Revista Cultura y Ocio

No duda, tampoco sabe – @Demenziado

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

No duda de sus sentimientos, por eso siempre se deja llevar por los arrebatadores impulsos que le han convertido en el hombre que es hoy. Le debe a sus ansias de vivir la sonrisa del espejo. Siempre hace alguna mueca cuando se mira, una de esas tonterías que jamás haría en público pero que le hacen tan atractivo en privado. Sus canas no son de vejez, atesoran experiencia. Se arregla el pelo como puede, mientras piensa que el peinado nunca queda a su gusto cuando lo necesita. El ingobernable remolino de la coronilla es ya marca de la casa, parece un niño travieso. Se acerca al dormitorio, mira la maleta abierta y hace inventario mental de las cosas que le faltan. Vuelve al baño. Enumera lo que va metiendo en el neceser: máquina de afeitar, cuchilla, cepillo de dientes, dentífrico, colonia, peine, desodorante de barra. Le falta el cargador del móvil y el de la máquina de afeitar. Lo mete todo en la maleta y antes de cerrarla le saca una foto a su perfecto orden. La manda por Whatsapp. Se dirige al garaje de la primera planta, pero antes se detiene en el descansillo de la escalera y vuelve atrás, fiel a su manía de comprobar dos veces que ha apagado todas las luces y cerrado las ventanas. Piensa que olvida algo, siempre tiene esa rara sensación cuando cierra una maleta para viajar. No sabe lo que le deparará el futuro, le gusta ser fiel a su presente.

Tampoco sabe que ella no ha podido dormir, ni que se levantó ilusionada, feliz y se arregló como nunca antes de salir. Después de toda una vida de despedidas, esta vez le esperaba un reencuentro. Le debe a su insomnio las ojeras del espejo. Le da rabia que pueda encontrarla menos atractiva, aunque sabe que cuando la mira siempre ve más allá de su cuerpo. Le habría gustado escucharle, pero ambos han decidido esperar hasta la noche. Su voz le calma. Le vendría bien una buena dosis de ese sedante, pero se estimula con un café bien cargado y sus tostadas con mantequilla. Ha pensado, traviesa, en no ponerse bragas bajo la falda, pero sabe que el intenso frío le congelaría el coño. Se pone su ropa interior más sexy, a sabiendas de que va a desnudarse sensualmente horas más tarde. No puede evitar pensar en el duro día que aún tiene por delante, respira hondo. No quiere llegar agotada a la noche, pero lo estará. Siempre ha sido demasiado responsable, por eso no se ha permitido anular ni una sola cita de su apretada agenda. Se saca una foto en el espejo del aseo de la planta baja antes de salir, sin filtros. La manda por Whatsapp. Cierra la puerta y cuenta las vueltas que le da a cada una de las dos cerraduras, es una de sus manías. Así lo recordará cuando a media mañana se agite al pensar que no ha cerrado con llave. Baja en dirección al aparcamiento mientras rebusca mil veces en el bolso buscando el mechero, ese desorden es representativo de su propio caos. Sonríe porque sabe que le dirá con una preciosa sonrisa, que también la quiere por ser un desastre.

No duda ni un instante a la hora de tomar una decisión, para bien o para mal. Esa aparente frialdad le hace parecer intransigente ante los demás, pero no sabría vivir sin sentirse seguro de lo que hace. Nunca se arrepiente de sus elecciones, aunque sabe perfectamente lo que es sentir culpa. Nadie diría al verle tan sereno, lo mucho que se agita al pensar. Su orden es su particular manera de tenerlo todo bajo control, por eso es capaz de prever cuanto sucederá de camino al avión. Lleva el DNI en el bolsillo delantero izquierdo del pantalón y la tarjeta de embarque en el derecho. Sabe que necesitará antes la tarjeta, llevándola por separado evitará perderlo en un descuido. Así se ahorra tener que rebuscar en la cartera, que está en la chaqueta, al igual que todos los objetos metálicos. Sólo tendrá que quitarse el cinturón al pasar por el control de seguridad, para ahorrar tiempo. Le hará un gesto cómplice a quien escanea las tarjetas de embarque, para que no enumere las normas que ya conoce: en el caso de llevar botas hay que quitárselas para pasarlas en una bandeja por el escáner, no se permiten objetos metálicos en el equipaje de mano; el portátil y los aparatos electrónicos van en otra bandeja, así como los objetos de aseo; ningún líquido con más capacidad de la máxima permitida. Entrará al baño antes de subir al avión y después comprará tabaco libre de impuestos. Todo bajo control menos su corazón, como siempre. Se siente incapaz de negarle nada.

Tampoco sabe que ella sonríe de camino al trabajo, porque ha visto la foto de su ordenada maleta antes de subir al coche. Siempre le ha gustado lo bien que combina su orden con su aparente desastre. Piensa en la tranquilidad que él le transmite cuando está hecha un manojo de nervios, le basta un beso para calmarla, todo su cuerpo se relaja al sentir sus labios, se queda absolutamente desbaratada, convertida en marioneta. Acostumbra a cerrar los ojos mientras permite que maneje sus hilos. Ambos se olvidan de todo durante el beso, dejan de tener problemas. Se excitan. Necesita su abrazo, es tan corpulento que se siente minúscula y protegida cuando lo hace. Aparca lejos, maldice, es algo que ya forma parte de su carácter. Pero hoy se siente con energías de sobra para caminar rápido, como si corriese a su encuentro.

Se ha subido al avión porque no duda de sus sentimientos. Tampoco sabe qué puede pasar de ahora en adelante, pero esa certeza nunca la ha necesitado. Se aman con madurez y con eso le basta. Hace una mueca ante la cámara del móvil, como si fuera el espejo de casa. Manda la foto por Whatsapp y a continuación el emoticono de un corazón palpitando. Sonríe porque ha visto su foto posando ante el espejo del baño, con ese inconfundible gesto suyo de poner un brazo en la cadera y ladearla, tan coqueta. Activa el modo avión. Se abrocha el cinturón. Cierra los ojos satisfecho mientras el avión despega. Le gusta la historia que están escribiendo, que le jodan a la poesía.

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