sobre todo si Hollande habla, después de la carnicería en París, del futuro de Siria sin Al Assad. La OTAN se frota las manos. Pero no es tan obvio como lo era con la doctrina Bush. Hay actores nuevos: Rusia, por ejemplo, que es el rival geopolítico mundial de la OTAN, y los monstruos de Daesh. En la época del No a la guerra 2.0, Daesh reencarna el enemigo común que se le suele presentar a las fuerzas ideológicas antagónicas que la historia eleva a la categoría de protagonistas con sus envites de contingencia.
Podría caer en el cliché de llamar a Daesh fascista o nazi, como hacen merluzos como Alfonso Rojo, pero sería faltar a una rigurosidad objetiva de examen ideológico. En esencia, sucedería lo mismo que cuando se llama fascista al neoliberalismo; independientemente de que el fascismo fuera apoyado por los grandes capitalistas, el capitalismo debe juzgarse como lo que es: capitalismo, y juzgar todas sus fechorías e iniquidades (por ejemplo, el aliento a Daesh y su financiación) como fruto de la naturaleza política del liberalismo y el neoliberalismo.
Llegamos al punto de reflexión principal sobre el No a la guerra 2.0: yo estoy en contra de la guerra, pero no en contra de que se extermine a Daesh. Gente como Alberto Garzón o Teresa Rodríguez han realizado declaraciones que denotan verdadera estupidez, cuando no una absoluta falta de visión histórica y de análisis de la actualidad que parten de axiomas equivocados. A saber: que a Daesh, por ejemplo, le duele más la condena de un juez que un bombardeo. Una tontería a todas luces: por uno de Daesh que entre en una cárcel occidental saldrán veinte; ¿de verdad cree que una persona dispuesta a inmolarse sufrirá encerrado y que después saldrá y se reintegrará a la sociedad? Daesh no es ETA, ni los GRAPO, ni Bader Meinhoff, ni el IRA. No estamos en la Posguerra Fría...Daesh tiene mercados de esclavos y cierra la venta de los mismos a través de smartphones mientras decapitan a una familia entera de yazidíes, por ejemplo.
Lo más recalcitrante de la izquierda anclada en el pasado es su contumaz actitud, dispuestos siempre a equivocarse en descrédito de su posición ideológica. La manipulación mediática ayuda, claro, pero sus declaraciones en este No a la guerra 2.0 confunden a a los ciudadanos de a pie, que se sentirán más seguros votando a un gobierno conservador o a un partido del establishment neoliberal, partidario de la OTAN y del imperio, que votando a un candidato que parece querer negociar con cortadores de cabezas, esclavizadores de personas y violadores de niños, en su mayoría musulmanes y minorías étnicas de la zona, que es lo que es Daesh. Absoluta falta de previsión y estrategia comunicativa.
La supuesta guerra contra la que alzan su voz, además, ya existe. De hecho, las ejecuciones de París son fruto de la intervención de Francia en la parte de Siria controlada por Daesh. ¿Consideran también, como el inculto de Risto Mejide, que Paco Arcadio es un terrorista o partidario del imperio occidental por irse a hacer la guerra a Daesh junto con el PKK kurdo? Podrían haberse manifestado ya en contra de la guerra, porque esa guerra de la que hablan ya sucedía; pero solo lo han hecho, curiosa coincidencia, a raíz de un atentado mortífero contra Occidente. Aparte, la ONU, la misma organización que condena año tras año el embargo contra Cuba, no solo no se opone, como ocurrió con la Guerra de Irak, a una intervención contra Daesh, sino que llama a tomar todas las medidas necesarias en su contra. El No a la guerra 2.0, se revela así errático y obsoleto, y también, muchas veces, falto de agudeza analítica.
Como veis, a la izquierda tradicional, clásica, le pesa su pasado, y se le acumulan muchos deberes a realizar: por ejemplo, comprender la geopolítica del siglo XXI más allá de la oposición (siempre necesaria) a toda intervención bélica. Es lo que se echa de menos en el No a la guerra 2.0. No obstante, no se trata de desplegar tropas en Siria, sino de destruir las posiciones de Daesh allí y en Irak. Y con Daesh, que propaga una ideología absolutista, teocrática y liberticida, solo vale una cosa: cazarla y exhibirla como trofeo.
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