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Peculiar en su generación, Santiago Feliú fue durante años el cantautor que más escuché de la Nueva Trova. Sus temas se alejaban de la poética manida de sus contemporáneos y llegó a crear un estilo personal e inimitable. Había cierta dureza de la vida real en sus letras, carentes de afeites pero con lirismo. Él mismo destacaba en medio de otros que una vez fueron rebeldes y terminaron como oficialistas, entre aquellos peludos que pasaron a llevar cortes de pelo a lo militar y tantos alternativos convertidos en funcionarios con guayabera.
Personaje querido en las peñas, el autor de “Para Bárbara” frecuentaba tertulias y descargaba con guitarra, ron y gente prendada de sus notas. En la sala de nuestra casa cantó alguna que otra vez y nos sorprendía verlo tartamudear cuando no entonaba una melodía. Como el albatros de Baudelaire que vuela alto, pero resulta tremendamente torpe al caminar por la cubierta de un barco… de un barco encallado en este caso. Se proyectaba asequible, cercano, humano, sin alardes ni arrogancia. Era uno más entre nosotros, uno como nosotros.
Al morir, nos ha dejado con la imagen de su melena intacta, sus pulsos de cuentas de colores atados a la muñeca y esa ropa oscura que sentó moda. Aún le quedaba tanta vida, tantos acordes; a él, el tímido, el irreverente, el joven para siempre. Se nos ha ido, se fue, como “estos días de mierda que también se irán”. Por esta vez no ha tenido razón, pues “no eres tú mi amor” pero tampoco son los demás… sino que ha sido Santiaguito, que en medio de la madrugada tocó su última nota, apuró el trago final y nos dejó con su música para siempre.