Pablo Iglesias está contra las cuerdas, después de haber sido señalado como delincuente por el juez García-Castellón y ya estaría imputado de no ser uno de los aforados de este país, a los que sólo puede juzgar el Tribunal Supremo. El gobierno de Sánchez le apoya oficialmente, pero algunos periodistas y expertos dicen en privado que ven cierta satisfacción entre los socialistas ante la ruina de un compañero de gobierno tan conflictivo, impopular y generador de conflictos. Si hubiera sido vicepresidente en otro país donde la democracia no fuera un burdo disfraz, como ocurre en España, habría tenido que dimitir ya o habría sido cesado por el presidente, que sería un demócrata en lugar de una fantasma, como es Pedro Sánchez. El propio Pablo Iglesias calificó de injustos los aforamientos, pero ahora se agarra a ese privilegio con todas sus fuerzas para no dimitir, lo que proyecta una imagen de ridículo, cobardía e hipocresía suprema. Sanchez, mientras tanto, parece compungido, pero está feliz porque desde el principio sabía que Iglesias estaba destinado a cargar con las culpas y con el desgaste mayor de su gobierno. Sanchez es el verdadero culpable de los abusos de Pablo Iglesias y de sus pésimas iniciativas políticas, generadoras de ruina económica e inseguridad jurídica, porque Sánchez fue quien le convirtió en socio y vicepresidente. Sin el apoyo de Sánchez, Pablo Iglesias, con apenas un puñado de votos, nunca habría entrado en el Ejecutivo español. Cuando Sánchez colocó como vicepresidente a Iglesias lo hizo para que hiciera de pararrayos y concentrara la indignación y la ira del ciudadano. De ese modo, él quedaba libre de desgaste. Pedro y Pablo juegan al poli bueno y al poli malo. A Pablo Iglesias le toca hacer de poli malo, pero es un engaño porque el verdadero malo es Pedro, el que ha fraguado este gobierno de torpes y miserables, el que ha puesto al coletas de vicepresidente y el que está empujando a España hasta el precipicio de la ruina y el fracaso. ---
La más que posible imputación del vicepresidente Pablo Iglesias le ha estallado al gobierno como una bomba en pleno rostro y ha puesto de relieve su falsedad e hipocresía. Cuando socialistas y podemitas estaban en la oposición se rasgaban las vestiduras ante la resistencia a dimitir de la derecha en el poder y hasta organizaron una triunfante moción de censura basada en la condena del PP, pero ahora se resisten a dimitir y Pedro Sánchez, en lugar de cesar a su vicepresidente, como es su deber en democracia, lo arropa y protege.
Una vez más se confirma la hipocresía y la doble vara de medir que utiliza la izquierda en la política.
Pablo Casado, jefe de la oposición, exige que Iglesias sea destituido y afirma que "Sánchez debe cumplir la misma vara de medir de su moción de censura", pero Pedro Sánchez, con una desfachatez que asusta, apoya al vicepresidente y asegura no estar preocupado. El pueblo, como ya es habitual, asiste como espectador pasivo a la orgía de poder, miseria y antidemocracia de sus políticos, sin que nadie le pregunte que opina.
La imagen que ofrece el gobierno actual de España es la de una nación hipócrita y forajida que se ha colado en la Europa democrática, donde chirría y apesta. La España del presente es como un dictadura bananera que desprestigia y ensucia al resto de las naciones europeas y a la misma Unión. En cualquier otra nación europea Pablo Iglesias habría tenido que dimitir y en las mas rigurosas y democráticamente ortodoxas, la dimisión habría alcanzado también al presidente y al gobierno en pleno.
El juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón ha solicitado al Tribunal Supremo la imputación del vicepresidente del gobierno y líder de Podemos por los presuntos delitos de revelación de secretos, daños informáticos y denuncia falsa en relación con el caso Dina.
Pero algunos observadores han visto cierta distancia y frialdad en los apoyos a Iglesias, tanto en Sánchez como en la portavoz, la ministra María Jesús Montero, mientras otros se aventuran a especular sobre el carácter de poli malo que se le ha adjudicado a Pablo Iglesias en el gobierno de España, cuando el verdadero malo y el impulsor de las políticas mas radicales y contrarias a la decencia es el propio Sánchez.
Otros analistas ven que la probable imputación de Pablo Iglesias confirma que el Estado de Derecho sigue retrocediendo en España, mientras se vaticinan presiones de todo tipo, desde la Fiscalía y los poderes Ejecutivo y Legislativo, contra el Tribunal Supremo, para impedirle que impute al vicepresidente.
Ocurra lo que ocurra, la imagen presente de un Iglesias que se aferra al aforamiento que él mismo prometió cargarse en su programa por ser «un privilegio judicial», es repugnante y denota la baja calidad de la democracia española y el carácter íntimamente corrupto de la clase política española.
Francisco Rubiales