Revista Coaching
Dos semanas para la Navidad y se multiplican las sesiones por todos los puntos del país: Huelva, varias veces Sevilla, Castellón, Toledo, Zaragoza, Madrid, Badajoz, Valencia... Días interminables y viajes complicados a los que no ayudan precisamente las circunstancias externas, como el affaire del pasado fin de semana en los cielos de nuestro país.
El cierre del espacio aéreo me pilló en la Sala VIP de Iberia del aeropuerto de San Pablo de Sevilla con Alvaro González Alorda, con quien había compartido cartel esa misma mañana. Lo de menos son los 900 km que tuve que conducir en un coche de Avis para volver a casa. Lo de más es el tiempo robado al descanso y a la familia.
Hoy he vuelto a volar. Dos aviones para venir hasta Castellón a la convención comercial de Tau Cerámicas. Una semana después el comentario entre los viajeros, los auxiliares de tierra y muchos medios de comunicación es el asunto del fin de semana pasado. Y muchos de los comentarios siguen destilando odio y rencor. Por algo que queda lejos de nuestro alcance, sobre lo que poco podemos hacer, y que ya hemos sufrido unos si y otros no en mayor o menor medida.
Dos monjes viajaban juntos por un camino embarrado para ayudar en la recolección del arroz de un pueblo cercano. Llovía a cántaros. El camino descendía vertiginosamente hacia el valle por el que discurría un pequeño arroyo. Al llegar a él se encontraron con una muchacha preciosa, vestida con un kimono y un ceñidor de seda, incapaz de cruzar el riachuelo por miedo a que la fuerza de las aguas la arrastrara.
"¡Vamos muchacha!" le dijo uno de los monjes mientras la cogía en brazos y en volandas la pasaba al otro lado. Una vez al otro lado la joven siguió su camino.
El otro monje observó la escena atónito, pero no abrió la boca. Por la noche ya en el monasterio no pudo resistir y le dijo a su compañero: "Los monjes como nosotros no deben acercarse a las mujeres, sobre todo si son bellas y jóvenes. Es peligroso. ¿Por qué lo hiciste?".
"Yo la deje allí" –contestó el primero-. "¿Es que tú todavía la llevas?"
Esto nos ocurre con las afrentas. Las grabamos a fuego en nuestro corazón y luego resulta complicado olvidarlas. Y lo que es peor, queremos hacer saber a todo el mundo el daño que nos hicieron en el pasado. Y cada vez que podemos las tratamos de recordar. ¿Cuantos malos ratos vas a dejar hoy olvidados para siempre al otro lado del arroyo?.