Revista Opinión

No busques más ser buena persona; sino hacer lo correcto

Publicado el 25 agosto 2019 por Carlosgu82

Hacer lo correcto, es elegir opciones cada día que favorezcan de forma real nuestros valores, y estén en armonía con nuestros principios. Esto requiere pensar antes de actuar; ya que las consecuencias de nuestros actos no son siempre obvias, ni la mejor intervención posible corresponde siempre «con lo que nos pide el cuerpo.» El cuerpo se mueve por emociones; que la palabra emoción viene del Latín movere, moverse. Las emociones sirven para sincronizar cuerpo y alma, y a menudo varios cuerpos y almas, para actuar rápido y de forma estereotipada, sin pensar. Como escapar de un incendio, o hacer el amor. Sin embargo, las emociones del cuerpo cuentan con que la mente actuará de censora, y modulará la respuesta inhibiéndola, aplazándola o ajustándola según requiera la situación.

El problema viene al analizar la circunstancia sobre la que debemos -o no- actuar; sobre todo porque a menudo no la analizamos en absoluto, sino que imponemos sobre lo que vemos nuestra experiencia pasada o lo que nos han enseñado que hay que hacer. El hombre o mujer con madurez e inteligencia sin embargo, sí tiene que ir más allá, y hacer el pequeño esfuerzo -y cada vez más pequeño con la costumbre- de comprender objetivamente lo que ocurre verdaderamente en cada encrucijada del camino.

Analizar los posibles resultados de nuestra conducta (los reales, no los que queremos imaginar) y como sirven mejor o peor a nuestros valores, es la Ética. Actuar sin pensar NUNCA es ético, incluso si los resultados resultan ser buenos; también los impulsos de los animales o de las personas furiosas a veces producen consecuencias inesperadamente positivas, pero eso no convierte a sus acciones en éticas.

Lo bueno de pararse a pensar, es que nos ahorraremos muchos disgustos y nuestro comportamiento será cada vez más útil para los demás y nosotros mismos. Pero también hay una parte mala, que es la que hace a la gente preferir que les den un decálogo de lo que hay que hacer o no hacer, o una dirección, y así poder actuar sin pensar y sin «culpa» ya que son meros transmisores de «órdenes de arriba.»

El hombre o mujer maduros y responsables, no puede hacer esto: tiene que aceptar la parte mala de tomar sus propias decisiones.

Esta parte mala consiste, en lidiar con decisiones que nunca serán ideales; ya que siempre elegimos entre opciones disponibles. Por ejemplo, un capitán de barco del pasado tenía que elegir a menudo entre salvar a parte de los pasajeros o a ninguno; porque a menudo la evacuación requería actuar con orden y rapidez. Entonces se priorizaba a las mujeres y niños sobre los varones, y a los pasajeros sobre el propio capitán y la tripulación. O también: un maestro de Primaria sabe qué alumnos trabajan en el campo, y le gustaría poner buenas notas a todos sólo por su esfuerzo en clase; pero entonces obraría con injusticia para los alumnos excelentes, lo cuál a la larga iría en perjuicio de todos.

Además de que raramente podemos elegir la respuesta «ideal», también tenemos que afrontar la incertidumbre sobre el resultado de nuestras acciones, o aspectos negativos de éstas. Por ejemplo, un presidente tiene que decidir si hacer una guerra comercial con otro país; intentando averiguar con buenos asesores, si hay más daño en la guerra de aranceles o hay más daño en no hacer nada. No hay garantía de que los modelos de los asesores acierten; y sí hay garantía de que ambas opciones significarán la ruina de empresas. El presidente de ese país tendrá que elegir y vivir con las consecuencias negativas de su elección.

Si elegimos de forma ética, es decir: con buena información, buena comprensión de la situación y las consecuencias realistas de nuestras acciones, el sufrimiento por equivocarnos o no poder elegir mejor se reduce mucho. Empero, es inevitable, y a veces es enorme.

Es fácil por tanto conformarse con «ser buena persona» y actuar de forma típica y heterónoma, como los niños hacen; esto nos dará una sensación de ser «puros», y nos sentiremos bien con nosotros mismos incluso si las consecuencias de nuestros actos son catastróficas. El haber hecho «lo que se esperaba de nosotros», lo que «dicen que hay que hacer» nos permite crear la ilusión de que las consecuencias de nuestras decisiones y nuestra conducta son independientes de nosotros, como si hubiesen ocurrido «a pesar de» y no, en parte, «gracias a» nuestra colaboración.

El hombre o mujer maduro, responsable y ético tiene por tanto, que renunciar a este consuelo de «las buenas personas» y las palmaditas en la espalda mentales y de otras personas; y apechugar con lo que sabe que es lo correcto, aunque le deje mala conciencia, y le robe el sueño.

No es sentirse bien lo importante, sino hacer lo que nuestra razón y conocimiento superior de las situaciones indica que hay que hacer. Eso es la conducta ética; no es un camino hacia la santidad ni a ser popular, pero sí es la manera de llegar a viejo sabiendo que hemos vivido de forma despierta y responsable, valiente y útil de verdad.


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