Hace unas semanas decidí subsanar algunas carencias de mi cultura literaria, y para ello, elaboré una lista con algunos títulos de obras clásicas que aún no he leído. No voy a aburriros con largas reflexiones sobre la necesidad de leer a los grandes maestros del pasado. Por supuesto que opino que hay que hacerlo, pero que cada uno aborde esa tarea como mejor le parezca.
Entre los libros que componían ese listado se encontraba “El sí de las niñas”, de Leandro Fernández de Moratín. Y resulta que en la edición que encontré en la Biblioteca de Humanidades de la UV (Fechada en 1956, nada menos) también se recoge otra obra de este autor, titulada “La comedia nueva o El café”. Desde siempre me ha gustado el teatro y, además, ambas obras son muy breves, así que nada más terminar la primera, leí la segunda, en la que se cuenta la experiencia bastante traumática de un autor novel que, animado por un “amigo” bastante pedante y adulador, piensa haber escrito una pieza magistral y ya se ve a sí mismo disfrutando de la gloria y la riqueza al convertirse en uno de los grandes dramaturgos del momento.
Desde el principio, se muestra también la actitud crítica de un entendido del teatro, que se queja de la mala calidad de las obras que se representan en esos días y que, con solo escuchar algunos versos de la obra de este autor principiante, ya le vaticina un estruendoso fracaso debido al poco valor literario de su escrito. Sin embargo, el resto de la concurrencia le lleva la contraria a la vez que alaban el trabajo de este intrépido autor, que ha invertido una gran suma en la impresión de su obra.
Tal y como presagiaba el crítico caballero, la representación es un desastre, el público se marcha enojado y apenas se venden unos pocos ejemplares del texto impreso. Ante esta debacle, los que antes adulaban al escritor le echan ahora en cara su falta de talento y le dejan solo, mientras que el pobre hombre se pregunta cómo es posible que todo haya salido tan mal. Y es entonces, cuando ese caballero, adusto y malhumorado, pero, a la vez, hombre culto y de buen corazón, expresa el siguiente razonamiento:
No quiero dejarle, me da compasión…. Y, sobre todo, es demasiada necedad, después de lo que ha sucedido, que todavía esté creyendo el señor que su obra es buena. ¿Por qué ha de serlo? ¿Qué motivos tiene usted para acertar? ¿Qué ha estudiado usted? ¿Quién le ha enseñado el arte? ¿Qué modelos se ha propuesto usted para la imitación? ¿No ve usted que en todas las facultades hay un método de enseñanza y unas reglas que seguir y observar; que a ellas debe acompañar una aplicación constante y laboriosa, y que sin estas circunstancias, unidas al talento, nunca se formarán grandes profesores, porque nadie sabe sin aprender? Pues ¿por dónde usted, que carece de tales requisitos, presume que habrá podido hacer algo bueno? ¿Qué, no hay más sino meterse a escribir, a salga lo que salga, y en ocho días zurcir un embrollo, ponerlo en malos versos, darle al teatro y ya soy autor? ¿Qué, no hay más que escribir comedias? Si han de ser como la de usted o como las demás que se le parecen, poco talento, poco estudio y poco tiempo son necesarios; pero si han de ser buenas (créame usted) se necesita toda la vida de un hombre, un ingenio muy sobresaliente, un estudio infatigable, observación continua, sensibilidad, juicio exquisito, y todavía no hay seguridad de llegar a la perfección.
Reconozco que estas palabras me han golpeado cuando las he leído y, de inmediato, he decidido compartirlas con todos los que visitáis este espacio, en el que se da voz a gente a la que le gusta escribir y se ofrecen experiencias propias y ajenas de la labor creativa.
Todo lo bueno cuesta y nada que valga la pena se obtiene sin esfuerzo. El orden y la constancia son dos ingredientes de la “fórmula secreta” del éxito. Esta ha sido siempre mi opinión y los años no han hecho más que confirmarla. Hace tiempo escuché una entrevista a un empresario del mundo de la animación y los videojuegos en la que decía que todo lo que él había logrado en su vida había sido a través del esfuerzo. Y por eso animaba a convertir la afición de cada uno en su trabajo para de ese modo poder triunfar. ¿Por qué? Porque cuando hacemos lo que nos gusta, no nos importa esforzarnos, o al menos no nos importa tanto. El “sufrimiento”, el cansancio, la superación que nos exige esa tarea es parte de la diversión. Es lo que ocurre en el deporte, en las artes y en cualquier disciplina. Si logramos poner esa pasión y esas ganas en nuestro trabajo, seguro que tendremos éxito.
Pero, ¿qué decir de aquellos que quieren triunfar en algo sin poner los medios para lograrlo? Es comprensible. Se trata de una tentación común, y más en esta cultura del éxito rápido y sin esfuerzo. “Poco trabajo, mucho dinero”, decía Ella Baila Sola en una de sus canciones. ¿Es imposible lograrlo? Depende de lo que entiendas por triunfar, por tener éxito. Si se trata de hacerse famoso o millonario, no es fácil, pero tampoco imposible. Ahora bien, si lo que quieres es hacer algo que valga la pena, sentir la satisfacción del trabajo bien hecho, aportar un poco de belleza a este mundo o sentido a la vida de otras personas… Entonces, la cosa se pone complicada.
Ahora mismo, todos podemos ser “escritores”. Basta con ponerse delante del ordenador y teclear un rato, como estoy haciendo yo ahora mismo. Después, lo colgamos en un blog, en una plataforma online, o la autopublicamos con cualquier editorial de ese sector y… ¡Ya soy escritor! ¿Seguro? Puede que hayas escrito algo, pero eso no te convierte en escritor. Al menos en lo que solemos entender cuando utilizamos ese término, ya sea en masculino o femenino.
Yo no soy nadie para juzgar a otras personas, y mucho menos pretendo desanimar a aquellos que se están adentrando por el camino de la escritura. Al revés, si creé este blog y lo mantengo, si imparto talleres y sesiones sobre la labor creativa, si dedico todo el tiempo que puedo a charlar con jóvenes y no tan jóvenes que sueñan con publicar su primera obra, es porque pienso que la escritura es un camino maravilloso que nos ayuda a mejorar y a ser más felices, y se lo recomiendo a todo aquel que sienta la más mínima inclinación por este arte.
Pero, por eso mismo, porque siento un profundo respeto por la escritura y por la labor de todos los que nos dedicamos a ella, pienso que es necesario que recordemos que para hacerlo bien tenemos que formarnos, esforzarnos y exprimir todo el talento que Dios nos haya dado. Y esto no durante un tiempo, sino toda la vida. Aprendemos cada día, con cada escrito, con cada opinión que recibimos. Nunca alcanzaremos la perfección. Pero si ponemos todo lo que está a nuestro alcance para avanzar, podremos sentirnos orgullosos de nuestro trabajo, aunque nunca escribamos un best-seller, aunque no nos pidan autógrafos por la calle, aunque ninguna editorial de renombre se fije en nosotros, aunque no seamos ni guapos, ni ricos, ni buenos jugadores
¿Quieres ser escritor? ¿Quieres ser escritora? ¿Sí? ¡Perfecto! Orden, constancia y prohibido desanimarse. La escritura siempre tiene premio, pero no el que muchos se creen. Para comprenderlo hay que vivirlo