"... Cuando quiero vivir, digo Moraima... Cuando quiero soñar, digo Moraima... Cuando quiero morir, no digo nada. Y me mata el silencio, de no decir Moraima...". El poeta gallego Celso Emilio Ferreiro lo plasmó sobre papel y una joven emprendedora catalana le ha dado volumen y cuerpo en un local desnudo del Raval, una galería de arte con bar incorporado. Es arte en todas sus acepciones, es gastronomía, son historias sobre lienzo blanco. Pinturas, audiovisuales, Bloody Marys, cocas y ensaladas de producto forman el atrezzo. "La vida es sueño". Soñemos en Moraima.
Dirección: Verge, 1Precio medio: 10-15€. Cocas, de 4 a 6,5€. Ensaladas, de 4 a 7,5€. Vinos a copa, 2€. Ginebras Premium, 7,5€.
Imprescindible: Coca Annapurna y vino Montsant. Vistazo a la galería. Coca Teide y Bloody Mary.
Horario: De martes a domingo, de 12.00 a 01.00h.
Jugar con el tiempo
Entró decidido y se sentó en una de las cuatro pequeñas mesas que tiene el local. Lo tenía visto y le había parecido el sitio idóneo para lo que tenía que acontecer. Era su jornada. Hablaría, miraría y tocaría, con lo onírico de una copa entre sus manos. Miró el reloj y el tiempo se detuvo.
Tenía margen. Quizá una ginebra Premium le ayudaría a entrar en calor. Quizá lo consiguiera más rápido con la especialidad de la casa, un Bloody Mary de adultos. No. Era noche de vinos y romanticismo. El local, blanco y detallista, marrón de madera y verde de cumbres pintadas, así se lo hacía pensar. Oyó que también se lo decían el grupillo de amigos tranquilos que charlaban entre susurros en la mesa vecina. Un Priorat, un Montsant o un Penedés. Vinos de casa, con tierra, mar y aire, vinos selectos que Moraima ofrece por copa a precios ajustados. Sí, vino tranquilo. Ella y la cena conjunta vendrían después. Tenía tiempo.
Diálogos de arte
Se relajó y quiso entrenar vocabulario. Hablaría con Mónica. La dueña y encargada de Moraima ha dado forma a un proyecto a su imagen y semejanza. Una extensión de sus gustos en un bar y una galería de arte que abre sus puertas a nuevas propuestas. Cada tres semanas se inaugura una exposición de jóvenes artistas que buscan alternativas al cerrado circuito del arte. En Moraima tiene cabida todo tipo de arte plástico, música y arte escénico.
La decoración del lugar ha nacido de la reutilización de objetos que se encontraban en el viejo local del Raval. Una prensa ya vintage hace hoy de barra y división entre los dos mundos que aúna Moraima, zona mágica del local que baila entre el bar y la exposición. Destaca el mural realizado por Lara Costafreda, la primera artista que expuso en la galería, y que nos transporta a los picos del Annapurna. La ilustradora barcelonesa también dio a luz al colorido logotipo de Moraima.
Los bares son un lugar de encuentros sociales, profesionales, también amorosos. Como una galería, también con función social. Moraima amplifica estas vertientes y las sube al cubo al estar vinculada con la ONG Sostres, que vela por los derechos de la infancia. Los artistas pueden donar alguna de las obras que exponen para conseguir fondos para la ONG. El sueño de Mónica es que los beneficios que genere el bar galería en un futuro también puedan destinarse a tales fines. La felicitó por la iniciativa y volvió a su cita, encontrando un momento para estirar las piernas en un paseo por las obras expuestas. Bonito sueño social el de Mónica. Bonita vida. Bonita noche.
Soñar con el estómago lleno
De nuevo en la mesa. Demás público ha ido poblando y despoblando barra y prensa. Autóctonos, artistas y deambulantes. La parroquia de Moraima es interesante. Ya ha pasado la hora y llega tarde, muy tarde. Pero es tiempo al fin y al cabo. Subjetivo y arbitrario. Y él sabe que ella vendrá. Su felicidad es completa. Otro sorbo al vino. Otro... no. Ahí estaba.
Imagen de cuento de hadas, musa de lo intangible. La recibe con una mano en la copa, alargada en el tiempo para aparentar que su espera era inferior a lo que realmente fue. Dos besos buscados son toda comunicación. Algún plato para compartir permitirá relajar nervios. Le transmite toda la responsabilidad de elegir la comida con el simple objetivo de poder observarla mientras va y viene de la barra. Elecciones variadas, inteligentes, como si pretendiera compensar el retraso. Una coca Teide de jamón ibérico. El bocadillo Everest de pan de espinacas, brie, aguacate y mermelada de tomate. La ensalada McKinley, con una burrata de ensueño, tomate, orégano y aceite de trufa. Tridente perfecto para un encuentro esperado. Carta escogida de bar, selecta y de producto, corta y evocada. No querrían postre.
Volver a empezar
Mónica se acercó. Era ya la 01.00 de la mañana. Él abrió los ojos, se levantó, cogió la chaqueta, se despidió y marchó. Paró en la puerta. Estaba sólo. Había sido el anhelo más bonito. Lo había deseado y casi lo había vivido. Se convertiría en realidad. Como las aspiraciones de Mónica y el arte y la gastronomía, las de su ONG, las de un bar galería para soñar despierto. Para pensar, hablar, compartir, y soñar. Se dirigió al metro. No había sido un sueño, es Moraima.