Revista Opinión
Ayer, durante un acto en Pontevedra del Partido Popular, en el curso de esta campaña electoral atípica en la que no se confrontan ideas, propuestas y programas sino emociones, eslóganes e invectivas entre candidatos que se acusan mutuamente de todos los males que asolan el país, un adolescente descerebrado propinó un puñetazo a Mariano Rajoy, presidente del Gobierno.
En un país en que la educación es un asunto pendiente, que sólo se modifica cuando el gobierno de turno pretende imponer sus ideas a través de los planes de estudio, y en el que una crisis económica se ha cebado con los más débiles, en especial con los jóvenes, no es de extrañar que alguno piense que es mejor no pensar y más útil defender sus argumentos con violencia, a base de golpes y puñetazos, como en las películas o los videojuegos.
Desde las antípodas de su ideología, hoy expreso desde aquí mi incondicional apoyo al candidato Rajoy y al Jefe del Gobierno de España, persona y cargo que han de ser respetados y tratados con la dignidad que merecen y que reúne cualquier persona. Me pongo a su lado para repudiar, desde la solidaridad, toda manifestación de violencia y cualquier agresión física o verbal que invada sus derechos y su libertad.
Si esta bochornosa conducta de un energúmeno ha de traer consecuencias, que sean las de la sensatez, el respeto y la moderación en que se basan todo diálogo entre las personas y la convivencia colectiva en sociedad.