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Cuando mis hijos Arnau de tres años y Hugo de diez meses, respectivamente, me pregunten de aquí a diez, quince o veinte años si yo vi jugar a aquel equipo entrenado por un tal Pep Guardiola y si era verdad que tan bien jugaba, yo podré decirles muy orgullosamente que sí, que fui uno de los privilegiados de ver el equipo que mejor fútbol ha practicado en toda la historia, no sólo del Barça, sino quizás del fútbol.
Porque lo que estamos viviendo, y viendo, en estos dos años y medio, más allá de los resultados, seguramente no lo volveremos a ver en el Camp Nou una vez esta generación llegue a su fin. Por lo tanto, aunque en el presente cuesta apreciar la inmensidad del momento histórico en el que nos encontramos, debemos vivirlo con la intensidad que se merece, y con el conocimiento de que el tiempo nos ha hecho ser unos privilegiados.
Porque volviendo al mundo terrenal, éste nos dice que el equipo lleva 21 goles a favor en los últimos cuatro partidos de Liga sin haber encajado ninguno, que lleva números de superar los 99 puntos de la temporada pasada, que Messi a estas alturas ha anotado siete goles más que el año pasado, que el equipo es el más goleador y el menos goleado, que en este equipo están los tres mejores jugadores del mundo y uno de los tres mejores entrenadores, pero por encima de todo, nos enseñan a diario qué el camino a la victoria no está reñido con el espectáculo.
Y cuando además desde el gran rival uno sólo ve que faltas de respeto, hacia el exterior y el interior de su entorno, un victimismo propio de un equipo segundón, una caverna mediática más próxima al No-Do que a un periodismo del siglo XXI, una animadversión cada día más grande en las aficiones rivales, pero sobre todo un nivel futbolístico estéticamente a años luz del nuestro, uno puede caer en la tentación de pensar que todo está hecho.
Y no, esa es la grandeza y la miseria de este momento histórico, que cuando en cualquier otro momento de la Historia serviría para estar con la Liga prácticamente sentenciada a estas alturas, la realidad nos dice que el mínimo resbalón supondrá perder el liderato. Pero este nivel de exigencia seguramente está ayudando a que el equipo muestre este nivel en todos y cada uno de los partidos, ya que es el único camino para conseguir la victoria final y demostrar al mundo entero, en un halo quizás de algo de romanticismo, que jugando a este fútbol también se pueden conseguir títulos.
Y el próximo sábado tendremos una gran prueba ante el rival metropolitano, donde nos espera un recibimiento quizás peor que en el Bernabéu, con un equipo extra motivado, pero por encima de todo será la visita ante el rival mejor clasificado de los que hemos visitado hasta la fecha. Un rival además que ha conseguido ganar todos los partidos como locales, mientras el Barça ha conseguido hacer lo propio como visitante.
Pero mientras llega ese partido sigamos disfrutando de lo que estamos viviendo futbolísticamente. Y si te preguntan: “No digas que fue un sueño”, porque de los sueños uno se despierta, pero de éste, quedan muchos años para hacerlo y yo pienso disfrutar todos los momentos, continuando con el partido del próximo sábado, donde este Barça tiene la oportunidad de superar uno de los retos que se le resisten: ganar convenciendo y goleando al Español.
Foto: www.sport.es