En este día aciago, de reclusión, epidemias y muerte, ennegrece aún más su grisura, si cabe, el fallecimiento del cantautor, pintor, poeta y escritor Luis Eduardo Aute, un icono insustituible de mi memoria musical y un referente artístico para más de una generación de españoles. No por esperada, porque desde el año 2016 estaba en coma tras sufrir un infarto, su muerte me resulta menos dolorosa.
Aute, con esa pinta de bohemio sentimental, rasgueaba su guitarra para ponernos los pelos de punta con su voz, menos grave pero igual de susurrante que la Leonard Cohen, y con las letras de unas canciones que desnudaban nuestras emociones. Su poética y sensibilidad musical eran excepcionales, siempre centradas en el amor, el compromiso y la amistad. Fue un compositor fecundo que ayudó que otros cantantes alcanzaran notables éxitos interpretando sus canciones. De hecho, así fue como lo conocí en mi adolescencia, cuando “Aleluya nº 1” y Rosas en el mar”, que le dieron fama a Massiel, destacaban sobre la mediocridad de la música popera y desenfada de aquella época. “Al alba”, una letra comprometida que se convirtió casi en un himno, logró burlar la censura de la dictadura disfrazada de desgarro romántico, cuando en realidad era un lamento por las víctimas de los últimos fusilamientos del franquismo.
La música de Aute me ha acompañado, de manera tan irregular como su propia producción artística, durante más de cincuenta años de mi vida, junto a la de otros autores que también me han dejado huérfano de referentes musicales. El tiempo transcurre, inevitablemente, para todos. Lo último que adquirí sobre él, en el año 2000, fue el disco homenaje que le tributaron artistas como Ana Belén, Juan Manuel Serrat, José Mercé, Joaquín Sabina, Jorge Drexler, Rosendo y otros, en el que versionaban sus canciones. Hoy suena mi tocadiscos en honor de Luis Eduardo Aute, un músico renacentista, de amplios registros e intereses, que ha muerto hoy a los 76 años. Nunca dejaré de escuchar sus canciones.