Vuelvo a estar frente a un folio en blanco. Da respeto. Me encuentro, de nuevo, frente a un final de año. También da respeto y más siendo este dos mil veinte. En mi cabeza vuelan los recuerdos, las vivencias, los nuevos retos, los descubrimientos personales, los nuevos caminos... Recordaba lo que escribía tal día como hoy hace un año. Decía que quería más... más novedad en mi vida. Y así ha sido. Creo que para todos. Pero, no encuentro las palabras para cerrar este año. Quisiera poder escribir palabras de esperanza para cualquiera que aterrizara en este pequeño espacio. Palabras que sirvieran tanto para quien haya vivido un año marcado por la pérdida o la enfermedad, como para quien haya hecho experiencia de una vivencia que ha dado sentido a su vida.
Sólo puedo recordarme que nuestra realidad no es ciencia ficción. Hace poco tuve una conversación profunda con una persona. Me llamó por teléfono para quedar y poder compartirme algo importante para ella en compañía. Estuvimos paseando por el centro histórico de la ciudad y ella empezó a expresar. Yo la escuchaba y no pude evitar hacer un símil con una escena que poco antes había visto en una serie, pero con la (gran) diferencia de que yo no sabía lo que tenía que decir una vez ella terminara. No tenía un guión con la contestación elaborada para esta persona. Qué limitación el no encontrar las palabras. En las series, y en tantas películas, todos saben exactamente lo que van a decir sea la situación que sea. En la vida real, en nuestra realidad, no pasa así. Te arriesgas.
Y ese arriesgarse es lo que da respeto. Es con lo que siempre me encuentro en el momento que espera mi contestación la otra persona. Y aquí, como a veces no tengo experiencia, puedo sentirme insegura o pienso que quién soy yo para dar un consejo u osar decir palabras de mi propia cosecha..., me vienen a la cabeza montones de palabras que he escuchado de alguna charla o de una buena amiga y las intento reproducir porque a mí me fueron muy bien. O quizá, recuerdo un párrafo de aquel libro que encontré sobre ese tema del que estamos hablando. En décimas de segundo se abren ante mí múltiples opciones para salir del paso y poder ayudar o consolar a esa persona. Parece que no encuentro las palabras... Pero, al final, es cuestión de tiempo. Paciencia. Escucha y espera. En ese orden, luego ya vendrá el hablar. O no; a veces un gesto transmite todo lo que la otra persona necesita. Una sonrisa, un cogerle la mano, un abrazo o una mirada cercana y cariñosa. Incluso el silencio acompañado llena los mejores discursos.
Las series están muy bien para ver diferentes formas de abordar un tema e incluso poder tener esperanza de que eso también podamos decirlo o llegar a expresarlo nosotros, pero recordaba aquella conversación que surgió con esa persona y sólo tuve que recurrir a mi historia. Saqué de ahí una experiencia que había vivido recientemente e incluso había escrito sobre ella y luego hablado en un grupo pequeño de compartir. Esa semana dio la casualidad de que todo hablaba y se centraba en el mismo tema que esta persona necesitaba compartir. Y, justamente sólo yo de unas cuantas personas avisadas pude quedar con ella ese día. Todo esto me dice que las palabras siempre vuelven a uno cuando vienen de nosotros mismos. Es más, las palabras nunca las hemos perdido, sólo que no hemos sabido buscarlas en el sitio adecuado: nuestra historia. ¡En nuestras batallas ganadas! Y en tantas otras batallas donde crecimos, nos fortalecimos y nos descubrimos.
No necesitamos un guión.
2020 (silencio).