Esta semana hemos celebrado en casa los cumpleaños de Mariola y de Almudena, dos de nuestras hijas. Pidieron como regalo un reloj de esos de goma que se pueden ahogar y que tienen alarma para despertarse solas por las mañanas.
Estuvimos hablando de los relojes que había tenido de pequeño y les expliqué que mi primer reloj era de aquellos que había que darles cuerda. Les conté este cuento que alguien me contó una vez:
En un pequeño pueblo perdido en las montañas vivía un relojero. Un día, llegó un telegrama desde la ciudad avisándole que debía hacerse cargo de una enorme herencia que un pariente lejano le había legado. ¡El pueblo se quedaba sin relojero!.
Pasaron unos pocos días y nadie le echó en falta. El reloj de la torre seguía funcionando y los relojes de mano y de las casas de los vecinos seguían dando la hora con plena normalidad. Pero un día a alguien se le cayó el reloj y, aunque seguía funcionando, su hora ya no era de fiar. Adelantaba o atrasaba sin motivo aparente, y el propietario decidió guardar el aparato en su mesilla. Poco a poco todos los relojes del pueblo se fueron estropeando y por una causa u otra dejaron de funcionar y acabaron abandonados y olvidados en los cajones.
Todos no. Hubo un vecino al que también se le estropeó el reloj, pero cada noche antes de acostarse le daba cuerda, corregía la hora más o menos intuitivamente y lo dejaba de nuevo en el cajón. A la noche siguiente volvía a repetir el gesto.
Pasaron unos cuantos años y un día el relojero volvió al pueblo. Se armó un gran revuelo y todos comenzaron a buscar sus relojes en los cajones a fin de que pudiera arreglárselos. Fue inútil. Los viejos engranajes tanto tiempo olvidados estaban trabados por el óxido: a uno se le rompía la cuerda, a otro un eje, a otro un engranaje... Sólo uno de los relojes pudo ser reparado con facilidad: aquel que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora.
La fidelidad de su dueño, que cada noche le daba cuerda, había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado.
Y esto ocurre en muchas cosas importantes de nuestra vida: con nuestro amor, con nuestra preparación profesional, con nuestra mejora personal... Hay mucho de herencia, de repetir muchas veces pequeñas acciones casi insignificantes, pero constantes, casi incluso instintivamente; Muy poco de mejora en el corto plazo, que a veces llega a desesperarnos y a pensar muchas veces en tirar la toalla; y un mucho de fidelidad constante. Seguro que entre todos esos ingredientes, aunque no notemos nada, un día cuando regrese el relojero, sentiremos en nuestro interior un cambio profundo y nos daremos cuenta del valor y la utilidad de todas aquellas pequeñas liturgias.
¡No desfallezcas! ¡Sigue! ¡Tendrás recompensa!