Y mujeres, y niños y patos.
Son ardillas. O hámsters, si es que los hámster te gustan más.
Inofensivos. No representan ningún peligro. Y eso es un grave problema.
El problema que tienen los que critican a los ricos.
Y los aliades. Y los activistas de twitter. Los haters y los defensores de los impuestos.
Los de que la meritocracia no existe, los del reparto de la riqueza y los subvencionados.
Los ofendiditos.
Los mal llamados progresistas.
Los que creen saber lo que le conviene al prójimo.
Mala gente.
No te puedes fiar de un inofensivo.
De los preocupados por exponer su virtuosismo moral.
Los vigilantes de lo que deberías decir, cómo deberías comer, qué consumir y cómo tratar a los demás.
Los woke, los del lenguaje inclusivo, los que creen que señalar lo malo hace que los demás crean que son buenos.
Los que confunden inestabilidad emocional con empatía.
Igualito que un puto hámster. El peor tipo de calaña.
Los hámster no son buenos, no te equivoques.
El día que te cruces con uno de dos metros y 120 kilos no dudará en arrancarte la puta cabeza de un mordisco.
Cuando no representas ninguna amenaza, bondad o moralidad no son las palabras que te definien.
Es debilidad.
No confundas debilidad con bondad.
El hámster no es bueno, es débil.
El hombre débil no es bueno, es que no tiene alternativa. Se comporta de la única forma que se puede comportar.
Si no tienes tiempo, ni libertad, ni fuerza física, ni dinero, ni conocimiento, ni valentía eres un puto hámster.
Un blando.
Teme a los blandos, porque el día que les dan una gorra se convierten en dictadores.
¿Quieres ser bueno?
Conviértete en una auténtica máquina de matar. Un asesino en potencia.
Ponte en forma, estudia, desprecia la seguridad, normaliza aquello que te aterra.
Y no actúes sobre el poder que ello te dará.
Eso, y no otra cosa, es lo que te convierte en alguien bueno.
Ser un pastor alemán, no un puto hámster.
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