Cansado de caminar por horas en el desierto, un hombre decide sentarse bajo la breve sombra de un cactus. De su mochila gastada sacó una pequeña ánfora con agua y bebió con avidez. Su objetivo era cruzar la frontera y a pesar del infinito cansancio no pensaba detener su marcha. Su juventud le había permitido avanzar lo suficiente para llegar ahí y ya solo le faltaba un día de camino para lograr si meta. En la frontera lo esperaba su tío y primos para darle casa, comida y trabajo. Llevaban años establecidos en Dallas y poseían un lucrativo negocio de muebles. El sol quemaba tanto que ni siquiera las serpientes se atrevían a dejar sus madrigueras. El joven se puso de pie, sacudiendo su pantalón con las manos para quitarse la arena y proseguía a seguir su camino cuando advierte que sobresale del suelo el pico de una botella. La desentierra con cuidado, escavando con los dedos y al tenerla entre sus escuálidas manos, la abre sin pensarlo siquiera.
De la botella emerge un horrible ser y al muchacho le corrió un escalofrío helado de terror por la espalda. Era de un color gris parduzco y de ojos encendidos de un color rojo punzante y de rasgos toscos y desdibujados. Parecía un boceto de un moustruo a medio terminar y su olor era tan nauseabundo como una docena de animales muertos.
-Soy un genio- Dijo con una voz grave y cavernosa, que más parecía brotar del inframundo.
-He estado atrapado ahí por siglos, y rogaba a mi Dios que alguien pasara por aquí y me liberara. Los primeros cien años le prometí que a quien me salvara lo haría el ser más rico del mundo, pero no recibí respuesta alguna. Los siguientes cien juré cumplir absolutamente todos sus deseos, pero tampoco obtuve mi libertad. Y así , cada cien años cambiaba mi oración hasta que un día ya desesperado exclamé que a quien me sacará de ahí lo mataría. Entonces llegaste tú así que tendré que matarte.